Ni hay modo ni manera diría “el granito de oro”, el revolucionario general sinaloense Rafael Buelna. Es imposible fugarse de la realidad. No hay espacio para ignorar los angustiosos acontecimientos nacionales: el vandalismo externo y el interno.
Para desilusión de los ingenuos, el futuro presidente Trump mostró su verdadero rostro caprichudo y voluntarioso. En las puertas del Capitolio, en dos semanas más rendirá la protesta de ley, un dictador impulsivo y colérico, provisto de pertrechos nucleares suficientes para exterminar todo vestigio de vida sobre la faz de la tierra, decidido a doblegar la voluntad de quien se resista a sus designios. Con el propósito de atemperar sus ocurrencias, el gobierno mexicano nombró a un nuevo canciller, el doctor Luis Videgaray, a efecto de conseguir, por mediación del yerno del nuevo emperador, moderación a las atolondradas decisiones que afecten nuestros intereses.
Por lo pronto, en calidad de testimonio de su irremisible vandalismo, el señor Trump “obligó” a dos empresas automotrices a desistirse de proseguir sus planes de expansión productiva en territorio mexicano. Son notificaciones amenazantes emitidas en calidad de advertencias para el porvenir inmediato.
El descontento por el aumento del precio de los combustibles desembocó en saqueos a centros comerciales: el vandalismo llegó a las calles. Cientos de jóvenes entraron a diversas tiendas para robar mercancías, principalmente, artículos electrónicos con el argumento atracador de resistirse al aumento del precio de los combustibles. La respuesta argumentativa por parte del gobierno fue insustancial e inexacta. El alza de los combustibles no obedeció a la imposibilidad de financiar un “subsidio fantasmal” que hubiese obligado aumentar la deuda interna, con la consiguiente inflación y la intensificación de la devaluación. ¡Economía: cuantas mentiras se dicen en tu nombre!
Desde hace más de 20 años, empresas extranjeras importan las gasolinas y el diesel a México y se lo venden a Pemex. Ahora, el gobierno busca que otras empresas vendan esos combustibles directamente al púbico. Con bombo y platillo se anunció haber expedido medio centenar de autorizaciones a empresarios privados para la libre importación de combustibles. Debido a que carecen de ductos, tanques de almacenamiento y una amplia red de distribución, las empresas exigieron mayores márgenes y como el gobierno no quiso reducir sus impuestos, accedió a elevar los precios. Pretendieron hacerlo gradualmente, por regiones, pero la estrategia fracasó. Este es el fondo del asunto.
Ofrecer los combustibles en el mercado nacional a precios similares a los imperantes en el sur de Estados Unidos es una falacia porque el gobierno no va a renunciar a esa fuente de ingresos. ¿Sabía usted estimado lector, que durante casi cuarenta años Pemex vendió los combustibles en el mercado mexicano a precios inferiores a los imperantes en el mercado estadounidense? Si bien el precio internacional del crudo se ha elevado en meses recientes, también el precio de venta de las exportaciones de crudo ha aumentado en una magnitud muy superior a la importación de gasolina. Por tanto, el tema de los subsidios es un argumento fantasioso, muy socorrido en las oficinas de la Secretaria de Hacienda cuando pretenden explicar lo injustificable.
Decía Voltaire que afirmamos necedades que, al repetirlas, terminamos creyéndolas. El gobierno debe reconocer el daño material, moral y político que está causando la reforma energética en el destino del país. Está moviendo a México pero en contra del gobierno; está mostrando la miserable condición humana de muchos tecnócratas empecinados en debilitar la capacidad de conducción del Estado Mexicano, de funcionarios conocidos como los “norteamericanos nacidos en México” quienes, tembleques, ahora no aciertan a encontrar respuestas políticas ante los embates del Emperador Trump, salvo el convencional y manso amiguismo de pupitre.
No podremos enfrentar las embestidas externas si no estamos unidos. La unidad sustantiva de la nación solo se conseguirá a partir de la expiación honesta de los errores gubernamentales. Rectificación nunca es rendición sino un acto sincero de corrección de yerros. Volver a los orígenes y respetar aquellas acciones que, como la expropiación petrolera, vigorizaron nuestros valores patrios. Corregir el rumbo es el signo del momento.
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