¿Qué nos está pasando? En el rostro de mis compatriotas veo un velo de tristeza, de frustración, de desesperanza que no se difumina con la algarabía propia de las fiestas patrias. Tal vez ese sentimiento fue provocado por los daños catastróficos originados por la fuerza de la naturaleza bajo forma de sismos o de torrenciales aguaceros que han provocado innumerables daños en la infraestructura y en las viviendas, llevándose consigo a un centenar de vidas de aquellos mexicanos secularmente abandonados, alejados del progreso nacional. O probablemente sea porque los mexicanos advertimos, con temor incorregible, el advenimiento inminente de un conflicto social de proporciones mayores, con motivo de unas campañas políticas ya inminentes cuyo saldo será la frustración colectiva marcada por la violencia. Estamos conscientes de que pagaremos un estéril costo porque no importa quien resulte electo como presidente de la República, de manera inevitable conducirá al gobierno por los viejos y nefastos rumbos ya conocidos, decididos hace más de treinta años por los jóvenes que llegaron al poder con Miguel de la Madrid. Sea cual fuere la causa, el sentimiento de temor y tristeza está albergado en el alma mexicana.
En una cena familiar, donde los comensales estaban prontos de degustar los platillos propios de la rica tradición culinaria nacional, con el Huapango de Mocayo como telón de fondo, alguien tuvo la ocurrencia de poner en la videograbadora la canción de Oscar Chávez, popularizada a través de la Internet: “Se vende mi país, por todos lados”. Naturalmente la melodía cumplió su funesto designio: despertó los resentimientos de los asistentes y les brindó la oportunidad para liberar sus enojos, sus frustraciones y sus rencores en contra del gobierno. Apareció el verdadero rostro de la inconformidad reinante: la incompetencia gubernamental para detener el clima de violencia reinante en el país, la venta de los activos nacionales a los extranjeros, la falta de empleos y la abrumadora mendicidad reinante en las ciudades, la perpetuación en el poder gracias a la reelección de senadores, diputados y presidentes municipales, el irrefrenable deterioro de las instituciones nacionales, el extravío de la política exterior que deriva en la sumisión voluntaria y humillante ante el gobierno de Trump. En fin, comenzaron aparecer una multitud de agravios de muy diversa índole, agravios insertos en sus mentes y en sus corazones. Pronto desapareció el bullicio festivo y dio paso a una catarata de recriminaciones respecto a la soledad que nos atribula.
A punto de naufragar el ambiente original, una persona muy cercana a mis afectos, mi yerno, tomó un papel con un breve escrito y comenzó a leer en voz alta, sonora: “Feliz, día, México. No te sientas triste por los que ya no creen en ti, no te sientas mal por los que solo ven tus defectos, porque ensucian tu bendito suelo. No festejamos a ningún gobierno; te festejamos a ti, nuestra tierra hermosa. Festejamos tu cultura que es la nuestra, tu música que nos hace llorar o reír, la esperanza que siempre tenemos. Hoy canta como tú sabes, ríe con la carcajada que contagia, baila como para enamorar a tu China Poblana, disfruta los maravillosos olores de tu comida, los colores y texturas que dan las manos de tus artesanos, lleva tu grito de esperanza a tus todos tus rincones, festeja con los que te amamos, con los que seguimos creyendo que nacimos en el mejor lugar… yo lo creo… te amo México. ¡Viva México!”
Fueron palabras mágicas que restauraron el ambiente cálido y fraterno de la reunión. Son convicciones a menudo extraviadas en la indiferencia de muchos jóvenes formados en instituciones foráneas que aspiran ser “internacionales”: los norteamericanos nacidos en México ocupantes de los cargos de elevada jerarquía en el gobierno y en los negocios, los que charlan en inglés en las reuniones sociales, los mexfóbicos, los defensores en su intimidad de las ideas de Trump.
México es obra de nuestros afanes. La violencia está entrando en una espiral muy riesgosa. Debemos mantenernos unidos para preservar la unidad orgánica de la Nación.
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