Servicio social incómodo
Sergio Mejia Cano
12 de Abril de 2018
Es muy conocido por buena parte de la ciudadanía que en todas las profesiones hay de todo, buenos, malos y peores. Hay profesionistas con una verdadera vocación de servicio en lo que se prepararon; sin embargo, los hay quienes se dice y se intuye que compraron su título o que lo obtuvieron únicamente para satisfacer el ego paterno.
El Congreso Estatal de Nayarit se ha solidarizado con el médico oaxaqueño Luis Alberto Pérez Méndez, quien ahora se encuentra preso en su tierra natal acusado de negligencia médica porque uno de sus pacientes falleció cuando él lo atendía.
Su encarcelamiento ha ocasionado muchas muestras de apoyo para con el médico Pérez Méndez por parte de otros médicos en la mayor parte del país, al igual que el Poder Legislativo en Nayarit, pues sin una averiguación a fondo fue apresado y encarcelado sin más.
En las redes sociales circula una semblanza atribuida al mismo médico hoy encarcelado en donde da cuenta de lo azaroso de su vida para obtener el título de la profesión que tanto sacrificio le costó según esta carta en donde narra todas las peripecias desde que a los 18 años de edad tuvo que abandonar su terruño para lograr su cometido de convertirse en médico ortopedista pediatra. En su reflexión señala que con el esfuerzo de sus padres fue que comenzó a estudiar presentando su examen para la carrera de medicina; desde ese entonces, dice, comenzó a aprender además de medicina, a desvelarse inhumanamente, a mal comer sacrificios más que inhumanos que no le desearía a ningún muchacho de 18 años de edad.
Pero se ganó su lugar en la universidad, logró entrar al primer módulo de la carrera, por lo que sus padres viajaron desde su lugar de origen para comprarle ropa apropiada para sus estudios. Cinco años de carrera en donde empezó a entender que algo iba a cambiar para siempre, pues comprendió que la medicina quita la individualidad y envuelve en un campo semántico de individuos destinados al sacrificio, a las injusticias, al cansancio eterno. En esos cinco años se perdió cumpleaños, reuniones familiares, pasteles, conciertos, partidos, películas, bienvenidas, despedidas, nacimientos; todo por querer ser médico y atender a sus pacientes. Cuando por fin a los 23 años terminó la escuela sintió que algo en su cara había cambiado, que ya no era él, que era alguien más.
Luis Alberto Pérez afirma no tenerle miedo al infierno pues conoció algo que podría ser peor cuando hizo su internado rotatorio de pregrado. Aproximadamente 15 horas de sueño a la semana, a veces 36 horas de ayuno. En ginecología bajó 10 kilogramos, supo también lo que es quedarse dormido de pie, querer llorar de cansancio y no poder para no sufrir más las humillaciones de la gente desconocida que a pesar de este cansancio te exigían más y más, pisoteando todas tus buenas intenciones.
En su primer contacto con pacientes, los hubo de muchos tipos. Personas buenas que le ofrecían comida o cuando menos compasión, y desde luego otras que menospreciaban su trabajo y que lo miraban en forma despectiva y tan así, que no permitían que los tocara para auscultarlas. Pero aun así entendió que su labor era dar lo mejor de sí sin condiciones, sin importarle cómo lo trataran. Aprendió mucho con la atención a los pacientes, quizás más que en la escuela misma. Supo y comprendió que lo que quería, era ser especialista.
En su servicio social tuvo que acudir a lugares alejados, en donde el temor de que algo malo le sucediera siempre estaba latente, desde que iba en la combi que lo llevaba a lugares serranos con el riesgo de precipitarse al vacío, así como alguna agresión de gente inconforme porque había escuchado que en otros estados habían asesinados, por lo que al estar solo en la clínica se encerraba bajo llave.
En otra información se dice que este médico fue uno de los que atendió a los heridos cuando cayó el helicóptero el pasado mes de febrero de este año en donde viajaban el gobernador de Oaxaca Alejandro Murat y el Secretario de Gobernación Alfonso Navarrete Prida, en donde hubo 13 muertos entre adultos y menores de edad; y precisamente al atender a uno de los pequeños que había resultado herido, el cuerpo del herido tuvo una reacción alérgica a uno de los medicamentos suministrados por el médico en cuestión.
Si en Veracruz se documentó que les inyectaban agua a los niños con quimioterapia, ¿qué acaso no pudo haber estado adulterado el medicamento que el médico Pérez Méndez suministró al pequeño que falleció sin saber de la adulteración?
Sea pues. Vale.
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