Tepic, Nayarit, jueves 21 de noviembre de 2024

El PAN en la tercera edad

Jorge Javier Romero Vadillo

13 de junio de 2020

Acción Nacional ha cumplido 81 años. No son pocos los años de permanencia en la vida política mexicana para un partido, el más longevo de los actualmente existentes —si se considera que el PRI nació en 1946, aunque heredó el control político forjado con la creación del PNR en 1929 y fortalecido con el pacto corporativo de 1938 que lo transformó en PRM—.

El PAN surgió en el penúltimo año del gobierno de Lázaro Cárdenas en buena medida como respuesta a la creación del Partido de la Revolución Mexicana, poderosa maquinaria articuladora de la red de organizaciones y clientelas con base en las cuales Cárdenas impulsaba su proyecto reformista. Cuando Manuel Gómez Morín y Efraín González Luna reunieron en el Frontón México al grupo fundador de lo que durante varios años no sería más que un embrión partidista, en Europa acababa de estallar la Segunda Guerra Mundial, al final de una década que había visto avanzar los proyectos antiliberales impulsados por partidos de masas en alguna medida parecidos al que en México se había formado alrededor del presidente de la República.

El PAN nació para oponerse a las reformas sociales cardenistas, en las que los fundadores veían el camino hacia el comunismo de corte soviético. En aquel partido primigenio el cemento unificador era el anti comunismo, que veían encarnado en el general Cárdenas y en la eminencia gris de la creación del PRM, Vicente Lombardo Toledano, antiguo condiscípulo de Gómez Morín aunque ya para entonces convertido en su némesis. En la cuna panista coincidían, así, liberales opuestos a la “política de masas” con intelectuales de formación católica inspirados en la naciente “doctrina social de la iglesia”, enemigos del anticlericalismo de la Revolución Mexicana y entre los que no faltaban simpatizantes de la “cruzada” franquista triunfante en España después de haber arrasado a la República democrática; entre los fundadores tampoco faltaron algunos abiertos simpatizantes del nazismo.

En su cuna, el PAN apoyó de manera simbólica la campaña de Juan Andreu Almazán, general aupado a la candidatura presidencial por los empresarios regiomontanos y por la iglesia católica; —al menos eso contaba Manuel Gómez Morín a los esposos Wilkie poco más de veinte años después, aunque ahora una biógrafa y algunos de sus herederos nieguen la participación de Acción Nacional en aquella contienda. De cualquier forma, el papel que pudo jugar el partido entonces fue irrelevante.

No fue poco, sin embargo, mantener viva a la organización durante los primeros seis años de vida, sólo con publicaciones y discusiones políticas, sin posibilidad de acceso a cargos de elección. Un partido político sin posibilidades reales de acceder al poder ni siquiera en sus más reducidas esferas. Poco más hubiera durado Acción Nacional de no haber sido por la reforma electoral de 1946 y el acuerdo entre el gobierno de Manuel Ávila Camacho y su primera dirección.

La infancia del PAN se desarrolló al amparo de las instituciones electorales diseñadas para proteger al recién nacido PRI de la competencia, pero que generaron reglas propicias para la subsistencia de las organizaciones toleradas por el régimen. Sin la anuencia gubernamental, el partido nunca hubiera conseguido su registro, pues para hacerlo requería realizar asambleas estatales avaladas por notarios o jueces de paz, cuyos puestos dependían de los gobernadores de los estados.

Los siguientes treinta años fueron para el PAN los de la leal oposición a un régimen al que sus integrantes decían detestar pero en el que se acomodaron bastante bien; entre 1946 y 1961 en cada elección federal se le reconoció un pequeño número de diputados a costa de los llamados “sacrificados” del PRI e incluso algunos de sus candidatos municipales lograron arrancarle triunfos a la todopoderosa maquinaria clientelista y corporativa del partido del régimen. A partir de 1964 los incentivos para su permanencia aumentaron con las llamadas diputaciones de partido, antecedente de la representación proporcional, y en 1967 un panista ganó por primera vez la alcaldía de la capital de un estado, Mérida. El PAN se había especializado en aprovechar las ventajas del sistema electoral proteccionista y sobrevivía con su pequeña tajada del reparto político como el partido de la clase media católica excluida de las redes de representación corporativa. La crisis de la adolescencia le llegó al partido en 1975, cuando quedó atrapado entre la doctrina y el pragmatismo y no pudo postular candidato presidencial para 1976.

La reforma política de 1977 le permitió al PAN desplegar en mejores condiciones sus habilidades para aprovechar las reglas del juego del sistema electoral no competitivo; en las elecciones de 1979 se llevó casi la mitad de los escaños destinados a los partidos minoritarios y cuando en 1982 vino el rompimiento de parte de los empresarios del norte del país con el régimen, el destino natural de su disidencia fue Acción Nacional. Con el matrimonio con aquellos empresarios enfurecidos por la nacionalización bancaria y el derrumbe económico le llegó al PAN la edad adulta. El abordaje empresarial llevó a la organización a la eclosión electoral en 1983, cuando por primera vez se mostró realmente como una fuerza con capacidad de ganar elecciones y gobernar, aunque fuera en el ámbito municipal. Los pragmáticos habían triunfado sobre los doctrinarios herederos de los fundadores y la reforma política, con su cambio limitado de reglas del juego convertía al maduro partido en un buen vehículo para retar al monopolio del PRI.

El rompimiento del PRI, que se concretó en la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas a la presidencia en 1988, interrumpió la tendencia al alza de los porcentajes electorales del PAN, pero la coalición de hecho que estableció el partido con el gobierno de Salinas le permitió al PAN influir en las reformas de entonces, al grado de que sus tres demandas históricas de reforma constitucional —la del artículo 27 para hacer a los campesinos propietarios de sus tierras, la del artículo tercero para permitir a la iglesia impartir educación básica y la del 130 para otorgarle a los ministros de culto derechos ciudadanos— fueron satisfechas. Al final del gobierno de Salinas, el PAN parecía un partido serio, con programa y disposición de construir acuerdos para sacarlo adelante.

Sin embargo, cuando finalmente el PAN ganó la presidencia en 2000 no fue capaz de construir una coalición en torno a un programa definido. Su candidato triunfante, Vicente Fox, estaba lejos de tener un proyecto claro y gobernó saliéndole al paso como pudo a los asuntos de la agenda pública. Su sucesor, Felipe Calderón, atrapado por la debilidad con la que llegó a la presidencia, contemporizó con los intereses creados y utilizó la institucionalidad corporativa, en contra de la cual nació Acción Nacional, para sostener su endeble gobierno.

Fuera del poder, después de quedar en tercer lugar en la elección presidencial, el PAN ha llegado a la decrepitud. Una organización especializada en sobrevivir con las reglas del juego del régimen autoritario pero que logró aprovechar bien las circunstancias de la ruptura del monopolio político, se quedó sin proyecto y sin horizonte. Sin duda no desaparecerá, al menos no en el corto plazo, pero le espera una larga travesía del desierto hasta que logre reformular sus objetivos y reconstruir su liderazgo.


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