La cosecha nunca se acaba
Lorena Orozco
15 de octubre de 2016
El equipo de investigación llegó a la escena del crimen, los vecinos atisbando de las ventanas, otros de plano se salían a la calle, y hasta hubo quienes se acercaron a hablar con ellos; las pesquisas duraron varios días y hubo personas que se molestaron porque resultaron sospechosos ante sus vecinos, y los acusaron de haber participado.
También hubo quienes se indignaron con la autoridad y decían que ya se les había avisado para que hicieran algo, para que tomaran medidas preventivas, pero nunca actuaron; y ahora sí andaban esculcando aquí y allá, indagando, para castigar al o los culpables.
-A mí que ni me pregunten (dijo don Víctor), porque les voy a decir que es por su negligencia, por su indiferencia que ocurrió esto, no fueron una ni dos veces que se les advirtió que esto podía pasar, y ahora sí, ahogado el niño a tapar el pozo; ¡No señor que a mí no me investiguen, no los quiero ver en la puerta de mi casa porque les voy a decir su precio a los muy…indinos.
Algunos niños y señoras del barrio se veían llorosos, temblorosos, presenciar aquellos cuerpos tirados, aquellos rictus en sus caras no era una escena fácil de ver, otros permanecían indiferentes, y hubo hasta quienes se burlaron y dijeron que se lo merecían.
Las noticia fue ampliamente difundida por la prensa, a la desgarradora historia la ilustraban con las imágenes, las caras de los muertos se veían con los ojos abiertos, hasta desorbitados algunos, diferentes expresiones de angustia, aunque hubo quienes cerraron los ojos, seguro para no ver su triste final.
También se veía en las fotos de las autoridades subir los cadáveres en las unidades, mientras las personas permanecían expectantes… En esa colonia se hablaron de unas 25 muertes en ese solo día, y luego se supo que el mal ejemplo cundió y hubo otros casos similares en la ciudad de Tepic.
Según se supo no hubo castigo para los culpables, es más, ni siquiera hubo responsables de estos lamentables hechos, y fuera de la alharaca de los primeros días, el asunto fue perdiendo importancia.
Según decían los más ofendidos, que de todos modos los perros iban a acabar muertos, pues en esta ocasión los envenenaron masivamente, y hasta hubo unos que no eran callejeros, pero salían por su barrio solos, sin correa, sin que su dueño los acompañara y quedaron muertos entre la bola.
La autoridad del municipio de Tepic se había visto rebasada (una vez más) por los miles y miles de perros de las calles, y dejaron de hacer aquellas “redadas perrunas”, que eran muy socorridas en otros tiempos; pero en caso de que paren en la perrera, tampoco tienen mucho chance de vida, pues si en unos cuantos días no son adoptados, son eliminados, les aplican la eutanasia, así que en realidad no hay mucha diferencia entre morir en la calle y morir a manos de un médico.
Ahora que legislaron para hacer cargos contra dueños negligentes, multarlos y hasta encarcelarlos; mucha gente respiró aliviada, pero el asunto todavía sigue pintando trágico para estos animales de aquí a un buen tiempo, pues pese a las muchas campañas de esterilización la cosecha perruna nunca se acaba.
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