La galopante contaminación ambiental
Sergio Mejía Cano
17 de Mayo de 2019
Más o menos en la segunda mitad de la década de los años 80 del siglo pasado, recuerdo haber leído un artículo en una revista de origen extranjero pero con suscripciones en nuestro país, en donde se hablaba sobre la contaminación ambiental en el entonces Distrito Federal (DF) que ya se tornaba casi insoportable, y que era tanta la exageración al respecto que hasta se corría el rumor de que se habían llevado con urgencia a un hospital a una persona a la que se le habían detectado bolitas de materia fecal en los pulmones.
Esto último fue lo que más se me grabó de dicho artículo, porque se hablaba de partículas nocivas que pululaban en el aire del DF, así como grandes cantidades de partículas de metales pesados y desde luego de gasolina, diesel y otros combustibles que se utilizaban en las industrias tan abundantes en la capital del país.
Y esto me hizo recordar que en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, la Universidad de Guadalajara (UdeG), a finales de los años 90 o principios de este siglo XXI, llevó a cabo un estudio de monitoreo de la calidad del aire, haciéndolo en horas tanto del día como de la noche, y los resultados salieron alarmantes, ya que se dijo que de acuerdo a esos estudios se determinó que la calidad del aire resultó ser más nociva en la madrugada que en el día cuando el tránsito de vehículos era mucho mayor que en la madrugada, por lo que se le atribuyó este hecho a que las fábricas establecidas en la Perla Tapatía, por trabajar a toda su capacidad en la madrugada, posiblemente contribuyeran más a la contaminación ambiental que los vehículos automotrices en sí.
Y ahora en la hoy llamada Ciudad de México (CDMX) y sus alrededores están que no se la acaban por una terrible contingencia ambiental que al parecer ya rebasó todos los pronósticos habidos y por haber y más en estos días en que para acabarla de amolar el Popocatépetl contribuyó con su granito de arena lanzando al Valle de México enormes cantidades de ceniza; y si bien este pasado miércoles 15 del presente mes llovió en la CDMX, la caída de agua no fue suficiente para bajar suficientemente toda esa nata de humo y partículas que se dice están por encima de la ciudad y posiblemente a ras del suelo, debido a que es tal cantidad de humo por los incendios forestales del entorno, así como la emisión de gases por la combustión de miles de vehículos que, aunque se haya redoblado el mentado “hoy no circula”, aun así no ha servido para nada; sin embargo, a esto también habría que agregarle la posible contaminación que en alto grado emanan de tantas industrias establecidas tanto en la misma CDMX como en los estados circunvecinos.
Pero como casi siempre pasa, de inmediato han surgido voces que pretenden llevar agua a su molino echándole la culpa de todo a las actuales administraciones tanto de la misma CDMX como al Gobierno Federal, acusándolos de ser los causantes de todos estos males por las que están atravesando debido a un supuesto recorte presupuestal a las áreas encargadas del medioambiente, como si la emisión de contaminantes se pudiera aplacar con dinero o se pudieran apagar los incendios forestales o se pudiera evitar la emanación de gases y demás contaminantes causantes de todo ese negro aire que no deja ver con claridad lo que antes se dijo ser la región más transparente del aire, según el escritor Carlos Fuentes.
Es obvio que todo esto no es debido a una mala administración de los actuales gobiernos, sino que es algo que algún día tenía que colapsar por una mala atención a lo que ya se veía venir pero que al parecer nadie hizo caso o a nadie le importó o tal vez las anteriores autoridades dejaron pasar para que a otras administraciones les tronara el cohete, tal y como ya aconteció.
Nadie podría negar que precisamente nosotros los humanos somos los verdaderos culpables y causantes de estas contingencias ambientales, de la tremenda contaminación de mares, ríos, arroyos y el esmog en las ciudades; responsables de que el cambio climático ya sea una palpable realidad por tanta tala de árboles convirtiendo bosques y matorrales de todo tipo en una plancha de concreto para dar espacio a áreas habitacionales de los mismos seres que después se quejan de que el calor esté aumentando, como por ejemplo aquí en Tepic, en donde el clima ha cambiado considerablemente por haber desaparecido infinidad de áreas verdes para dar paso a múltiples viviendas, tapando con cemento el paso natural del agua de lluvia para fortalecer los mantos freáticos.
Sea pues. Vale.
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