La semana pasada, el Congreso de Cataluña decidió aceptar los controvertibles resultados de la consulta popular celebrada dos semanas antes: aprobó separar del resto de España a esa importante y próspera provincia. Para un sector muy numeroso de catalanes, esta decisión culmina una lucha iniciada por cuatro generaciones de independentistas; para otro segmento de la sociedad catalana, es un error persistir en un proyecto justificable bajo la monarquía de Alfonso XIII y la dictadura de Niño de Rivera, pero contraproducente en la era de la globalidad. Sin embargo, la posición independentista se ha vigorizado en esta década, debido a los escándalos en los que involucraron miembros prominentes de la Monarquía y a la insensibilidad política y a los continuos desaciertos del gobierno conservador español, unidos a una política económica excluyente y empobrecedora.
Veamos algunos precedentes. En América, la segregación territorial está vinculada a la independencia política. Los países centroamericanos decidieron en 1824 separarse del imperio mexicano encabezado por Iturbide cuando éste fue derrocado. Mediante una consulta promovida por el general Filisola, los grupos regionales de poder de esas provincias optaron por la independencia, decisión que fue aceptada por el recién instaurado Congreso Mexicano, encargado de elaborar la primera constitución de la naciente república.
Años más tarde, las colonias sureñas de la Unión Americana pretendieron separarse lo cual dio lugar a una sangrienta guerra civil durante casi cuatro años cuyo saldo fue la prohibición de la esclavitud y el sometimiento de los separatistas.
A finales de siglo XIX, se vigorizó el interés de construir una vía marítima que conectara los dos océanos en el Istmo de Panamá, perteneciente en esos años al territorio colombiano. Ante las resistencias del Senado colombiano a la celebración de un convenio tendiente a la construcción del Canal, el gobierno norteamericano alentó a los terratenientes a promover la segregación del territorio panameño de Colombia y les ofreció protección militar. Tras la firma del Tratado Hay-Bunau Varilla, se creó una nueva nación – Panamá—y de inmediato se reanudaron los trabajos conducentes a construir un canal interoceánico.
En 1917, indignadas por la restitución al patrimonio nacional de los recursos del subsuelo previsto en el art. 27 de la nueva Constitución, las empresas petroleras patrocinaron la separación de los territorios de Tamaulipas y algunas regiones de Nuevo León, de Veracruz y de San Luis Potosí con la pretensión de crear una nueva nación denominada La Unión Huasteca, pero la falta de respaldo político merced a la presencia de los ejércitos carrancistas, frustraron esa intención y optaron por promover –infructuosamente-- la guerra de Estados Unidos contra México.
Europa no ha quedado a salvo de los movimientos independentistas regionales. Tras la desaparición de la URSS, el nuevo gobierno de Rusia redefinió sus fronteras y dio lugar al surgimiento de movimientos independentistas en su territorio (Chechenia) sofocados con dureza. Al occidente de Rusia, algunos países subordinados anteriormente a la URSS, revivieron añejas rivalidades regionales que dieron lugar, entre otros, a la división de Checoeslovaquia y a la guerra fratricida en los Balcanes que derivó en la formación varios países, anteriormente aglutinados bajo el gobierno de Yugoeslavia. El independentismo en ciertas regiones del viejo continente fue contenido, en gran medida, por el efecto amalgamante de la Unión Europea ampliada, pero está latente en regiones como en Crimea.
A menudo, el argumento para la segregación territorial parte de las provincias más prósperas: al sentirse despojadas de una parte de la riqueza que producen, se niegan a proseguir contribuyendo al sostenimiento de un gobierno nacional incapaz de corregir las desigualdades regionales. Si bien ese argumento concita amplias simpatías entre la población, también provoca confrontaciones entre las corrientes políticas. Ambas realidades dominan el ambiente de Cataluña en la actualidad.
Más allá del sentimiento independentista anidado en el alma de Cataluña –al igual que en la región Vasca— las realidades del presente son innegablemente contrarias a un proyecto separatista. Hay suficiente evidencia de que los países más pequeños son más frágiles ante el embate de la globalización.
La realidad internacional es adversa al proyecto separatista lo que va provocar sufrimientos y serias dificultades al pueblo catalán, pero al mismo tiempo, va a provocar aflicciones y dolor a España. Además de los conflictos relacionados con el recurrente independentismo vasco, el tema de las autonomías dentro de un nuevo pacto federal, lejos de ser resuelto, ha quedado olvidado por el gobierno derechista de Rajoy. Ojalá prevalezca la sensatez y la serenidad políticas.
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