Jesús Antonio Sam López: otro represor que muere impune
José Enrique González Ruiz
19 de Abril de 2025
No hemos logrado las y los mexicanos
que se castigue a ningún criminal de lesa humanidad.
Y hemos tenido centenares.
En México todos los perpetradores están impunes
Ni siquiera Gustavo Díaz Ordaz, el confeso genocida del 2 de octubre de 1968 fue sometido a juicio por sus crímenes contra el pueblo de México. No ha llegado la excepción que confirme la regla de que en nuestro país está garantizada la impunidad para quienes cometen delitos que conllevan graves violaciones a Derechos Humanos. Por eso, no nos sorprende que se realicen homenajes a uno de los más connotados perpetradores: Jesús Antonio Sam López, que falleció de hace unos años y hoy es homenajeado por la clase política priista de Nayarit y Colima. Se le presenta como ejemplo de verticalidad en la procuración de justicia, a sabiendas de que sólo conoció y aplicó la Ley del Más Fuerte.
Sam López, en sus primeras incursiones por el aparato represivo del Estado mexicano, fue director del penal de las Islas Marías y de la Policía Judicial del Distrito Federal. Cuando desempeñaba este último cargo, participó en la Guerra Sucia desatada contra la guerrilla urbana que se desarrolló luego de las matanzas de Tlatelolco y San Cosme. Cuando se conforme la Comisión de la Verdad (autónoma y ciudadana), saldrá a la luz su negro historial de torturas, ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas.
Su formación como represor se dio al lado de “maestros” como Miguel Nazar Haro y Mario Arturo Acosta Chaparro, a quienes se encargó el exterminio de los grupos alzados en armas en contra del gobierno, sin importar los medios que se utilizara. Probablemente recibió instrucción en la tenebrosa Escuela de las Américas, en la que los norteamericanos han adiestrado a miles de torturadores de toda la geografía latinoamericana.
Aunque se hicieron múltiples denuncias contra Sam López, el aparato de procuración y administración de justicia siempre lo protegió. Él mismo declaró tener experiencia contrainsurgente, pero nunca se formalizó juicio alguno en su contra.
Sam López siempre formó parte de la casta priista
La Guerra Sucia no se explica si se la considera como el arrebato de unos cuantos desquiciados. Hay que entenderla como parte de la estrategia política de la casta gobernante, que ha permanecido en el poder desde principios del Siglo XX (aunque desde hace unos años utiliza distintas denominaciones partidarias). Sin represión es imposible sostener un estado autoritario y cleptócrata como el que padecemos. Por eso le son tan valiosos los personajes del tipo de Sam López, quien en vida reconoció que hizo el trabajo sucio durante la represión al movimiento guerrillero de los años setenta y ochenta del siglo XX. Y aunque tuvo el cuidado de decir que el papel del ejército fue de apoyo, no lo excluyó de esta responsabilidad.
Nayarita de nacimiento y colimense por adopción. Sam López tuvo dimensión nacional en su quehacer represivo. Sabemos de él todos quienes hemos participado en las luchas sociales, porque es de los personajes paradigmáticos del sistema dominante: rudo, echador, valentón y descarado. Ya como procurador de su natal Nayarit, fue denunciado por participar directa y personalmente en la tortura a los dirigentes del Movimiento estudiantil que intentó democratizar la Universidad estatal. “Dicen que me tienen terror, pues qué bueno…”, presumió. Cuatro gobernadores colimenses lo habían designado procurador de justicia, y siempre que alguien lo señalaba como infractor de Derechos Humanos, salían a su defensa.
Ahora se le ensalza y se le pone como ejemplo para la juventud, cuando es uno de los más siniestros personajes del priismo mexicano (y eso es mucho decir, por la variedad de ejemplares que tiene ese partido).
La religiosidad no es sinónimo de bondad
Jesús Antonio Sam López era un creyente activo; o al menos así lo aparentaba. Hubo siempre en sus oficinas imágenes religiosas y no se escondía para hacer gala de su catolicidad. Lo del Estado laico que prevé la Constitución debe haberle parecido un chiste, pues cuando se sentía generoso y soltaba a algún delincuente menor, lo mandaba a dar limosna a la Iglesia de La Salud.
Los altos oficiales del ejército nazi eran cultos y tenían muy desarrollado el gusto musical. Se dice que también Sam López amaba la buena música y leía más que partes policíacos. Pero está visto que eso no garantiza un comportamiento respetuoso de los Derechos Humanos.
Jesús Antonio Sam López forma parte de la lista de perpetradores de actos de barbarie. Utilizó sus cargos públicos para servir a un sistema injusto y represivo, debió pagar a la sociedad mexicana los agravios que le causó. Como ya no hay condiciones para que lo haga, nos queda el recurso de levantar la voz para exigir: nada de homenajes ni reconocimientos al cruel torturador; que sobre él pese la condena moral del pueblo de México al que ofendió y dañó.
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