Tepic, Nayarit, jueves 28 de marzo de 2024

Estamos atrapados en un laberinto de infamia

Manuel Aguilera Gómez

19 de mayo de 2016

La semana pasada se celebró en Londres La Cumbre contra la Corrupción a la que asistieron delegados de 40 países;  solo once Jefes de Estado, los demás eran burócratas. Naturalmente, menudearon las expresiones de falsa moralidad: “Creo que la corrupción es el cáncer que está en el corazón de muchos problemas que afrontamos en el mundo", afirmó el jefe del Gobierno británico, David Cameron. Las grandilocuentes declaraciones no lograron esconder el cinismo, la desfachatez, la desvergüenza y la falsedad del orador. ¿Olvidó sus vinculaciones familiares con los Panamá Papers? La obscenidad descarada y la desvergüenza política dominaron el ambiente.

No hay duda, la corrupción es una perniciosa conducta extendida a todas las latitudes: corroe las estructuras sociales, erosiona la moral pública, desgasta a las instituciones  y mina la capacidad de gobernanza de los  países frágiles, colocándolos en extremos de invalidez política. Sin embargo, una reunión de esta naturaleza no se convoca para lanzar elegías a la moralidad sino tiene un fondo político. El señor John Kerry, Secretario de Estado norteamericano lo reveló: “Ningún esfuerzo para poner fin a la corrupción tendrá éxito si en el terreno no existe voluntad política para ello, y debemos asegurarnos de que aquellos que se muestren comprometidos a impulsar las reformas, reciban en el momento, la asistencia necesaria que les permita hacer una diferencia real”. Después anunció varias medidas adoptadas por gobierno de Obama para evitar que los fondos de origen ilícito se canalicen a la compra de inmuebles en Nueva York y Miami y a otras operaciones contrarias a la seguridad nacional de Estados Unidos.

Erigida en amenaza a la seguridad nacional, Washington tiene una nueva arma –un popular pretexto— para respaldar campañas contra gobiernos acusados de corruptos. ¡Ahora el Departamento de Estado  ofrece dólares y patrocinio político a los interesados en combatir la corrupción! A unos días del ofrecimiento ya aparecieron las primeras ONGs interesadas en recibir apoyo,  ¿persuadidas? de que la corrupción solo se puede combatir con respaldo de otros gobiernos. El pronunciamiento de Kerry tiene un fértil campo en América Latina. Sus primicias fueron Guatemala y Brasil. Seguirán en la lista  Venezuela, Ecuador,… ¿México?

Nuestra realidad es pródiga. Las insípidas campañas electorales están salpicadas de sangre e inmundicia. Lejos de ser excepción, Tamaulipas, Veracruz, Oaxaca y Puebla apiñan catálogos interminables de acusaciones entre los aspirantes a ocupar el cargo de titular del Ejecutivo local. La intercepción de llamadas telefónicas, la propalación de acusaciones  calumniosas y la difusión de fotomontajes, han dejado de aparecer como delitos; son simplemente recursos sin castigo para denigrar, para infundir miedo. En una suerte de competencia para mostrar quien es el más corrupto e incompetente, los debates entre los candidatos se convierten en un ventilador de estiércol. Al concluir, el público llega a la conclusión fatal: ¡todos son ladrones y mentirosos!

“La moral como árbol que da moras”, sentencia emblemática de Gonzalo N. Santos, palideció ante el cinismo de Hank González cuando planteó su apotegma: “Político pobre, pobre político”. Esos postulados ahora se antojan ingenuos frente a la desfachatez moralina del panismo y la cultural procacidad del presente, engendradoras del clima de generalizada corrupción imperante en todos los partidos, en todos los gobiernos. En la discusión reciente en el recinto del Senado, el PAN y el PRD acusaron al PRI de oponerse a la aprobación de los proyectos de leyes anticorrupción pero se negaron a aprobar, por si mismos, cualquier iniciativa a pesar de contar con la mayoría parlamentaria. Definido como el descaro en el mentir, el cinismo aprisiona el ambiente político mexicano. ¡Pobre México!

Es preciso plantearnos el país al que aspiramos dejar a nuestros hijos, a nuestros nietos: un país gobernado por truhanes inescrupulosos y apátridas, o un país respetuoso de leyes justas, aplicadas con firmeza por funcionarios comprometidos con el bienestar de la sociedad. No necesitamos foráneos cabilderos, descendientes de quienes clamaron la presencia de un príncipe imperial para gobernarnos. Todavía hay mexicanos comprometidos con su país. Implantar una nueva forma de gobernar entraña riesgos y sacrificios muy grandes. Pese a ello, es preferible afrontarlos y escapar del laberinto de infamia donde estamos atrapados.

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