El Partido del Trabajo sin regreso
Francisco Cruz Angulo
11 de agosto de 2015
Tocó fondo el cacicazgo político que durante 4 sexenios ejerció Alberto Anaya como dirigente nacional del Partido del trabajo (PT).
La sentencia del Tribunal Federal Electoral fue contundente: el PT perdió su registro como partido nacional al no acreditar el 3% en su última votación federal.
Con esta decisión del TRIFE los líderes nacionales de ese partido deberán regresar al estado mexicano todo el patrimonio de bienes e inmuebles y una vez que se finiquiten sus deudas deberán regresar a la Secretaría de Hacienda lo que reste de los recursos económicos entregados por el Instituto Nacional Electoral (INE).
El PT solo conservará su registro en aquellas entidades de la república en donde superaron el umbral en votación local, entre otros Nayarit.
Desde el origen del PT estuvo ligado al salinato. Uno de sus principales patrocinadores fue el Ing. Raúl Salinas de Gortari, hermano del ex presidente de la república quien junto con Alberto Anaya, los hermanos Alejandro y Oscar González Yáñez, José Narro Céspedes y un luchador social del Estado de Durango apellidado Cruz lograron atraer a su proyecto político a líderes locales que encabezaban movimientos sociales que movilizados en las calles demandaban vivienda digna o terrenos y servicios públicos para familias pobres.
Una de esas organizaciones que tenía presencia en varios estados fue el movimiento revolucionario “Línea de Masas” de tendencia maoísta liderado en Nayarit por el hoy diputado local Jaime Cervantes Rivera fundador de la colonia Prieto Crispín y otras más en esta capital y que desde la fundación de ese partido lo ha conducido como patrimonio familiar.
Jaime en alianza con los hermanos Montiel Arce fundó la Organización de Colonias Independientes que engrosó las filas del PT.
Si bien los principios ideológicos y programáticos de ese partido ponen en el centro de sus objetivos la lucha social, la construcción de un partido de masas, la movilización popular y la democracia interna en la elección de sus dirigentes municipales, estatales y nacionales y los puestos de elección popular. En menos de una década todo quedó en el papel.
Una vez que el PT tuvo acceso a las prerrogativas y puestos de elección popular Alberto Anaya no soltó las riendas de control interno al lado de incondicionales como los hermanos Yáñez, el Dr. José Narro y José Cruz, Jaime Cervantes, el “chueco” Herón y otros más.
Las asambleas nacionales o consejos políticos nacionales eran las pantallas legales para legitimar las decisiones que se imponían desde la cúpula mangoneada por el Alberto Anaya. Él era el gran elector y el inquisidor que premiaba lealtades y castigaba cuando alguien no se alineaba.
Desde la coordinación nacional ejecutiva se designaban las candidaturas de representación popular en el congreso de la Unión y al coordinador de dirección estatal alternándolas entre la misma gente cercana al Lic. Anaya.
Estas mismas acciones antidemocráticas y de farsa se reproducían en cada comité estatal. Sus fundadores se hicieron propietarios del partido.
Esta práctica patrimonialista impidió que el PT creciera cualitativa y cuantitativamente en las entidades en donde tenía presencia política electoral y bloqueaba el surgimiento de nuevos liderazgos que renovaran al partido como así ocurrió en Nayarit.
Su lógica era evidente: si crece el partido será difícil de controlar; si lo mantenemos chiquito nadie los podría desplazar. ¿Cuál fue la estrategia de estos sempiternos dirigentes? Muy fácil. Negociar alianzas de puro pragmatismo con otros partidos grandes de manera de asegurarse el registro legal y el acceso a candidaturas de mayoría y de representación popular.
La época dorada del PT fue su alianza política con Andrés Manuel López Obrador cuando se postuló dos veces como candidato presidencial por el PRD y las demás izquierdas.
Aunque con candidatos ex priístas arribados al perredismo como Ricardo Monreal y Manuel Bartlett y otros no de militancia petista ese partido ex salinista tuvo como nunca bancadas numerosas en ambas cámaras del Congreso de la Unión y el ingreso de millonarias sumas de dinero público y demás prerrogativas que inflaron la chequera del PT.
Todo fue viento en popa hasta la reforma electoral federal del 2012 en la cual desaparecía la coalición de partido bajo un emblema común para remplazarlas por las candidaturas comunes, esto es, que bajo el emblema de cada partido se registrara un candidato común. Entonces para efecto de la conservación legal del partido y del acceso a prerrogativas dependerá de su propia votación; además se elevó el umbral de voto para conservar su registro del 2 al 3%.
Este cambio en la legislación electoral fue veneno puro para el PT que había sobrevivido durante décadas como parásito de López Obrador y del PRD.
La cúpula petista creó el caldo de cultivo de su propia aniquilación.
Esa misma ruta podría recorrer el Partido del Sol Azteca (PRD) si no reorienta su actual política clientelar y patrimonialista que lo tiene sumido en una grave crisis de credibilidad pública…
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