La toma de posesión del presidente Trump ha creado una clima de tensión e incertidumbre en las de por si complejas relaciones mexicano-norteamericanas. Con fines ilustrativos voy a compartir con los lectores dos episodios muy relevantes en las relaciones bilaterales entre ambos países.
En un clima de franca hostilidad política originada por las expropiaciones de enormes latifundios propiedad de norteamericanos en la franja fronteriza (prohibida por la Constitución) realizadas por el gobierno del Presidente Cárdenas, en 1935 fue acreditado como embajador en Washington al doctor Francisco Castillo Nájera. Lector infatigable de la Historia de la Patria, estaba consciente de las dificultades entre dos países unidos por la Geografía pero confrontados por la Historia.
Un año después, el embajador mexicano coincidió con el Secretario de Estado, Cordell Hull, en un viaje marítimo a Sudamérica para asistir a alguna reunión de la Panamerican Union en Río de Janeiro. Conversaron largamente sobre diversos tópicos aunque la charla pronto habría de tornarse monotemática: el Tratado de la Mesilla. El embajador mexicano señalaba que el tema era prácticamente desconocido tanto en Estados Unidos como en México pero podía volverse explosivo en los años inmediatos. ¿por qué?
En el Tratado de la Mesilla firmado en 1853, Antonio López de Santa Anna vendió una franja de alrededor de 80 mil kilómetros cuadrados en la frontera norte (Sonora y Chihuahua) en 15 millones de pesos, recursos que fueron empleados, en gran medida, para el “patriótico” propósito de comprar en Europa uniformes de lujo para su guardia personal. El artículo octavo de ese acuerdo concedía el derecho de tránsito marítimo a tropas y armamento norteamericano por el río Colorado hasta Guaymas y de tránsito terrestre por el Istmo de Tehuantepec. El embajador advertía que era inevitable la participación de Estados Unidos en la guerra europea y, que seguramente, se vería en la necesidad de ejercer ese derecho con fines estratégicos. Al hacerlo, numerosas fuerzas políticas identificadas con los nazis en México (los españoles monárquicos, los fascistas, la iglesia católica, entre otros) iniciarían una campaña contra la administración del presidente Cárdenas tendiente a enemistar ambos gobiernos. Por esta razón sugería al gobierno del Presidente Roosvelt renunciar a ese derecho. La reacción del Secretario de Estado fue inmediata y contundente: Estados Unidos jamás había renunciado a un derecho adquirido. El tema se volvió recurrente. A su retorno a Nueva York, Cordell Hall expresó a Castillo Nájera: “sobre este tema, sólo me puedo comprometer a comentárselo al presidente Roosvelt”. Meses después, el embajador Joseph Daniels informaba al presidente Cárdenas la decisión del gobierno de Estados Unidos de renunciar al contenido del Art. Octavo. Un gran triunfo de la diplomacia mexicana. ¿Puede usted imaginar las consecuencias de que este compromiso estuviera vigente en nuestros días?
El otro tema se relaciona con el Chamizal. En 1866, el Rio Bravo, referente fundamental en los límites entre México y Estados Unidos, cambió su cauce hacia el sur, segregando una franja territorial del territorio mexicano (177 hectáreas) conocida como El Chamizal. El gobierno del Presidente Juárez inició las reclamaciones diplomáticas del caso que fueron infructuosas ante la indiferencia de la Casa Blanca.
En un clina de franca confrontación entre los gobiernos de México y Estados Unidos con motivo del rechazo mexicano a la expulsión de Cuba de la OEA y el bloqueo comercial respectivo, a finales de junio de 1962 se reunieron los presidentes Kennedy y López Mateos en la Ciudad de México. En las conversaciones privadas –recogidas en las memorias de Justo Sierra, a la sazón interprete oficial del presidente mexicano,-- le fueron planteados a Kennedy los resultados de las instancias internacionales a las que se había sometido el caso y las diversas resoluciones favorables a la demanda mexicana. A estas alturas de la plática, Kennedy quiso simplificar el caso con la expresión ¿Cuánto cuesta este asunto?
Indignado, López Mateos se levantó de su asiento con el comentario: “señor presidente, está usted hablando con el representante del gobierno mexicano que defiende la soberanía de su país, no con un corredor de bienes raíces”. Serenados los ánimos, Kennedy reconoció la legitimidad de la demanda mexicana y ambos presidentes convinieron en crear una Comisión Bipartita encargada de presentar alternativas para la solución del problema plasmado en la Convención sobre el Chamizal, cuyo resultado fue la restitución al país de ese girón de la patria arrebatado por fechorías de las aguas del Rio Bravo.
Son episodios dignos de ser conservados en la memoria de todos los mexicanos para iluminar las negociaciones por venir.
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