Resurge la opresión zarista a cien años de la liberación
Octavio Camelo Romero
08 de Noviembre de 2017
Este martes 7 de noviembre, que se cumplió el centenario de la Revolución Bolchevique o si se prefiere, la Gran Revolución Socialista de Octubre, dejó de ser fecha del calendario oficial de fiestas nacionales en Rusia. Fue un día en el cual no hubo nada que celebrar. La heroica acción del Soviet de Petrogrado constituido por obreros, campesinos y soldados bajo la dirección de Vladimir Ilich Lenin, León Trotsky y demás revolucionarios, no solamente fue ignorada, sino incluso perseguida en el tiempo presente por la “nomenclatura” de dignatarios del gobierno ruso.
El contrasentido de Rusia es que a cien años de distancia las condiciones que dieron origen al hartazgo de los trabajadores, campesinos y soldados y que provocaron el estallido de las revoluciones rusas, están volviendo de un modo sigiloso, a cómo eran antes de 1917 y como que si no hubieran pasado cien años.
Figuras de trascendencia histórica y universal como Lenin están siendo relegadas al olvido por lo que no sorprende que cuando hay desfile militar para celebrar por ejemplo el Día de la Victoria en la Segunda Guerra Mundial, se cubra pudorosamente la inscripción para que no pueda leerse el nombre del fundador del Estado Soviético detrás de la tribuna de invitados especiales, mientras su antípoda, el zar Nikolai II, gracias a la creciente influencia que ejerce la jerarquía de la Iglesia Ortodoxa en los actuales gobernantes rusos, es tratado como mártir.
Para la maquinaria oficial, este otoño del 2017, no hay tarea más relevante que la de preparar la postulación de Vladimir Putin para un nuevo periodo presidencial de seis años. La élite gobernante rusa ya festeja la casi segura reelección de Putin en marzo del 2018.
Un siglo después de la revolución bolchevique Rusia es de nuevo un país capitalista, donde los asalariados son explotados por una minoría que vive en la opulencia; es además un país imperialista que gracias a su arsenal nuclear heredado por la URSS, se atribuye derechos sobre naciones y territorios que están más allá de sus fronteras, para beneficio del reducido círculo de capitalistas transnacionales. Pero también un siglo después de la Gran Revolución Socialista, “el poder absoluto que antes detentaba el zar ahora se concentra una vez más en un solo individuo”, en el denominado presidente de Rusia que es, como el derrocado soberano, el eje de una pirámide de operadores políticos menores que gobiernan en su nombre y que se le subordinan por completo y, a cambio, de los insultantes privilegios opuestos al estatus del nivel de vida de los asalariados y sus familias y de la población campesina. La lucha por el reparto de la tierra que movió a millones de campesinos contra el Zar y los terratenientes vuelve a tener actualidad, cuando las grandes extensiones que están en manos de una decena de latifundios, que ahora se hacen llamar corporaciones agropecuarias, y que al igual que las fábricas, ya no pertenecen a los obreros, vuelve a ser motivo de represión oficial. Un siglo después del triunfo del Soviet de Petrogrado dirigido por los bolcheviques, “el marxismo-leninismo dejó der ser la ideología oficial del Estado y su lugar lo ocupa la religión cristiana ortodoxa, ahora mayoritaria como lo fue en tiempos de los zares. La Iglesia Ortodoxa Rusa se erige en una especie de súper ministerio de la moral pública y la buena conducta, mientras asumirse como seguidor de la doctrina marxista en Rusia ahora equivale a declararse abierto opositor al Kremlin”.
A cien años del triunfo de la Revolución Bolchevique así están las cosas en Rusia. En fin.
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