La semana pasada visitaron la ciudad de México dos prominentes funcionarios del gobierno estadounidense: Rex Tillerson y John Kelly, que se desempeñan como Secretario de Estado y Secretario de Seguridad Nacional, respectivamente. Fueron atendidos por sus contrapartes mexicanas, el Secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray y el Secretario de Gobernación Miguel Osorio Chong, y finalmente recibidos por el Presidente Peña Nieto en las oficinas de Los Pinos.
Las conversaciones entre los representantes de ambos gobiernos se desarrollaron en un clima de fría cordialidad donde pronto aparecieron las marcadas diferencias en los enfoques de ambos países, sobre todo en las cuestiones relacionadas con la migración y el narcotráfico.
En el primer tema, el gobierno mexicano reclamó un trato digno a los mexicanos ilegalmente internados en los Estados Unidos que fueran repatriados a México. Además informó a sus huéspedes su rechazo a recibir en territorio nacional a personas deportadas originarias de otros países. Pese a ser un tema extremadamente delicado no se exploraron instancias para evitar abusos policiales ni para establecer mecanismos de identificación de la nación de procedencia de los expatriados.
Coincidente con las conversaciones que se estaban celebrando en Los Pinos, en una reunión con empresarios, el presidente Trump abordó, inesperadamente, el tema de la inmigración. “Estamos sacando --afirmó- a integrantes de pandillas, expulsando a jefes de narcotráfico, estamos sacando a unos tipos verdaderamente malos de este país…en una operación militar sin precedentes”. Sus palabras reflejaban una verdadera cacería humana. Al advertir el alcance de su expresión, ordenó al vocero de la Casa Blanca apelar al manido expediente, propio de la época foxiana, de la “interpretación correcta” a las imprudentes palabras presidenciales. Explicó que el término “operación militar”, describe únicamente la precisión de las redadas mas no implicaba la presencia de efectivos militares.
En materia de narcotráfico persistieron las diferencias. De un lado, no se ha querido reconocer la presencia de norteamericanos en la distribución de drogas en las calles de las ciudades de la Unión Americana, máxime cuando se ha generalizado el consumo con fines lúdicos de la mariguana; y por otro, es indefendible el ocultamiento de nuevos campos de amapola en Guerrero ni el descontrol aduanal mexicano en las importaciones de los precursores de drogas sintéticas.
El tráfico de armamento con destino a bandas delictivas mexicanas se origina en la inocultable corrupción imperante en las aduanas mexicanas y, atendiendo a las previsiones constitucionales relativas a la libertad de posesión y comercio de armas en Estados Unidos, las autoridades norteamericanas rechazan cualquier tipo de control. Inclusive se han negado a decretar un embargo a la venta de armamento al mercado mexicano, como ha ocurrido en otras épocas. El problema de fondo reside en la falta de voluntad política de las actuales autoridades norteamericana para explorar soluciones mutuamente satisfactorias en temas en extremo complejos y delicados como lo son la migración y el tráfico de narcóticos.
La única y más eficaz manera de contener el flujo migratorio hacia Estados Unidos es el aliento a la producción nacional, condición que enfrenta la oposición del grupo financiero mexicano empecinado en preservar intocables tanto los llamados fundamentos de la estabilidad macroeconómica como la mórbida intención de seguir erosionando el papel del Estado nacional. Los intereses financieros nos imponen trabas desmedidas mientras las realidades sociales y políticas nos acogotan.
En este ambiente de desencuentro bilateral, hace acto de presencia otra circunstancia perturbadora: las elecciones. Tras desempeñar el cargo por un mes, el Presidente Trump ya anunció su campaña de recaudación de fondos para su reelección dentro de tres años y medio. En México, en los pasillos de la Secretaria de Relaciones Exteriores se extiende un rumor: el Canciller Videgaray puede surgir como la esperanza de México si logra suavizar las relaciones con el gobierno norteamericano, tema de especial preocupación entre nosotros. Ya está dando pruebas de su capacidad para hacerlo: modificó el texto del discurso de Trump para su toma de protesta y logró que el impetuoso presidente se refiera a Peña con calificativos respetuosos. De seguir en esta ruta –afirman sus prosélitos-- puede ser candidato a la presidencia con el apoyo de una coalición multipartidista. Futurismo binacional en marcha.
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