FRANCISCO CRUZ ANGULO
Oscar González Bonilla
02 de Octubre de 2018
En mí hondo es el pesar por la desaparición física de Francisco Cruz Angulo, al lado de quien hace más de 40 años inicié en el periodismo. Él como jefe de redacción del Diario del Pacífico y yo como reportero de nota roja.
Me enseñó a dar los primeros pasos en el oficio. Como redactor fue Pancho el encargado de dar sentido e ilación a notas de las que yo sólo llevaba datos. Pero fue tesonero conmigo en el interés de que redactara mis propios trabajos, propósito que finalmente se logró.
Así transcurrieron los años. Aunque tomamos caminos diferentes, nunca dejamos de frecuentarnos. Nos echábamos la mano con material propio para su publicación en revistas que ambos producíamos. Todavía él seguía escribiendo su crítica columna nombrada Conjeturas. La última colaboración que de Pancho recibí con fecha 28 de septiembre lleva el título de “Novedosa alternativa política: una federación nacional de partidos políticos locales”.
En los últimos tiempos, Pancho invitaba a varios amigos a tomar cerveza (hubo quien lo criticara al indicar que financiaba borrachos), lo cual aderezamos con pláticas intensas sobre los diversos temas políticos de actualidad, pues él poseía riguroso sentido analítico producto de su actividad en el periodismo y su participación en la militancia partidista (PT).
Angulo, como así era mejor conocido por ser este apellido más pegajoso, de manera periódica vía telefónica se comunicaba conmigo, como lo hacía con varios amigos, con el propósito de afinar detalles sobre alguna información de su interés para publicar en su columna, que pese haber perdido casi en su totalidad la visión, con ayuda de familiares, redactaba casi diario. El suyo fue un ejemplo tenaz.
Hará como cuatro días que me llamó, y entre otra de bastantes cosas, me comentó que la muerte rondaba muy cerca de su casa -vivía en Xalisco, colonia cercana al fraccionamiento conocido como Puerta del Sol-, pues habían muerto tres personas que habitaron por ese rumbo. Yo me le quiero escapar, me dijo. Salte a la chingada de allí, para que la pinche muerte no te encuentre, le contesté en son de broma. Mi estimado amigo fallece casi a los 70 años de edad, los cumpliría el 10 de noviembre, a consecuencia de males renales.
Me parece prudente incluir aquí párrafos de la historia de su vida que me comentó para la edición de un libro, cuyo material hace más de cinco años está en cartera, sin embargo no pierdo la esperanza de que de un momento a otro haga su aparición pública. Precisamente Francisco Cruz Angulo comentaba que el libro debería ser publicado, porque a lo mejor en cualquier momento me muero. Le fallamos al respetable amigo.
Francisco Cruz Angulo nació en la ciudad de Tepic, capital del Estado de Nayarit, el 10 de noviembre de 1948. Hijo de Baudelia Angulo Hernández y Bulmaro Cruz López, ella originaria de Santiago Ixcuintla, él de Oaxaca. Su vida llegaba a tres años cuando quedó huérfano de padre, mientras que su madre viuda, tuvo que emigrar para formar nueva familia.
Desde temprana edad su crianza quedó bajo la responsabilidad de su abuela materna Ignacia Hernández Godínez. Ella se encargó de instruir, educar y dirigir, pero sobre todo de inculcarle valores morales. Enérgica fue la formación por el carácter duro de la abuela, por eso a partir de los cinco años de edad Francisco ya fue apto en la venta de gelatinas, paletas y periódico, así como cargar canastas en el mercado para cumplir con la exigencia de llevar dinero a casa. Hizo la abuela que valorara la posibilidad de estudiar en condiciones de pobreza. Al final, es expresa su gratitud por la enseñanza para enfrentar adversidades de la vida con base a principios sólidos.
Cursó la instrucción primaria en la escuela Cuauhtémoc, que en ese tiempo era anexo de la Normal Urbana. Seis años importantes en su educación, pero sobre todo el sexto grado donde la Profesora Agustina halló en Francisco inclinaciones a la literatura. De la mano lo llevó a la lectura, también a escribir las vivencias de la obra leída. Como estímulo, la maestra lo pasaba al frente del grupo para leer lo escrito, pero Cruz Angulo, el alumno, tenía el problema de la tartamudez.
La padecí desde pequeño, comenta, pero en mi familia no hubo dinero, pero tampoco conocimiento, para que fuera tratado por un Psicólogo. Al paso del tiempo me di cuenta que mi tartamudez era, más que nada, problema de inseguridad personal. En el fondo, temía enfrentar a la gente, era una forma de evadir responsabilidad, así como una manera de rebelarme a mi abuela por la dureza de su carácter. En ocasiones me metía a la boca un montón de piedras para que corrigiera el habla, pero lo único que provocaba era que arrojara sangre.
Cree que la maestra Agustina, con sus actitudes, colaboró para medio vencer el aislamiento hacia sus compañeros provocado por la tartamudez. Sentía gran alivio cuando recibía el aplauso del grupo al término de la narración de sus escritos, incluso su ego se elevó cuando la maestra lo puso a calificar a sus compañeros alumnos tareas de español. “Para mí era un orgullo”. La maestra Agustina conminaba a Francisco a la lectura, pero dice que en la pobreza que vivía sólo alcanzaba para historietas de monitos como Tarzán, El Charrito de Oro y Tawa.
Empezó la secundaria en la Normal Urbana, a donde tenían acceso directo los egresados de la primaria Cuauhtémoc. Era director Enrique Hernández Zavalza. Estaba ante la oportunidad de obtener el título de educador en tres años de estudio, porque cursar la secundaria en esa escuela era el equivalente a la Normal. Asegura que desde entonces tuvo propensión a la enseñanza.
En ese centro escolar fue determinante para la formación de Francisco la maestra Carmen Fonseca, titular de la materia de español, porque la orientación sobre títulos de lectura fue fundamental, además alentó la vocación a redactar. Debía conocer la herramienta gramatical para construir bien el lenguaje escrito. Por ello, a los 14 años de edad comenzó la elaboración de un diario, en el que plasmaba ocurrencias, vivencias y emociones. “Eso mucho contribuyó a vencer mi timidez, el miedo a dialogar con otros chamacos”.
Francisco sólo cursó el primer año en la Normal Urbana, porque a falta de recursos económicos en casa, la abuela Nacha decide mejor ponerlo a trabajar, aunque en el adolescente bullía el gusanito de volver a estudiar.
La historia, realizada mediante entrevista de semblanza, es larga. Pero por razones de tiempo y espacio hasta aquí le dejamos.
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