Ayuda productiva vs asistencialismo
Marco Vinicio Jaime
18 de Marzo de 2018
Frente a los graves flagelos que aquejan a la sociedad de nuestros días, en todos los rubros, inseguridad, pobreza, corrupción, impunidad, y ante la evidente desigualdad que se traduce en bonanza exclusiva, como siempre, para los poderosos y su reducido círculo de compadres, amigos y demás afines a partir de indignas líneas de subordinación con base en el lucro de sus carencias, se vuelve cada vez más un tema de gran interés colectivo el dilucidar en definitiva la razón de ser de la gobernanza, en virtud a su vez del poder que le otorga la ley para administrar adecuadamente las rentas públicas y la consecuente responsabilidad de garantizar atención cabal de las crecientes necesidades de la ciudadanía.
De conformidad, al ponerse en la balanza la respuesta del gobierno y la problemática consabida, la demanda popular es razonable: qué hace falta entonces para dar ya cumplimiento irrestricto al mandato constitucional de ayudar de manera integral a los gobernados en aras de crecer y desarrollarse satisfactoriamente con empleo digno y remunerado, casa, vestido y sustento, educación de calidad, salud, seguridad y justicia en el derecho inalienable de vivir en paz; y en contraparte no continúe siendo esto asignatura pendiente, incompleta, en un pobre marco de administración de carencias, y consecuentemente solo retórica para justificar asimismo un círculo vicioso de millonarias campañas electoreras, de promesas, de regateo pernicioso de recursos y obras de impacto mediático en la encarnizada lucha por el poder.
Por ello, parte elemental precisamente de esta encomienda de la gobernanza, radica en la estratégica política social, los programas que en su momento se concibieron para respaldar emergentemente a los núcleos poblacionales con mayor índice de vulnerabilidad, a fin de armonizar su desenvolvimiento con el resto de la sociedad, y en su efecto, asegurar bienestar para todos.
Sin embargo, tristemente la degeneración político-gubernamental ha llevado a conceptualizar el poder público como instrumento de beneficio personal y patrimonialista, y como tal, su conservación ha dependido de un tergiversado chantaje de los programas sociales a cambio de votos, de fingidas poses de benefactores y protectores -de todos los colores- del pueblo, usando el dinero de los propios gobernados para magnificar un malvado farisaísmo de “lobos con piel de oveja”; quedándose con la mayor parte y entregando sobras, migajas, y todavía con una marcada pichicatería.
Así, llaman la atención las coincidencias alcanzadas en el reciente “Foro inclusivo para Ley de Desarrollo Social”, efectuado por la XXXII Legislatura local, enfocadas a “erradicar el uso [politiquero] y la visión asistencialista de los programas sociales”.
En este, el presidente del Poder Legislativo, diputado Leopoldo Domínguez González, señaló que uno de los reclamos recurrentes que recibe la Cámara de Diputados es “la discrecionalidad de la aplicación de recursos en los programas sociales, que sólo se beneficia a unos cuantos, a los amigos, a los que son del mismo partido; y la Ley permitirá generar confianza, certeza y tranquilidad de que no seguirán siendo un botín político”. Y con razón, pues es evidente el desencanto ciudadano que exige hechos de probada eficacia.
El impulsor del foro, el diputado Manuel Ramón Salcedo Osuna, planteó que de la ley “deben derivarse políticas públicas para que las personas salgan adelante con su propio esfuerzo, con autonomía, dignidad, libertad y garantías de inclusión de las que cuentan con alguna discapacidad”.
De las propuestas presentadas pues para integrar la Ley de Desarrollo Social, destacaron las de “construir espacios recreativos para personas con discapacidad, fomentar la cultura de la paz, implementar proyectos a favor de las madres solteras, generar becas y fuentes de empleo e incrementar las áreas verdes en todos los asentamientos humanos”.
Ahora, es menester sin duda asegurar que la nueva Ley se consume para asegurar el triunfo por fin de una verdadera ayuda productiva contra el hasta hoy funesto asistencialismo, transformado en sinónimo de corrupción y egoísmo. ¿Habrá posibilidad de instrumentar el mecanismo eficaz que incluya genuinas líneas de comunicación política y social, con las cuales se dé seguimiento inteligente al proceso respectivo, e inclusive su aplicación total con base en los objetivos teóricos planteados? Habrá que estar atentos.
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