Afición al ocio de cantina
Oscar González Bonilla
26 de Junio de 2019
Resulta que la autora de las versiones libreta de apuntes y cámara cimarrona me solicitó entrevista. Habrase visto, el entrevistador entrevistado. Me pregunté: ¿qué tanto podría yo decir de interés periodístico? Luego trasladé mi imaginación a los cientos de personajes a quienes he sometido a interrogatorio, debe halagar ser fuente de información, pero a la vez recordé lo dicho por el Mtro. Francisco Javier Castellón Fonseca: “Una entrevista con don Oscar es como ir con el Psicólogo”.
Luego Angélica Cureño Sotelo, maestra en la Escuela de Comunicación y Medios de la UAN, me aclaró el panorama. Dijo estar dedicada a realizar un trabajo periodístico que le dieron a escoger para la Enciclopedia del Centenario que promueve CECAN con la publicación de cien libros virtuales en 2017, cuando se cumplen cien años de la erección de Nayarit como estado libre y soberano. Le gustó mucho más el tema de Ocio y Cantina. ¿Singular, no? Pues a pocos se nos hubiera ocurrido semejante osadía.
La razón por la que me escogió para ser entrevistado, la desconozco. Será por el cariño que nos profesamos ambos o por la profunda amistad de años, aunque cuando nos conocimos en 1991 como trabajadores los dos de la empresa televisiva local XHKG, ella diseñadora gráfica del departamento de producción y yo director de noticiarios, le caí gordo, antipatía que el tiempo superó para convertirse en amor de amigos.
Mas bien deduzco que alguien le dio referencias mías sobre el gusto por la chupaleta cuando más joven, la bohemia en las cantinas y la convivencia con compañeros de oficio periodístico y bebedores consuetudinarios de toda laya. Quizá, pero lo cierto es que debería declararle a ella mis cuitas y desvaríos cuando menos en el transcurso de los años ochentas.
No podía negarme, por tanto acordamos como punto de reunión para el día siguiente el café Diligencias, y de antemano ella propuso realizaríamos la entrevista en instalaciones del Congreso del Estado. Llegué puntual, pero de Angélica ni sus luces. A la mesa se agregó mi amigo Mauricio Cánovas Moreno, con quien sostuve amena charla. Fue culpable de que desistiera de la idea de ir con mi música a otra parte, pues la autora de los dichos libreta de apuntes y cámara cimarrona no llegaba.
De pronto apareció ahora su delgada figura, venía echa la mocha, apurada por la tardanza. En cuanto se sentó fue abordada por Mauricio e iniciaron plática sobre temas de alta política, de lo cual casi nada entiendo. Sin chistar esperé paciente, alcabo yo no tenía prisa. Fue Angélica quien de súbito cortó la conferencia informal. Listo, Bonilla, vámonos, autoritaria como de momento es.
Insistía ir al Congreso del Estado. Le hice ver que en ese sitio el único lugar donde podríamos hacer la entrevista es la biblioteca, pero como yo alzo la voz por razón de que no dimensiono el tono por problemas de sordera, ello provocaría malestar a los visitantes que acostumbran silencio casi absoluto. Le propuse fuéramos enfrente de donde nos hallábamos: Plaza Milenio, donde mi hermano Roberto Efraín es el rey, el mandamás, pero él ausente por reciente cirugía en la columna vertebral, no importa. Obediente me siguió para cruzar la avenida México, me pareció un gesto de buena voluntad de su parte, o se impuso el machismo, o se disciplinó por la necesidad de la entrevista.
En el negocio que administra Chela, esposa de mi hermano, y él cuida como celoso guardián todos los días, posesionado en una de las dos puertas de entrada, conseguí dos sillas con la mujer que les ayuda, mismas que instalé vis a vis en el pasillo de oficinas a cada lado, techado éste con curvas láminas de acrílico. Puesto el escenario, los actores iniciamos la obra.
Con base en buen número de preguntas, Angélica Cureño me hizo recordar asistencia a cantinas como El Casino que por las calles Lerdo y Durango administraba Tanilo, menos conocido como Estanislao Gómez; El Bar Tepic, Sierra de Álica, una conocida como Los Gedentinos por la avenida Juárez en lo que hoy es el edificio del hotel Real de Don Juan; La Posta, El Obrero, Chendo’s Bar, Los Arcos, El Prado, Las Calandrias, la de Chico Galindo más allá del parque Juan Escutia, el montón que se concentra por la calle Veracruz entre Bravo y Victoria, las de El Parián, El Charro, La Guarida del Zorro, El Zarape Bar, La Cima, El Paraíso….
La mayoría de las cantinas en mención funcionaban en el primer cuadro de la ciudad de Tepic, muchas desaparecidas porque les ganó la apertura de centros botaneros que en distintos rumbos de la capital nayarita crecieron de forma exponencial. Platiqué cómo los fines de semana, de preferencia la tarde-noche del viernes, acudía para gozar del ocio de la cantina. Charlas inmensas con compañeros de oficio sobre variopintos temas, juego de dominó o huesito, o bien el canto bohemio. Amo la música, porque soy hijo de músico.
No había estrechez económica en esos tiempos, trabajaba en Notisistema-Tepic, empresa que pagaba bien y el día de la quincena, seriedad administrativa que hoy extraño. Pero además desarrollaba mi actividad informativa sin restricción, no había compromisos económicos, muchos menos políticos. El exhorto siempre fue que hiciéramos buen uso de la libertad de expresión. Me pagaban por lo que me gustaba hacer. Esa fue la razón de que nunca falté al trabajo. La ingesta de alcohol jamás venció mi responsabilidad.
Varias fueron las ocasiones que la bebeta se prolongó hasta la embriaguez. En la madrugada caíamos a la zona roja, en ese tiempo por Zaragoza y tope, así se le conocía, es decir, pasando la avenida P. Sánchez donde hacía calle cerrada, o bien a la casa de citas El Turista de Abasolo y casi Ures. Allí uno se topaba con el amor tarifario. “Cuando las luces se encienden y la pista se ilumina, es noche de variedad. Casa Esther presenta”…. anunciaba el merolico de años de nombre Valente. Y una a una hermosas mujeres bailarinas con voluptuosos cuerpos que incitan al ayuntamiento, pasaban a hacer su show. Ahorita recordé a José Torres Zamora (qepd), más conocido como “El Cocoy”, compañero periodista venido de Santiago Ixcuintla que decía que cuando despertaba al día siguiente su expresión era: On’toy, dirigía la mirada al techo y luego a los diversos rincones del cuarto, pero su angustia aumentaba cuando cuenta se daba que estaba en una cama que no era la suya y al lado una mujer que no era su esposa. On’toy, repetía este simpatiquísimo personaje que a los amigos comentaba: “Cuando tomas tequila, amaneces con la boca apestosa a mierda, pero cuando bebes huisqui, el olor es a florecitas”. Seguiré comentarios de este tema en breve ocasión.
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