La última y nos vamos
Oscar González Bonilla
29 de Julio de 2019
La entrevista con Angélica Cureño Sotelo transcurrió sin sobresaltos, aterciopelada, por casi media hora bajo el techo de curvas láminas de acrílico de Plaza Milenio. Fueron buen número de preguntas que provocaron remontara mi pensamiento a la visita durante la década de los ochenta a las diferentes cantinas diseminadas en la ciudad de Tepic.
La autora de libreta de apuntes y cámara cimarrona, reportera de oficio, con grandes dotes para el desempeño de la actividad, preparaba trabajo con el tema Ocio y Cantina para incorporarlo a la Enciclopedia del Centenario, publicación de cien libros virtuales con motivo de cumplir Nayarit cien años de constitucionalmente haber sido declarado Estado libre y soberano.
Todo iba a pedir de boca en mi relato sobre cuitas y desvaríos los fines de semana de sibarita. Un instante hubo que Angélica Cureño me pregunta si tengo alguna anécdota ocurrida durante los muchos días de asistencia a las reconocidas cantinas y bares de la capital nayarita. Mi mente se quedó en blanco, de momento no recordé ninguna.
Ella misma me habló sobre breve relato de un suceso curioso que endenantes le había platicado. Ocurrió que Sergio Naya Fregoso (qepd) y yo llegamos al casino María Magdalena donde hacia buen rato había concluido un concurso de Miss Gay, no sabíamos de tal acontecimiento, pero en la caza de mujeres de acompañamiento logramos enganchar unas…Pero mejor si usted tiene la buenaventura de leer el trabajo periodístico de Angélica Cureño, allí encontrará el desenlace de este tierno y accidentado evento. Se lo recomiendo.
Más tarde recordé que hay en mente varias anécdotas ocurridas en los días de copas. La reflexión de ellas me llevó a redactar estas vivencias luego que por idiota no supe bien contestar lo pedido por Angélica. Quiero platicar de una muy dramática que todavía me conmueve, me produce sentimiento intenso.
Como citado fue, transcurría la década de los ochenta. Una noche me hallaba en una de las tantas cantinas antedichas, departiendo con amigos y otros no tanto. No ubico la razón por la que entre el grupo estaba un homosexual joven, calculo entre 26 a 28 años de edad, delgado, moreno y estatura que rebasaba el 1.70 metros.
Hice el comentario que más tarde iría a visitar un bar recomendado por la buena cantidad de mujeres. El sitio se ubicaba por la avenida Insurgentes al oriente de la ciudad, frente a la planta lechera San Marcos. Hasta allá me transporté solo y mi alma (decía mi madre). Llegué al lugar que era una casa-habitación avituallada para funcionar como cantina. El ambiente se hacía tétrico porque el local estaba a media luz. Y aunque en verdad había hermosas mujeres, el ambiente no me agradó lo suficiente.
Sin embargo, me ubiqué en una mesa y pedí bebida. En la observación del movimiento estaba cuando apareció en el lugar el joven homosexual, me saludó pero luego se perdió en el rejuego del ambiente de asistentes varones y jolgorio de mujeres. La noche que seduce, pues.
No fue prolongada mi estancia en el lugar, opté por salir a la avenida con el propósito de abordar un taxi. Era de madrugada. Largo rato permanecí en la ruta vehicular hacia el oriente sin que pasara uno solo de los autos de alquiler. Entonces decidí cambiar de acera, es decir, cruzar hacia la vía que corre al poniente, con dirección a la avenida México. Pero la espera también de muchos minutos fue infructuosa, ningún taxi a la vista.
Entonces me dio por caminar sobre la zona asfaltada de la calle, con la esperanza de más adelante encontrarme con un taxi. Fue en ese instante cuando detrás de mí sentí pasos, alguien me seguía, regresé la mirada y me di cuenta que el joven homosexual iba tras mis huesos. Me alcanzó y conmigo empezó a charlar de cosas sin trascendencia, más bien pretendía quedar bien, congratularse.
Recuerdo que numerosos grupos de personas invadieron terrenos de lo que en el futuro sería la colonia 2 de Agosto. Hacía ya buen tiempo de haberse establecido en el sitio que de inicio se conoció como Cartolandia, pues las improvisadas viviendas eran de lámina y de cartón. Entre algunos tepiqueños se decía que el lugar era nido de delincuentes. El apoderamiento ilegal de los terrenos ocurrió poco antes que dejara Rogelio Flores Curiel el gobierno de Nayarit, quien heredó el problema político-social a don Emilio M. González que asumió el poder sexenal en 1981.
Pero para cuestiones de nuestra historia la colonia 2 de Agosto estaba en pleno desarrollo. Nosotros nos hallábamos cerca de los linderos del peligroso sitio aquel. Nuestro andar de pronto tuvo un súbito alto, cuando de entre la oscuridad, pertrechados en árboles de la banqueta a desnivel, aparecieron tres jóvenes que nos enfrentaron.
Uno de ellos directo se dirigió hacia mí, navaja en mano derecha. Me encaró amenazante para que le entregara todo lo de valor. Sin pensarlo un segundo, rápido le entregué un reloj de pulso, que para acabarla de amolar me había prestado Pedro Pulido Alegría, mi compañero de trabajo en Notisistema. Distrajo en ese momento la atención de asaltante y asaltado ver que mi amigo ocasional estaba trenzado a golpes con los otros dos delincuentes, opuso resistencia al atraco.
El muchacho se desatendió de mí y fue a reforzar a sus compañeros, que pese a ser mayoría perdían la batalla. Entre los tres finalmente dejaron a su víctima tirada en el pavimento de la calle para enseguida huir en despavorida carrera. Me acerqué para ver en las condiciones que se encontraba mi compañero de aventura. Lo habían apuñalado en varias partes del cuerpo.
En eso estaba cuando en el lugar se paró una camioneta. Vi que el solitario conductor era Manuel Santos (qepd), chofer de Alejandro González Sánchez, entonces presidente del PRI estatal. Qué pasó, Oscar, me dijo. Rápido le comenté lo ocurrido y le pedí fuéramos a la Cruz Roja, estábamos cerca, para pedir auxilio de una ambulancia. Así lo hicimos, nos regresamos detrás del vehículo de socorro público y luego de recoger al herido regresamos al hospital para cerciorarnos que recibiría atención médica. Enseguida pedí al oriundo de Compostela retirarnos del lugar para evitar problemas legales. Me llevó a mi casa.
Al día siguiente me enteré que el joven homosexual había muerto. No tuve más que manifestación de pesar por hecho tan desgraciado.
De esta anécdota no tuvo conocimiento Angélica Cureño porque jamás el recuerdo vino a mi memoria. Terminada la entrevista, la reportera me dijo: “Cómo te sentiste”. Bien, le contesté. Pero tenía mucho calor, sentía que me quemaba, culpé a las láminas curvas de acrílico del techo. No, en realidad era bochorno, sonrojo de vergüenza por haber hecho públicas intimidades con registro en la grabadora digital, aparato al que la reportera no sé cómo nombra.
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