EN MEMORIA DE MI PADRE, ALGUNAS HISTORIAS DEL TEPIC ANTIGUO
(Especial para Nayarit Altivo)
Hace apenas dos meses, el 2 de febrero para ser exactos, me quedé huérfana así literal, huérfana de padre y madre. Con 7 años y pocos días de diferencia del aniversario luctuoso de mi progenitora, falleció el profe Armando Rodríguez Lara, quien me dio el don de la vida y contaba 85 años.
La pérdida por demás dolorosa de los seres que más nos aman es difícil de superar, es la condición donde se pierden el techo y el suelo, donde el abismo nos recuerda que ya casi es tiempo de caer y entonces es cuando se empieza a sobrellevar la vida llena de recuerdos, y tratamos de llenar de memorias también la propia existencia de los hijos. Al menos, ese es mi caso.
No quise desaprovechar la oportunidad que don Oscar González Bonilla me regala para escribir unas líneas en su gustada página Nayarit Altivo, mismas que no sé si se reproducirán en La Güipa por no estar cargadas de visión política y mucho menos de la llamada crítica periodística; esa se las dejo a los decanos, a quienes se atreven a señalar cuestiones que quedan lejos de mis entendederas porque yo no gozo de otra cosa más que del amor a escribir.
Y decía que no quiero desaprovechar el espacio para hablarles precisamente de mi padre. Hay tantas historias del Tepic antiguo que él mismo me contó que la verdad no sé ni por cuál empezar, lo que sí les aseguro es que él amaba escribir tanto como yo, es más bien cuestión heredada, cosa que se trae en la sangre pues.
Mi papá nació el 8 de octubre de 1929. Su bautizo, como el de muchos niños de aquellos tiempos, casi casi ocurrió a escondidas porque el país se encontraba en la revuelta de la Guerra Cristera. Fue el segundo de los hijos de la maestra rural Mónica Lara Díaz y don José Santos Rodríguez Delgadillo, que a la postre sería Presidente Municipal interino de Tepic.
Y de ahí parte la primera parte de esta serie de historias que rodearon a mi padre y por ende son parte de la memoria familiar: Mi abuelo, que fue Secretario del Tesoro de las fuerzas villistas en el occidente mexicano, tenía para dar y repartir anécdotas, mismas que desde niña me acostumbré a oír.
"¿Sabes cómo les decían a los billetes, hija?" Oigo la voz pausada y bien educada de mi papá. "No, papi. Dígame cómo". "Les llamaban 'bilimbiques'". Entonces, contaba que una vez fallecido don Santos, mi abuelo, vino un hombre de apellido Rodríguez (ilustrísimo apellido por cierto, ja ja) a la casa de la calle León casi enfrente del templo de San José, diciendo que era pariente y que venía por encargo de las huestes mismas de Villa a reclamar los fondos que hubieren quedado de cuando las luchas revolucionarias, para seguir adelante con la "causa".
"Y pues cuál causa, si la causa era la de él. Sabe qué tanto papel hizo firmar a mi madre, que todavía estaba muy dolida por la muerte de tu abuelo, que terminó arremangando todo lo que teníamos de mi papá, que se guardaba en un baúl ahí en la causa. Muchos años después nos dimos cuenta de que era un embuste, que al fulano este nadie de los ex condiscípulos de tu abuelo conocía y mucho menos era pariente, y ahí está que nos dejaron sin nada, ni papeles, ni baúl y mucho menos 'bilimbiques'".
"Escriba papá, escriba todo eso, de todo lo que se acuerde escríbalo antes de que se le olvide", le dije hace unos cuantos años. Hace semanas, cuando sacamos sus cosas para donarlas a quien así lo necesite y ordenamos sus documentos, encontré tres intentos de notas del profe Armando, llenándome de nostalgia, pues una decía: "A petición de mi hija Mildred..." inconclusas todas, pero llenas de significado para mí.
Poco a poco recordaré las más y prometo, solo prometo, que la próxima vez escribiré sobre política o la vida social de nuestro país, para no aburrirlos con esas historias del Tepic antiguo que se escribieron con punto fino.
Gracias.
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