Recientemente se ha recrudecido la volatilidad en el mercado de cambios, es decir, la devaluación de la moneda mexicana frente al dólar se ha tornado recurrente. En diciembre de 2012, el precio del dólar era 12,99 pesos. La semana pasada fue de 18.30 pesos, es decir, se ha registrado una devaluación del 41.% en 42 meses. Esta situación ha creado una manifiesta inconformidad principalmente en las clases medias. Dos factores predominan en la opinión pública: de un lado, impera una incredulidad ante las explicaciones de las autoridades monetarias; y por el otro lado, la simplista argumentación oficial formulada en un lenguaje esotérico y mesiánico, resulta a menudo incompatible con la realidad cotidiana. Veamos.
El Banco de México (Banxico) ha reiterado una y otra vez que cuenta con reservas internacionales en volumen suficiente para enfrentar cualquier embate especulativo en contra del peso. Acumulaba en junio, 177,300 mil millones de dólares más una línea de crédito incondicional del Fondo Monetario Internacional por 86 mil millones de dólares, es decir, 263 mil millones de dólares están disponibles para asegurar un tipo de cambio estable.
El propio Banxico reconoce que no existe un argumento técnico para tener reservas tan elevadas. Están integradas por préstamos obtenidos mediante la colocación de valores gubernamentales adquiridos por extranjeros (capitales golondrinos) que sumaban casi 120 mil millones de dólares; líneas de crédito sobre todo del FMI (86 mil millones de dólares); y aumento de la deuda pública externa que pasó de 125 mil millones de dólares en 2012 a 162 mil millones de dólares en octubre de 2015. En resumen, la Reserva está integrada, esencialmente, por recursos prestados a tasas de intereses de mercado. Sin embargo, estos fondos no se quedan guardados en las bóvedas de Banxico sino se colocan, principalmente, en valores estadounidenses. La diferencia entre las tasas de interés que pagamos vis a vis las que recibimos --multiplicados por esos volúmenes-- implican pérdidas demenciales que no aparecen en los estados de pérdidas y ganancias de Banxico por una razón elemental: a partir de 1994, nunca se han publicado.
Las autoridades monetarias han atribuido la salida de capitales a la inestabilidad externa y, por ende, la depreciación del peso. Sin duda, la repatriación de dólares a Estados Unidos es un fenómeno generalizado. Empero, la cuestión nodal reside en definir si la devaluación es útil a la política económica de México. Un balance apresurado demostraría que el costo de la devaluación recae inmediatamente en las finanzas públicas porque aumenta correlativamente el costo de la deuda externa; tampoco beneficia a las exportaciones porque su nivel no depende de la relación de precios entre México y Estados Unidos sino de la insuficiencia de la capacidad productiva para generar excedentes exportables; menos aún limita las importaciones porque más de la mitad son temporales para la industria maquiladora y la otra parte, porque carecemos de inversiones para ampliar la capacidad de producción como acontece con los granos alimenticios. Finalmente, se dice que por razones metafísicas, la devaluación no ha impactado en los precios internos lo cual parece ser simplemente una de las tantas patrañas maliciosas de Banxico.
Si concluimos que la devaluación no es conveniente ni necesaria, ¿por qué las autoridades no intervienen para contenerla, máxime cuando tenemos suficientes recursos para hacerlo? Este es el punto crucial: Banxico y Hacienda argumentan que el mercado debe corregirla, sin intervención burocrática alguna. Es una falacia perniciosa porque pese a sus escrúpulos, al final Banxico se ve forzado a intervenir en el mercado mediante la dotación de dólares al mercado, cuando ya se produjo la devaluación.
¿Esa política esconde acaso alguna ventaja fiscal? Al final del año, Banxico hace un balance entre el valor de las compras y ventas de divisas. Cuando hay devaluación obtiene una utilidad cambiaria que la entrega a la Secretaria de Hacienda, mediante un singular artificio denominado “dividendo”. En su cálculo hay un ardid: en la operación no quedan comprendidos solo los volúmenes de compra venta de divisas sino también la revaluación de las reservas. ¿Es financieramente razonable aumentar las ganancias mediante la revaluación de activos? Las falacias de las finanzas y de los financieros.
¡El extraño caso del Banco de México!
[email protected]