Tepic, Nayarit, martes 14 de enero de 2025

Historia de doña Sol

Amado Nervo

13 de Enero de 2025

                                                        I

Allá se erige el castillo, sobre la calva roca monolítica, tallada a pico por el Oriente, y unida al Poniente por suave rampa con el valle perpetuamente verde y florido.


Allá se erige el castillo, ¿no lo veis recortando su pesada mole en su lejanía azul? Por las ojivas sin cristales entra agonizando un rayo de sol poniente; en las cornisas negruzcas detiénense pensativas las cigüeñas.

Es la mansión del don Íñigo, por la gracia del rey y de sus puños, conde soberano; batallador endiablado que jamás deja ociosa la tizona y hace temblar con sólo pronunciar su nombre a pecheros y señores.

Allá se erige el castillo, vestido de plata por el fulgor clorótico de la luna. ¿Veis aquel torreón de la izquierda? Mora ahí doña Sol, perennemente cautiva tras los parduscos muros; doña Sol, la de los ojos negros relampagueantes como el carbunclo en la sombra. ¡Pobre doncellica que pasa la vida soñando amores, mientras el rudo conde corre por valles y cerros seguido de sus monteros y de su jauría famélica, en pos del jabalí que, aderezado, por la noche proporcionará suculento banquete al señor de horca y cuchillo!

Reclusión insoportable aquella en que tienen a la pobre niña los rigores de su padre; reclusión que la hace languidecer como avecilla presa, y aviva en su pecho los anhelos de la fuga…

                                                       II

Reina la noche primaveral, llena de pompa; cunde el misterio, impera la quietud. El conde soberano, tras el diurno festín, retirase a su cámara ahíto de manjares y de vino, y tambaleándose a cada paso.

La condesita, de pechos sobre el alféizar de su ventana, tiende su mirada rabiosa por la campiña; suspira y sueña.

De pronto, al pie del castillo, un embozado toma puesto; óyense las notas vibrantes de un laúd y una voz sonora y varonil entona tierna copla.

Aún no muere en el espacio la última nota de la canción, cuando don Íñigo, desde la puerta de su estancia, grita con voz de trueno:

- ¡Eh, mis monteros!, subid a ese búho que grazna en la sombra, que me prometo darle hospitalidad cumplida…

Óyese ruido de espadas, luego el lamento extraño de un laúd que se rompe…después, el andar fatigoso de varios hombres…

Al día siguiente, el trovador infeliz se balancea pendiente de una cuerda atada al cuello sobre el abismo.

                                                                 III

Pero doña Sol no podía vivir sin amor, y como era tan bella, no faltó caballero que volviese a entonar endechas al pie de la torre.

El que después de lo acontecido atreviose a tanto, corrió la misma suerte que el anterior; fue en vano que apelase a sus piernas, recurso supremo en aquel caso, en que los enemigos eran muchos y fuertes; fue en vano, cinco minutos después de que su acento (¡canto del cisne!) vibrase en el silencio de la noche, el cantor pendía de la almena de la atalaya, junto con su mísero compañero.

El tercer galán corrió la misma suerte. Aquello no podía seguir así; ya el conde había formado un siniestro racimo de trovadores y las serenatas no cesaban: ¡era tan bella doña Sol!

La cual doña Sol, ni por esas dejaba de asomarse a la ojiva y de investigar noche a noche la campiña con su mirada radiante.

Un día, por fin, el conde habló así con Leonel, su fiel servidor, enano tremendo de anchas espaldas y músculos de acero.

-Desde hoy te instalarás en el torreón que habita doña Sol e impedirás que se asome jamás a la terraza o a la ojiva; es tan bella que quien la mira de lejos, se enamora por fuerza de sus encantos, y este es cuento de nunca acabar; ya la almena más fuerte de mi atalaya no puede soportar el peso de semejante racimo de bergantes.

Y el enano se instaló en la torre de doña Sol, y doña Sol jamás volvió a mostrar su rostro hechicero por la ojiva, y jamás volvieron a interrumpir el silencio de la noche los apasionados ecos de una serenata.

                                                               IV

Pero doña Sol no podía vivir sin amar a alguien; ¿quién, a su vez, no la hubiera amado? El mismo Cerbero abríase ablandado ante ella… ¡Era tan hermosa!

Así se explica que un día la encantadora doncellita no se dejase ver de su padre y que su padre buscase en vano.

¿Se habría arrojado de la terraza al abismo, desesperada de su reclusión?

- ¡Que busquen a Leonel! - rugió don Íñigo.

Pero Leonel, enano al fin, se había vuelto ojo de hormiga.

- ¡Mi fiel servidor! - dijo conmovido el conde-; lo han muerto de seguro para robarse a doña Sol, y yacerá quizás en algún barranco lejano.

                                                                V

Lo cual no era cierto, lectora mía; pues has de saber que nadie raptó a doña Sol ni dio muerte a Leonel.

Aconteció, si, que la castellana - ¡era tan hermosa y anhelaba tanto amar! - se fugó con el enano…


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