Tepic, Nayarit, jueves 21 de noviembre de 2024

La lucha entre reformistas

Octavio Camelo Romero

14 de mayo de 2014

Ahora más que ayer, es conveniente recordar la diferencia sustancial entre Capitalismo y Neoliberalismo. No son una identidad, no son una y la misma cosa. Una confusión similar surgió cuando erróneamente se generó la identificación del Imperialismo con el Capitalismo. En ambos casos son cosas distintas, aunque una se derive de la otra. Y no es que alguien pretenda confundirnos, sino más bien obedece a las limitaciones históricas del desarrollo capitalista a principios del siglo pasado. Tanto Imperialismo como Neoliberalismo pertenecen a lo que Marx clasificó como “Superestructura”; ambos pertenecen al campo ideológico-político. El propio Lenin clasifica al Imperialismo como “superestructural”. Y hoy queda perfectamente evidente su función político-ideológica de gendarmería de los intereses del Capital Mundialmente Dominante. Porque dentro del capitalismo “global” existen ciertos capitales hegemónicos, dominantes en el planeta. Sin embargo, su mundialización ha generado una trabazón que difícilmente podemos darles nacionalidad.

Un caso semejante es el del Neoliberalismo; pertenece al campo superestructural y su función político-ideológica es desmantelar al Estado del Bienestar y someter al Estado al servicio exclusivo de los intereses del Capital Mundialmente Dominante, esto es, crear el Estado Neoliberal. Por eso hablar a favor del Estado de Bienestar es equivalente a estar en contra del Neoliberalismo. Lo peor para los luchadores sociales es identificar a la lucha contra el neoliberalismo con la lucha revolucionaria. El cambio de una política pública dentro del capitalismo no resolverá las contradicciones sociales. La polaridad entre miseria y riqueza no se acaba, como tampoco se acabará la lucha por el mercado, la quiebra de los capitales débiles, la centralización y la concentración del capital, etc.

No hay capitalismos buenos, mucho menos bondadosos y humanistas. El “Estado de Bienestar” se debió a la presencia del “campo socialista”. Pero en cualquier capitalismo hay  explotación, opresión, racismo, colonialismo y guerras si es preciso. Los capitalismos de Estado y las políticas asistenciales y distributivas del ingreso forman parte del capitalismo mundial. La diferencia entre los gobiernos que son agentes directos del Capital Dominante y los gobiernos que tratan de tener algún margen de maniobra, estriba en que estos últimos son gobiernos que aplican políticas públicas para, al mismo tiempo que defender las ganancias de los capitalistas y transferir plusvalía a los capitales a través de subsidios al consumo popular y a los servicios. Además controla los movimientos sociales y las protestas obreras y evitan la organización independiente de los trabajadores o de la ciudadanía.

No hay gobiernos nacionales y populares. Todos son capitalistas; aceptan el despojo de la minería y practican el extractivismo que destruye los mantos acuíferos, los bosques, los suelos, los minerales y además contaminan el ambiente; privilegian el crecimiento económico sobre el desarrollo humano, reducen al mínimo los derechos humanos y sociales y limitan los márgenes de la democracia. Por lo tanto no son populares ni tampoco son nacionales. El problema surge cuando los luchadores sociales o marxistas no tienen claridad del asunto.

Un caso semejante surge con el diferendo entre la Iglesia Católica Mexicana y el Estado Neoliberal Mexicano. La Arquidiócesis Primada de México sostuvo que hay un “Estado fallido” debido al incremento de personas en pobreza y la escalada de violencia. Y también puso en tela de juicio la “fiebre reformista” del gobierno. “Los autores de los cambios son agoreros del éxito, del desarrollo sostenido por la explotación de los recursos naturales, de oportunidades para todos y de una prosperidad que no se verá en lo inmediato sino a medida que las reformas estén en vigor y tengan eficacia jurídica”. Ya en el marco de la 97 Asamblea Plenaria de La Conferencia del Episcopado de México, los obispos habían advertido que “las reformas y cambios serán letra muerta y beneficiarán a los de siempre y a los depredadores del país, si no se transforma lo esencial”. Pero lo esencial no es cambiar el régimen capitalista, sino simplemente paliar la crudeza de la explotación con subsidios al estilo del “Estado de Bienestar”. Esa es
la real postura del Vaticano.

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