Tepic, Nayarit, martes 03 de diciembre de 2024

“Un hombre imprescindible”

Ulises Rodríguez

18 de marzo de 2015

Decía Bertolt Brecht que “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Los hay que luchan por varios años y son más buenos. También hay quienes luchan toda su vida y esos son imprescindibles.” Cada que recuerdo la frase anterior, me es imposible desligarla de mi amigo, el licenciado Rafael Díaz Mayorquín.

Al licenciado Díaz Mayorquín lo conocí hace poco más de 7 años, me lo presentó un amigo en común al que también quiero, respeto y admiro, el doctor Miguel Ángel Navarro Quintero, en alguna de las reuniones donde hablábamos de la situación política, económica y social del estado. Recuerdo que el doctor me dijo que tenía interés de que conociera a un amigo suyo, me tomó por la muñeca derecha y me condujo algunos metros hasta donde estaba aquel hombre de menuda estatura física, frágil, delgado, con una mirada tierna… me saludó con la energía y la fuerza que no lo habían hecho antes y me dijo con un tono de voz vibrante:

-Rafael Díaz Mayorquín, a sus órdenes-

-Mucho gusto señor, yo me llamo Ulises Rodríguez- le dije, aún sorprendido por la vitalidad de aquel hombre.

-Rafael es un hombre admirable, yo le quiero mucho, ha sido un luchador incansable y me honra tenerlo, igual que a usted, entre mis amistades- me dijo el doctor Navarro al tiempo que, por la derecha depositaba su mano sobre el hombro del licenciado y a su izquierda, me miraba fijamente. Así fue como lo conocí.

Con el paso del tiempo y a pesar de la diferencia de edades, surgió entre nosotros una amistad muy especial, la misma que surge entre un maestro sabio y bondadoso y un alumno terco y medio atarantado, pero deseoso de aprender. Cada cita para tomarnos un café, se convertía en una auténtica clase de historia, de política, de economía, de vida… siempre ha tenido un consejo sabio, una palabra de aliento, una enseñanza de vida o alguna anécdota ilustrativa, el licenciado Rafael Díaz Mayorquín es de esos hombres que son imprescindibles.

Recuerdo en particular, una ocasión en que fuimos a tomar café al Intenzzo, su esposa, la señora Diana –una mujer extraordinaria que hace válida aquella sentencia de que “a un lado de un gran hombre está una gran mujer”-, el licenciado y quien esto escribe. Yo estaba en medio de los trámites necesarios para solicitar empleo en Chiapas y la conversación versó sobre aquel estado. Me narró una historia tan entretenida como interesante y sorprendente sobre el doctor Manuel Velasco Suárez, gobernador chiapaneco durante el echeverrismoy abuelo de quien actualmente gobierna aquella entidad. Las horas se nos pasaron aquella tarde como si hubieran sido minutos apresurados. No volví a verlo más por dos años, pues a los días, de manera inesperada viajé a Tapachula, donde viví ese tiempo.

A mi regreso a Tepic, fue de las primeras personas que busqué y a quien quería saludar y saber cómo estaba. Al licenciado lo vi poco durante esos meses, pues él estaba ocupado llevando a cabo el proyecto “Caminemos de nuevo: De Aztlán a Tenochtitlán”, que tenía como propósito el de hermanar a las ciudades que se encontraban sobre la ruta que habían seguido nuestros antepasados en su peregrinación de la mítica Aztlán hasta el sitio donde fundaron la gran Tenochtitlán. Por mi parte, estuve inmerso en los trabajos políticos en la segunda demarcación de Tepic, con la aspiración de participar en 2014 en la contienda local. Volví a saber de él cuando nos invitaron a un homenaje que le harían sus amigos en “El rincón de los recuerdos”.  No sé, la idea de volver a saludarlo y estar presente en un evento tan emotivo me ilusionaba mucho, pero presentía algo malo…

El evento no defraudó, el espacio de aquel local, que es amplio, se empequeñeció ante más de 400 asistentes, la mayoría de los cuales permanecimos de pie y hacinados, con tal de ver a nuestro amigo. Cantaron durante el evento, un joven y su madre. Ese joven, es el hoy famoso Guido Rochín, talentoso nayarita, sin duda alguna. La noticia triste llegó cuando el licenciado tomó la palabra: le habían diagnosticado cáncer y al día siguiente partiría a la ciudad de México para comenzar con los estudios de rigor y su tratamiento.

Tengo presente el nudo en la garganta que sentí y que, al momento de limpiar mis propias lágrimas y otear un poco, había decenas de personas que lloraban silenciosamente también. Ahí fue donde entendí la verdadera trascendencia de Rafael Díaz Mayorquín, un hombre cuyo dolor era capaz de contagiarse a decenas de personas con distinta creencia, militancia, ideología, era un hombre imprescindible. El evento se prolongó algo así como 6 o 7 horas y al ir a saludarlo, antes de retirarme, sólo atiné a decirle lo mucho que lo admiraba, lo mucho que lo quería y que estaba seguro que superaría aquel trago amargo que no sólo era suyo, sino de todos los que lo conocíamos.

Hace poco, unas semanas tal vez, me encontré a su entrañable amigo y también admirado activista, doctor Víctor Joel Robles y con un poco de temor, le pregunté sobre el estado de salud del licenciado Díaz Mayorquín, aprovechando que el aludido saludaba a unos metros a don Jorge González González, también persona de mis afectos.

-Ulises, ¡fue un verdadero milagro!, en México le han hecho estudios y estudios a Rafael y no le encontraron nada… las oraciones surtieron efecto y tenemos Rafa para rato- me dijo emocionado el doctor Joel Robles, con los ojos llenos de alegría debajo de su poblada ceja.

En verdad se trató de un milagro, estoy seguro. No podía estar más equivocado en la primera impresión que me causó el licenciado Díaz Mayorquín –la de tener una apariencia frágil-, en realidad, es un hombre fuerte, inteligente, mucho más que muchos de nosotros, el licenciado es un gigante, es un hombre imprescindible de esos de los que habla Bertolt Brecht.

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