El ingenuo secreto de Amado Nervo
Carmen Boullosa
08 de junio de 2020
Rubén Darío y Amado Nervo compartieron casa nueve meses en París, en Faubourg 29, en Montmartre. Los dos habían llegado como enviados especiales a La Exposición Universal de París de 1900, Rubén Darío por La Nación de Buenos Aires, Amado Nervo por el periódico El Imparcial de México.
Rubén Darío vivía ya con su española, Francisca Sánchez, la hija del guarda jurado de la Casa de Campo, a quien había conocido cuando paseaba por los jardines reales con Valle Inclán. Francisca era analfabeta, Amado Nervo, Manuel Machado y el mismo Darío la enseñaron a leer y escribir.
Lo más probable es que en su casa de París, Francisca guisara, pero no lo sé de cierto, sin duda de vez en vez saldrían a comer a restoranes, al lado de Rubén Darío corría siempre un río de dinero (y otro más caudaloso y constante de alcohol). Rubén Darío presentó a su Francisca con todo el mundo, ella sería su compañera por muchos años; no podrían casarse porque aquella mujer con la que los cuñados lo matrimonearon a punta de pistola, le negaba el divorcio; el papelito lo tendría la nicaragüense; la vida de Darío sería de Francisca, en las buenas y en las malas.
Los días de Rubén Darío y Amado Nervo juntos en París deben haber sido de antología, Darío y Francisca tenían el amor nuevecito, la amistad entre los dos poetas era deliciosa.
Ya sin la compañía de Rubén Darío, el 31 de agosto de 1901, Nervo conoce en el barrio Latino a Ana Cecilia Dailliez Larguillier. “Todo en ella encantaba, todo en ella atraía:/ su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar…/ El ingenio de Francia de su boca fluía. / Era llena de gracia, como el Avemaría; / ¡quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!”. Los flechó cupido. Ella, madre soltera de una niñita de 11 meses, sería su compañera por 12 años.
Amado Nervo hizo lo que su amigo Rubén Darío: él guardaría a su amada en secreto, no la presentaría a sus amigos escritores o colegas. Pronto Amado Nervo entraría al servicio diplomático. Ana y Amado, con la niña, viajarían y vivirían juntos 11 años, pero en lo oscurito. Incluso cuando llegaban a su departamento de Madrid Pío Baroja, Valle Inclán, y otros escritores y artistas, la escondía de sus visitas. También en el tranvía, donde Nervo encontraba a menudo a Benito Pérez Galdós, se cuidaba de no mostrarla: “Pocas veces, muy pocas, salíamos juntos, evitando las arterias febriles de las metrópolis, donde mi relativa popularidad podía prepararme sorpresas. En cambio, en ciertos viajes nos desquitábamos ampliamente, y, brazo con brazo, enredadas las diestras con una ternura que tenía mucho de fraternal, nos dedicábamos a ese flaneo deleitable de París, de Londres, de Bruselas, buscando el bibelots gracioso, deteniéndonos ante el deslumbramiento de los escaparates, refugiándonos en los íntimos y perfumados rincones de los restaurants, donde dos gourmets de buena cepa, como nosotros, compensaban tantas acritudes de la vida”.
Que Amado Nervo fuera un gourmet de buena cepa, se entiende: era de Tepic. ¿Guisaba Ana, o guisaba el servicio doméstico? Se sabe de cierto que tenían dos mujeres de servicio doméstico, lo declararon al censo -donde también oculta Nervo su relación con Ana, la convierte en su “hija”-.
Era su amada de clóset. “Mi ingenuo secreto de tantos años”, como le llamó Nervo, arrepentido, hizo correr el rumor de que era homosexual. “No teníamos derecho de amarnos a la luz del día… casi nadie en el mundo sabía nuestro secreto. Aparentemente yo vivía solo”.
Ana se enferma de tifoidea, y muere. La amada de clóset, el ingenuo secreto, se convierte en la Amada Inmóvil del célebre libro de poemas (tal vez no sus mejores, y hay que decir que algunas de sus mejores novelas sí nacieron de esta obsesión). Algunos de estos poemas son memorables: “Mi alma es una princesa en su torre metida, / con cinco ventanitas para mirar la vida./ Es una triste diosa que el cuerpo aprisionó./ Y tu alma, que desde antes de morirte volaba, / es un ala magnífica, libre de toda traba… / Tú no eres el fantasma: ¡el fantasma soy yo!”.
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