Tepic, Nayarit, lunes 24 de febrero de 2025

Nuestra última cena

Amado Nervo

24 de Febrero de 2025

Como Inés y yo habíamos resuelto separarnos el día último de diciembre, en virtud de que nuestro amor se moría de anemia, nos pareció delicado y significativo despedirnos para siempre después de una cena, íntima y fraternal como los viejos ágapes cristianos, a los postres de la cual, tras un sorbo de champaña. Entraríamos en pleno Año Nuevo, llevando cada uno un fardo diverso de quimeras que deshojar.

Inés hacía ya anticipos de condescendencia a un teniente de artilleros, y en cuanto a mí, saboreaba de antemano la voluptuosidad de despedazarme de amar, la dicha de una próxima y perfecta aptitud para hacer de mi capa un sayo y de mi corazón un bloque o una esponja, según conviniera a mis proyectos.

No me sería fácil olvidar el tibio y perfumado gabinetito de un restaurante elegante, todo adornado de flores, y en cuyo centro, como un extraño ramillete de cristales, pastas, frutas y vinos policromos, se levantaba la mesita destinada al último festín.

De Plateros y San Francisco al ruido sordo y monofónico de algún carruaje, el grito tiritante del papelero, y un rumor entrecortado, como el run-run de un gran gato negro que se duerme.

El frío se asomaba aleteando a las vidrieras a hacerse cargo del íntimo calor que reinaba en la estancia e íbase luego despechado de gemir su hu-lu-lu-úu gutural a las torres de la Profesa.

Mi primero y único brindis, a raíz de una galantina rociada de champaña y epilogada de café negro, fue el siguiente, que Inés aprobó en todas sus partes.

-Brindo por nuestra deliberada separación; por los besos de ayer que fueron sabrosos, y por los besos de mañana que serán como Dios quiera; por la cordialidad de nuestros futuros encuentros, que me permito esperar tendrán el carácter de fortuitos, y por la buena inteligencia entre el teniente y tú, amiga mía.

Como ya no nos quedaba qué hacer después de un toast tan explícito, y como, por otra parte, Inés tenía los menores deseos del mundo de dejar el confort de nuestro téte-á-téte por el frío siberiano de la calle, donde aún no la esperaba el uniforme, resolvimos rimar a dúo los inevitables “¿te acuerdas?” que salen a encaminarnos hasta las fronteras de los viejos cariños.

-Tú eras muy interesante –me dijo Inés entre dos sorbos de café, y atendiendo a que el pretérito imperfecto de que empezaba a hacer uso, tenía cierto chic o Smart, como se dice ahora, lo adopté desde luego, replicando:

-Por su parte, eras adorable.

-Recuerdo que había perpetuamente en tu rostro una expresión de fatiga moral, de desencanto mundano, que te favorecía demasiado.

-En cuanto a ti, mirabas de un modo extraño y encantador, Inés, sabías encender admirablemente toda la pirotecnia de tus ojos. ¿Por qué ya no miras así?

-Qué quieres, las miradas se usan como los trajes. Y tú, ¿por qué has vulgarizado ese gesto?

.-Por la misma razón… Me parece recordar también que te vestías mejor que ahora.

-Es posible; tú, en cambio, tenías muy buen gusto para elegirme telas.

-Sí, por cierto, que te agradaban los colores mortecinos, mitigados, mate… Entonces usabas frecuentemente boleros y comías castañas cubiertas de la Torre Eiffel.

-De veras que sí. ¿Te acuerdas cuántas castañas nos partimos con la boca?

-Te diré, no veo utilidad de recordarlo… fueron muchas.

-Muchas –repitió ella pensativa, arreglándose distraídamente un ricito que caía como hacecillo de oro sobre el pétalo rosado de una de sus orejas-, muchas fueron.

Y con la incoherencia aparente de las ideas asociadas que se van enhebrando dentro con hilillos de luz, observó convencida:

-No se puede negar que has tenido siempre buen gusto para las cenas.

-Sé que el teniente es un sibarita –afirmé para tranquilizarla-, ¿Quieres un poco de crema después de tu café? –añadí.

-Vaya, la tomaré… Hoy hace justamente un año de aquella excursión romántica a Chapultepec, a la luz de la luna y con mucho frío; tú cantabas algo de la Bohemia… Me parece que tenías entonces una voz muy bien timbrada: ¿por qué se te ha vuelto áspera?

-El cigarro probablemente, hija… Por lo que ve a los nocturnos con que poetizabas nuestras veladitas… eran bellos, ¿verdad? Sólo que se han vulgarizado mucho; me atrevería a afirmar que he oído alguno en un cilindro.

-No es difícil –respondió vagamente Inés, al parecer entretenida en contar los florones del tapiz-. ¿Sabes que conservo lindos versos tuyos? Hace tiempo que no versificas.

-Hace tiempo que no sueño.

-Ya es tarde –exclamó de pronto, después de consultar el relojito que llevaba en la muñeca, ornando una pulsera.

-Es cierto, hemos conversado con regulares intervalos.

-Si nos despidiésemos…

-No me parece mal… ¿Quieres darme el último beso?

- ¡Por qué no!

Y acercó negligentemente sus labiosa los míos, juntándolos en un beso sin eco, incoloro, como el de dos amigas íntimas que no se quieren.

Algo que podía llamarse la sombra de un viejo calor y de un viejo perfume pasó entre nuestros rostros; algo que era como la última molécula de una esencia amiga que se evapora; mas fue tan furtivo, tan efímero, tan leve, que apenas nos dimos cuenta de ello.

- ¡Feliz Año Nuevo, Inés!

- ¡Feliz Año Nuevo, Carlos!

Me acuerdo aún del gesto cordial de su ano al trasponer la puerta del restaurante para diluirse como una sombra en la sombra exterior.

- ¡Feliz Año Nuevo!

Torné al saloncito y encendía el postrer cigarro de diciembre, pensando entre humo y humo: “¿Y con quién cenaré yo mañana?”.




Comentarios

© Copyright 2009 - 2025 Nayarit Altivo. Todos los derechos reservados.
Tepic, Nayarit. México
Director General: Oscar González Bonilla
Comercio & Empresa
Precio Gasolina