En memoria de Gonzalo Martínez Corbalá,
mexicano de excepción.
“¿En la batalla política, donde queda la ideología?” hace varias décadas preguntó un joven universitario a un gobernador en una reunión informal, previa a una cena. El gobernador norteño hizo una pausa a su fatigoso monologo dedicado a encomiar los logros de su gestión administrativa y espetó una confesión digna de ser recopilada en el glosario de las ideas cínicas. “Mire joven, contestó el aludido. La ideología es como una chaqueta. Cuando la estrenamos siendo jóvenes, nos dedicamos a lucirla ante los demás. Sin embargo, cuando uno va madurando –embarneciendo- la chaqueta le resulta más y más apretada hasta volverse francamente incomoda. Así, en el camino de la vida, se le tira al bote de la basura porque resulta estorbosa, dificulta los movimientos. Gracias a esa decisión, los políticos maduros podemos movernos con mayor agilidad; podemos adaptarnos a las cambiantes realidades”. Antes de esperar la réplica del preguntón, el funcionario dijo: “vamos a pasar a cenar, porque ideología tampoco mitiga el hambre”. Algunos de los presentes –aduladores de oficio—soltaron sonoras risotadas para celebrar “la sagacidad” del gobernante.
Esa percepción es la reinante en el mundo político de la actualidad. En la formación del Frente Ciudadano por México integrado por partidos tan disímbolos como Acción Nacional, Partido de la Revolución Democrática y Movimiento Ciudadano no prevalece el menor asomo de identidad ideológica; impera simplemente la ambición por tener acceso al poder y sus privilegios. Son acuerdos para dividirse el botín. El fenómeno se repite con las demás coaliciones.
Análoga situación impera con la turba de personajes que se inscribieron como candidatos independientes a la Presidencia de la República. Casi sin excepción, son una caterva de ambiciosos que buscan el poder a toda costa, dispuestos a engañar ingenuos para conseguir financiamiento a efecto de recabar alrededor de 900 mil firmas de ciudadanos registrados en el Padrón Electoral. Para logar su registro van a desatar el lucrativo negocio de recolección de firmas promovido por liderzuelos de grupos sociales interesados en vender la adhesión de los afiliados a sus organizaciones. Sería un gravísimo error si el INE valida el respaldo de algún ciudadano a más de un candidato; estaríamos en presencia del patético, vergonzoso comercio de adhesiones, como ocurrió en las elecciones de diputados del año 2015.
Tanto a los candidatos postulados por los partidos como los llamados “independientes” les resulta indiferente el destino del país; sólo les interesa su destino personal. Por lo pronto, ninguno de los candidatos independientes expresó argumento alguno para justificar su registro; sus declaraciones –cuando las hubo-- fueron un conjunto de vaguedades acorde con su baja estatura intelectual, con su enanismo político.
Vamos a esperar la oferta política de los candidatos a la presidencia de la República postulados por los partidos políticos. Me temo que ofrecerán “más de lo mismo”, apegados a los dogmas del Fondo Monetario Internacional, congruentes con los intereses –a menudo mezquinos—de los banqueros, remotos de los sentimientos de esta gran y sufrida nación.
Ahora cobra dimensión política y moral de quienes elaboraron la Constitución de 1917. Los reaccionarios los calificaron de iletrados pero la historia les confirió la jerarquía de patriotas. No fue obra de tinterillos, sino de mexicanos de excepción que lograron condensar en 136 artículos los sentimientos y reclamos de un país urgido de destino; consiguieron plasmar el contrato social, el pacto entre gobierno y sociedad con rumbo hacia el porvenir.
A partir de 1983, tras 703 reformas a su texto, el pacto social ha sido distorsionado, Se deshonraron, en su expresión fundamental, los derechos sociales consagrados y se ha aniquilado el papel promotor del Estado en la vida económica. El individualismo se ha exacerbado, las fuerzas del mercado en manos de los empresarios rigen el rumbo de una economía languidecida y la solidaridad con la Patria ha quedado asfixiada en el inmenso y turbulento mar de la corrupción, compaginada con una violencia incontrolable y brutal, que nos ha colocado en una situación de franca ingobernabilidad. El deterioro de las instituciones públicas es una realidad incontrovertible al tiempo que el país se retrasa con respecto al resto del mundo. Esta es la desnuda realidad que los nuevos gobernantes van a heredar.
¿Alguno estará a la altura del desafío de cambiar el rumbo de la nación?
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