Tepic, Nayarit, jueves 28 de marzo de 2024

El informe presidencial: claroscuros de una ceremonia

Manuel Aguilera Gómez

05 de Septiembre de 2017

El viernes primero de septiembre, el presidente Enrique Peña Nieto envió al Congreso de la Unión el Informe escrito sobre la situación que guarda la administración pública del país, en los términos del art. 69 de la Constitución. Se trata de un documento muy extenso integrado por 680 páginas que fue entregado por el subsecretario de Gobernación a la Comisión respectiva de la Cámara de Diputados. Un día después, en el patio central del Palacio Nacional, el presidente Peña leyó un resumen del citado Informe en ceremonia organizada ex profeso.  

Desde el remoto 1824 (fecha de instauración de la República), los presidentes de la República han dado lectura a su informe en la sesión inaugural del Congreso de la Unión, salvo cuando el país ha estado en guerra contra de invasores extranjeros o convulsionado por guerras civiles.  Juárez, Lerdo, González, Díaz y Madero asistieron vestidos   de levita, práctica que persistió hasta 1935 cuando el presidente Cárdenas comenzó a usar trajes convencionales.

La ceremonia del informe formaba parte de la liturgia política: auto descubierto, confetis, gritos, algarabía; desde Palacio Nacional hasta el recinto del Congreso se formaban largas vallas de militantes del partido oficial. El presidente leía un largo y a menudo tedioso documento que era escuchado con estoicismo republicano por los legisladores y por todo el país a través de una cadena radiofónica nacional. Esta tradición comenzó a fracturarse en ocasión del último informe del presidente de la Madrid quien leyó un larguísimo y farragoso informe que al final, no respetando el compromiso previamente contraído, fue interpelado por el senador Muñoz Ledo en un clima de zafarrancho político.

En septiembre de 2006, los diputados del Partido de la Revolución Democrática, en un acto de barbarie política, impidieron al presidente Fox el acceso al salón de la Cámara como repudio a los resultados electorales de ese año y se vio obligado a entregar el texto del informe en la oficialía de partes de la Cámara. Así se inauguró la práctica de entregar por escrito el informe presidencial anual a Cámara de Diputados y a trasmitir a la Nación un mensaje sólo por televisión.

Estos cambios ceremoniales no deben juzgarse por el escenario sino hemos asistido el cambio de fondo. Ahora el presidente no rinde, presencialmente, su informe ante los representantes de la soberanía popular sino frente a un grupo de burócratas de angora, empresarios prominentes, gobernadores, comandantes militares y navales, financieros influyentes y líderes sindicales, es decir, ante la elite del poder. Obra de una descomposición política progresiva protagonizada por dirigentes incapaces de administrar la democracia, las rencillas partidistas expulsaron al presidente del recinto parlamentario. Arguyen pomposamente que lograron “acabar con el día del presidente”; en realidad, minaron la fuerza del Ejecutivo para gobernar.

El quinto Informe del Presidente de Pena Nieto fue un documento diseñado para ser trasmitido por televisión, redactado con pulcritud literaria y leído con magistral habilidad. Tuvo, además, la virtud de la brevedad pues duró poco menos de una hora. Su lectura fue interrumpida con aplausos del público en 9 ocasiones, pero sólo una vez el auditorio se puso de pie: cuando expresó con contundencia la decisión gubernamental de defender la soberanía y la dignidad nacionales frente a los embates reiterados del exterior. El nacionalismo todavía vive en el alma mexicana y se manifiesta ante las amenazas verbales del presidente Trump.

Como todos los informes, el presentado hace tres días tiene claroscuros. Son destacables los avances en salud, la expansión de la red carretera y las obras portuarias. En cambio, fue un informe omiso en reconocer la profundidad de la lacerante inseguridad. El gobierno no ha sido capaz de cumplir su compromiso primigenio de brindar protección a las personas, no ha podido crear las corporaciones policiales estatales ni ha sabido implantar un sistema de prevención del delito. Es un naufragio.

Pese a la publicidad, la economía es un tema atroz. En el quinquenio, el PIB creció muy por debajo del 5% prometido, a pesar de que hemos recibido montos insospechados de inversión extranjera. No ha habido estabilidad cambiaria, pues el tipo de cambio se devaluó en más del 50%, las obligaciones financieras con acreedores extranjeros se han acrecentado sensiblemente y persiste la proclividad empresarial por adquirir activos en el extranjero. La evidencia me confirma el error de la reforma energética y confieso que todavía no puedo comprender el contenido de la reforma educativa ni los alcances de la política agropecuaria.

El optimismo presidencial contrasta con una realidad inescapable: vivimos un ambiente político amargado por la corrupción; abrumado por odios, rencores, confrontaciones, ambiciones sin freno. Un porvenir amagado por desventuras.

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