¿Por quién votar?
Ulises Rodríguez
27 de Marzo de 2018
He decidido no votar para presidente de la república, ni tampoco por la fórmula al senado de la república, mi único voto será por quien quiero que me represente en la cámara de diputados ¿por qué?
En primer lugar permítanme decir que de las tres opciones entre las que los mexicanos habremos de elegir al próximo presidente de la república, considero que ninguna garantiza verdaderamente una posibilidad de cambio para nuestro país. No la representa José Antonio Meade, el candidato del PRI que siendo secretario de Hacienda se volteó hacia otro lado frente a los evidentes actos de corrupción de gobernadores como Roberto Sandoval, César y Javier Duarte, Manuel Velasco o Roberto Borge, por mencionar sólo algunos. No pienso votar por el continuismo que representa Meade respecto de las políticas del presidente Enrique Peña Nieto. Tampoco votaré por Ricardo Anaya, un joven inteligente, sin duda alguna, que nos recuerda al secretario de programación y presupuesto de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, quien buena parte del gris sexenio 1982-1988 se la llevó en intrigar con miras a la sucesión presidencial del 88, maquillando cifras, pisoteando posibles adversarios y luchando sin el menor vestigio de escrúpulos por alcanzar la nominación presidencial que su padre, don Raúl Salinas Lozano se quedó esperando en tiempos de López Mateos. No, no votaré por Anaya, un muchacho que habla varios idiomas además de su fluido inglés y francés, idiomas como el de la corrupción, la ambición y la traición. Mi voto además, no restaría ni sumaría mucho en la causa del ex joven maravilla, quien parece tener la suerte echada a tres meses de la elección presidencial.
Tampoco voy a volver a votar –como lo hice en 2012- por Andrés Manuel López Obrador. El López Obrador de esta campaña ha cumplido una promesa aún antes de que la banda tricolor le cruce el pecho: ha acabado con la mafia del poder.
Y no, no es que los haya combatido, más bien los ha purificado y acercado a MORENA, los ha hecho operadores y candidatos, les ha garantizado que mantendrán el poder que hasta ahora han tenido siempre y cuando sus maquinarias electorales y económicas se vuelquen a su favor en esta elección. Ha desmantelado, pues, lo que alguna vez fue la robusta mafia del poder y los ha importando a su movimiento. Lejos ha quedado el López Obrador al que se le podía endilgar de muchas cosas, menos de pragmático. Hoy Andrés Manuel no tiene empacho en aceptar como operadores de su campaña a gente ligada con Manuel Velasco en Chiapas, no tuvo empacho en aceptar el patrocinio parcial de sus giras por Nayarit, ante el asombro del piloto de la avioneta que lo trasladó durante sus giras el año pasado y quien ha dicho, esperaba una comitiva de funcionarios de gobierno del estado pues sus servicios fueron contratados, precisamente por el gobierno de la Gente, cuyos principales operadores hoy trabajan para que el tabasqueño suceda a Peña Nieto en la presidencia.
Esta elección se asemeja mucho a las sentencias de muerte de hace siglos, en donde la única opción que se le ofrecía al sentenciado era la de elegir la forma en la que quería morir, si ahorcado, fusilado o decapitado. El mejor diagnóstico del país, sin duda lo tiene López Obrador, lo que ya no tiene, es autoridad moral para proponer un cambio. Hay gente buena en cada partido, conozco priistas honestos que verdaderamente creen que su partido aún puede significar algo positivo para México, por supuesto conozco también a muy buenos panistas que pese a que el partido parece haberse olvidado de los principios que alguna vez lo rigieron, ellos los mantienen vivos en su actuar cotidiano. También tengo muchos amigos dentro de MORENA, gente bien intencionada que fincan sus esperanzas de cambio en Andrés Manuel. Yo hoy no confío en ningún candidato presidencial de los que aparecerán en la boleta electoral dentro de 90 días, pero sí confío –me aferro a ello- en el pueblo de México, en los de a pie. Confío en el vendedor de Horchata que, ajeno al excremento en el que se ha convertido la política, le regala un vaso de su producto a una mujer humilde que pide socorro junto a su hija con síndrome de down a las afueras de un céntrico hotel de Tepic. Confío en quienes dejan de comprar algo para ellos, porque han preferido depositarlo para que un perro que fue atropellado pueda salvar la vida con una cirugía o en el campesino que trabaja todos los días, quizá ya sin esperanzas de cambio, pero tampoco con malicia y quizá, dentro, muy dentro de él, aún no muera el deseo de mejores tiempos.
Confío pues, en que México es más grande que su gobierno y que sus partidos y que sus problemas, porque recordando al maestro Carlos Fuentes: México es mucho más grande que sus políticos.
¿Por quién votar? No lo sé y consciente de que mi voto no alterará un ápice el resultado electoral, he decidido no emitirlo en el caso de presidente y en la fórmula de senadores. Al fin y al cabo, uno más o uno menos, da igual.
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