Tilichá, mi hermano muerto
Salvador Castañeda O´Connor
21 de Diciembre de 2017
Al ingeniero JESÚS SALAZAR GUARDADO, lo conocí en el Internado de Segunda Enseñanza para Hijos de Trabajadores de Tepic en el año de 1946. Fue el alumno más brillante de nuestra generación. Un verdadero genio de las matemáticas. Fue formado de niño por su abuelo materno que nunca conocimos, de origen humilde, vecino y oriundo del poblado de Teocuitatlan, Jalisco, quien le regaló el traje, que Tilichá, como cariñosamente lo llamábamos, usó en todos los bailes de la Secundaria durante tres años, y que siempre le quedó grande de las mangas. Era un muchacho demasiado provinciano, parecía ranchero, por echador y presumido respecto de sus propias habilidades; terriblemente competitivo en los “toritos”, preguntas que nos hacíamos entre si para saber que tan preparados estábamos para enfrentar el examen trimestral de alguna materia; pero, al mismo tiempo, y a pesar de sus habladas, muy cariñoso y solidario con nosotros sus condiscípulos, de quienes dependía absolutamente, desde el punto de vista afectivo. Yo lo quise
mucho desde que me lo encontré.
Alejandro y yo siempre sospechamos que era hijo del profesor de matemáticas, Bernabé Godoy. Por el color de su piel, por sus gestos, por su talento científico, aún cuando no era tan alto como el profesor. Hasta investigamos que su madre fue una maestra que trabajaba en su pueblo natal en los años de1930-31 y que lo dejó huérfano siendo muy pequeño. Supimos además que el profesor Godoy también trabajó en esa época en Teocuitatlan. Años más tarde, ya muerto Tilichá, el profesor Godoy vino a Tepic, con el propósito de felicitar a sus antiguos alumnos, Alejandro y yo, por nuestro arribo al ayuntamiento de Tepic. Durante la cena que le ofrecimos, el profesor nos confesó, con lagrimas en los ojos, que nuestras sospechas eran fundadas.
Quiero platicarles a mis amigos dos anécdotas que pintan a Salazar de cuerpo completo.
Fue ingeniero residente de la Secretaria de Recursos Hidráulicos para supervisar la construcción de una presa en la región de ATLACOMULCO, Estado de México, allá por el año de 1969. Después de observar que cientos de toneladas de concreto no bastaban para levantar los cimientos de la cortina, realizó unos estudios sobre las condiciones del terreno que lo llevaron a la conclusión de que tal cortina se estaba construyendo sobre una falla geológica y ordenó la suspensión de la obra. La medida impactó a las autoridades federales, al grado que el propio Secretario de Recursos Hidráulicos, José Hernández Terán, se trasladó al lugar y ratificó la suspensión de la obra. Con motivo de la visita del alto funcionario, Salazar, presionado por Lidio Ríos, condiscípulo nuestro en la secundaria y que trabajaba como su ayudante, invito al Secretario, a cenar en la casa del residente, que ocupaba Tilichá con su familia.
El ingeniero Hernández Terán quedo muy complacido, según lo expresó, con la cena que le preparó la esposa de Salazar, quien fuera una magnifica cocinera, muy acreditada en el estado de Colima donde su padre fungía como Secretario o General de Gobierno. A los postres, y dando muestras de su ingenuidad inveterada, Salazar bombardeó al Secretario con preguntas imprudentes, como si se tratara de alguno de sus antiguos compañeros de escuela:
--¿Recuerda usted ingeniero tal fórmula matemática, aquel postulado o ley de la física, de la geología?
-“No, no la recuerdo”, contestaba invariablemente el invitado.
--ENTONCES, ¿CÓMO ES POSIBE QUE HAYA LLEGADO USTED A SECRETARIO DE ESTADO?
Una carcajada fue el comentario final del ingeniero Hernández Terán, quien sin duda era un buen hombre, porque en lugar de despedir de su trabajo a su insolente empleado, lo premió designándolo como gerente de la Secretaria de Recursos Hidráulicos en el estado de Hidalgo.
TU Y ALEJANDRO ME PROCUPAN MUCHO
A la muerte del maestro Lombardo, tuve que residir una temporada en la ciudad de México, para desempeñar un cargo en la Dirección Nacional del Partido Popular Socialista. Viviendo allá me designaron como candidato a diputado por el décimo distrito electoral del DF, en las elecciones federales de 1970. No contaba ni con automóvil ni con recursos económicos para emprender siquiera una modesta campaña, ya que en la capital del país es muy difícil hacerte notar como candidato, si no gastas en el empeño mucho dinero. Por fortuna mi hermano Alejandro redactó e imprimió a su costo, una serie de cartas dirigidas a los electores empadronados, que causaron un cierto impacto entre los jóvenes, lo cual me permitió cubrir por la primera vez en el DF, con representantes acreditados, todas las casillas instaladas y obtener unos 8 mil votos, una cifra alta en comparación con las obtenidas por los demás candidatos de mi parido. Conté también con la valiosa ayuda de mi querido compañero Samuel Santoyo, para vocear desde su automóvil por todo el distrito.
Tenía las cartas, pero había que imprimir en los sobres el nombre y la dirección del destinatario, que tomaba del padrón electoral. Y había además, que enviarlas por correo. Comprar las estampillas. Eso costaba mucho dinero, dinero que no tenía. Acompañado de mi hijo Gabriel fui a Pachuca una tarde para pedir ayuda a Salazar.
- --“Tú y Alejandro me preocupan mucho. Me dijo Salazar de entrada. Cómo chingado se les ocurre, siendo muchachos tan brillantes, dedicarse a una lucha que no deja flete. No pueden ni siquiera resolver los problemas económicos de sus familias y se ponen a gastar en esas pendejadas….Yo aproveché mi estancia en Atlacomulco para llevarles de vez en vez víveres en mi camioneta, porque me di cuenta de las condiciones difíciles por las que pasan. Eso lo hago con gusto pero también, de plano, me da mucho coraje.”
- Y así siguió regañándome por varios minutos
- --“Pero está bien, me dijo ya desahogado”.
A continuación me entregó la enorme cantidad de 20 mil pesos, que al igual que lo hacia mi tío Joaquín, cuando me daba dinero para sostener mis estudios, me contó billete por billete.
Pocas semanas después de esa campaña electoral, Alejandro y yo nos enteramos tardíamente, por un comentario de Jacobo Zabludousky , de la terrible tragedia automovilística que cobró la vida de Tilichá y de su esposa, dejando en la orfandad completa a sus hijos, de quien se hizo cargo su abuelo.
Su muerte me causó tanto dolor como el que sufrí cuando se mató en la carretera Carlitos O’Connor, hermano de mi madre, pero que era 9 años más joven que yo.
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