Tepic, Nayarit, jueves 21 de noviembre de 2024

Graciela Muñoz Castellanos, agradable sorpresa

Oscar González Bonilla

24 de Mayo de 2017

La mañana transcurría con acostumbrada normalidad, antes del arribo del mediodía. Satisfechos salían comensales, mientras otros entraban a consumir el café que huele rico y sabe mejor. La tertulia era de lo mejor pues avasalla el tema del proceso electoral en marcha, sin parar también era el trajín de los meseros, Cecilia y Jorge.

Como de costumbre me ubiqué igual que todos los días en la misma mesa, de las doce que tiene el Café Diligencias de la avenida México al sur de Tepic, a la cual entre mis compañeros de oficio de broma nombro como mi oficina, donde les expreso que desde las once y hasta las doce horas despacho asuntos relativos al periodismo, pero más que todo leer es mi propósito principal.

En eso estaba cuando me toca el hombro el camarero Jorge, a quien digo Richard por ser hijo de Ricardo Durán “Richard”, músico organista de los buenos, para de pronto decir: Oscar, vienes para presentarte una escritora. Al mismo tiempo me señalaba el sitio donde encontraba. Sin más explicación lo acompañé y de inmediato estuve frente a una hermosa señora de total cabello blanco.

Por ella supe que antes de retirarse pidió a Jorge saber si en el lugar se encontraba algún periodista. Sí, le contestó. Y sin tardanza se dirigió a mí, porque nos conocemos de hace años. Pero además la casualidad fue que en ese momento no había otro. Yo era el único ejemplar de esa rara especie.

Sentados frente a frente fue la rigurosa presentación. Sin más, como regalo puso en mis manos un libro de su autoría con el título La caza del hambre, el único que traía en ese momento. Viene con la firma de Ela Castellanos. Me explicó que los editores decidieron simplificar su nombre, pues en realidad se llama Graciela y se apellida Muñoz Castellanos. Léalo y enseguida me da su opinión, me dijo quien en la solapa de su libro dice que es poeta y narradora.

Cursó estudios en el Centro Universitario de Integración Humanista (CUIH) y se diplomó en historia, filosofía, literatura y psicología. También estudió ética y filosofía de las religiones. Ha radicado en Estados Unidos cerca de 20 años, trabajando como obrera y costurera. Tiene más de veinte obras inéditas.

La excelente impresión que me causó esta admirable mujer me es imposible de narrar. Con una sencillez y un trato tan amable me comentó que decidió abandonar la Ciudad de México por recomendación de su médico. Le pidió que habitara en un lugar de clima cálido a causa de su enfermedad asmática, y decidió venirse a Nayarit. Se instaló en Tepic por el rumbo de la colonia San Juan.

Pero además yo soy de Nayarit, me dijo con alegre voz. Dónde nació, le pregunté. En Mazatán, municipio de Compostela. Ah, es entonces paisana del ilustre profesor Severiano Ocegueda Peña. Así es. También dijo que tiene 70 años de edad.

Comentó que con un cuento ganó un premio en Alemania. La solapa del libro consigna que en 1997 obtuvo el premio Deutsche Welle con el trabajo titulado La huída.

En el transcurso de la plática indicó que había preguntado a algunas personas donde podría encontrar periodistas, y le mencionaron que en el Café Diligencias, por esa razón su presencia en el lugar. Pero no solamente está bastante interesada en aquellos, sino relacionarse con intelectuales, historiadores, filósofos, literatos, antropólogos, escritores y demás fauna, muchos de cuyas especies asisten con regularidad al sitio.

En ese momento allí estaba el ingeniero César Valenzuela, mi amigo oriundo de Carrillo Puerto, poblado vecino de Mazatán también del municipio de Compostela. Lo presenté con ella y se trenzaron en plática de la que salieron a relucir personas que ambos conocían, familias de uno y otro pueblo, al grado que casi resultan parientes. La señora Graciela nos hizo saber que recibió de herencia una casona en el mero centro de Mazatán, pero indicó que se encuentra en malas condiciones materiales y por tanto le urge se le ponga mano.

La mujer se despidió con la promesa de regresar pronto.

Ocho días después, luego de bajar de un camión de servicio público en el cruce de las calles Durango y Amado Nervo la encontré. Estaba como intentando orientarse. Me le paré enfrente, me dijo no te reconocía. A dónde va, pregunté. Al café Diligencias, respondió. Mira, aquí traigo libros para regalar (del mismo título del que me entregó a mí). Y de inmediato la bolsa puso en mis manos, eran como diez. Luego de mirarlos se la regresé, pues pensé que sería ella quien decidiera a quien obsequiarlos.

Véngase, le dije. Caminamos por la Amado Nervo hacia la plaza principal. A la entrada del hotel Fray Junípero nos separamos, le señalé que me quedaría a una conferencia de prensa, y que al término me reuniría con ella. Así lo hice. La procuré en el café, pero no estaba. Pregunté por ella, unos amigos con base a su descripción física me indicaron que hacía rato se marchó.

Hace más de una semana nada he sabido de Graciela Muñoz Castellanos. Supongo que estará en Mazatán. Sin embargo, no pierdo la esperanza de que volveremos a encontrarnos en el mismo lugar, pero no con la misma gente.

Salud.

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