Con la anfitrionía del Colegio de la Frontera Norte, la semana pasada se celebró en Tijuana el Seminario Binacional “Las relaciones México-Estados Unidos y la elección presidencial estadounidense de 2016” convocado por El Colegio de México, PUED-UNAM, Cisan y Voluntades para Progresar Juntos. Fui invitado a participar a este evento que resultó ser sumamente interesante pues permitió dilucidar las raíces sociales de la contienda electoral por la presidencia de Estados Unidos, comprender el fondo de la inexplicable simpatía entre diversos grupos sociales hacia un candidato prepotente y primitivo como Trump así como el comportamiento político de los residentes estadounidenses de origen mexicano radicados en territorio norteamericano.
Al principio fue patente la simpatía de Trump entre los grupos radicalizados de la derecha tradicionalista del Partido Republicano (WASP) compuestos por sectores sociales de procedencia anglosajona, de tez blanca, de origen anglosajón y profesantes de alguna iglesia protestante. Fue el sentimiento originario entre los grupos sociales más influyentes de Nueva Inglaterra, patrocinadores de ideas racistas, activistas de la discriminación de los “color people” a quienes atribuyen la criminalidad reinante en muchas ciudades estadounidenses.
A esta simiente se sumaron los desplazados por la globalización, también de la región noreste de la Unión Americana. Trump continuamente alude a las ruinosas instalaciones manufactureras de Pittsburg, Ohio, Pennsylvania y otros distritos industriales donde abundan los edificios abandonados, pertenecientes a otrora prósperas empresas manufactureras, muchas de ellas reubicadas en el exterior: China México, Centroamérica, Sud-Corea, India, etc. Amplios sectores sociales de esas regiones resintieron el impacto de la globalización pero al mismo tiempo siguen presenciado la ruina urbana –y en algunos casos financiera-- de numerosas ciudades. En atención a estas realidades, Trump ofreció la “repatriación” de empresas radicadas en el exterior con objeto de restablecer la bonanza en esos distritos manufactureros ahora en decadencia. No ha dado a conocer medidas en concreto para este fin, salvo la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Así, apoyado en sus innegables habilidades histriónicas, Trump enarboló la promesa de recuperar la antigua preeminencia norteamericana en el mundo. Volver a ser la gran potencia comercial e industrial de la posguerra, revivir el sentimiento de supremacía de los estadounidenses frente al resto del mundo. Dos circunstancias contribuyeron a anidar ese sentimiento en la conciencias de los estadounidenses: la diferencia entre sus niveles de vida respecto con respecto al resto del mundo industrializado se ha venido acortando como resultado, principalmente, del auge del sureste asiático; y, sentirse acosados por fuerzas”del mal” provenientes de remotas latitudes que los han obligado a “vivir sitiados, encerrados en sus fronteras”.
El ingreso per cápita durante las dos últimas generaciones se duplicó en sociedad norteamericana en tanto que en China se multiplicó por 5, en Hong Kong por 3, en Corea del sur por 6, en Singapur por 3. Es decir, varios países de Asia y de Europa tienen niveles de vida similares y aún superiores a los imperantes en la sociedad norteamericana que, de esta manera, ha dejado de ser el referente único de la prosperidad universal. Percibidos como signos desafiantes al poder estadounidenses, los actos terroristas han contribuido, asimismo, a alimentar ese sentimiento de pérdida de supremacía mundial.
En el Seminario se destacó el incomprensible apoyo de algunos grupos de mexicanos residentes en Estados Unidos a Trump. Se justificó por la baja participación política de los residentes legales (la mitad de los mexicanos) en las estructuras políticas locales cruciales en el sistema electoral norteamericano y la nula presencia de quienes no han logrado el reconocimiento de su condición de inmigrados (la otras mitad). Los primeros son los descendientes de mexicanos en dos o más generaciones y, por tanto, su ideología está por encima de sus raíces: viven y piensan como estadounidenses y, a menudo, comparten el menosprecio hacia los “ilegales”. Los segundos viven en la clandestinidad de los empleos peor pagados; son los parias perseguidos, los interesados en mantenerse en la sombra, lejos del alcance de la “migra”.
Es probable la derrota de Trump, pero pervivirán en la conciencia de amplios sectores estadounidenses los sentimientos xenófobos que despertó.
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