Tepic, Nayarit, jueves 21 de noviembre de 2024

México ya cambió (3)

Manuel Aguilera Gómez

29 de diciembre de 2015

Los ideólogos de la “nueva economía” no alcanzaron a advertir que el desmantelamiento del Estado habría de minar sensiblemente su capacidad de gobernanza. Nunca reconocieron que la presencia estatal en la vida económica del país era un pilar esencial para la estabilidad política. Ignoraron la sentencia del distinguido filósofo inglés Thomas Hobbes: Un Estado débil es la puerta a la barbarie. Indefectiblemente está expuesto a las presiones de los grupos de poder que, al desafiarlo, exhiben la anomia, el desfasamiento de las instituciones para enfrentar los retos de la nueva realidad.  

La ineficacia  gubernamental para implantar la concordia social ha dado lugar a un clima de inseguridad generalizada cuyo saldo convirtió al territorio nacional en una gigantesca necrópolis clandestina. El tema cobra visos de tragedia debido a la aceptación de un paradigma elevado al rango de dogma: toda medida gubernamental apoyada en el uso legítimo de la fuerza suele calificarse como autoritaria y, al ser juzgada contraria a la filosofía y praxis democráticas, merece ser condenada. Se estatuye así, un gobierno desprovisto de aptitudes políticas, temeroso de ejercer el poder. Estamos viviendo una re-edición de “La Marcha de la Locura”, el fracaso ominoso de gobiernos débiles e indecisos, documentado por el historiadora inglesa Bárbara W. Tuchman.  

El clima de inseguridad es atribuido a la presencia de bandas dedicadas al tráfico ilegal de estupefacientes; eso es una salida de pie de banco para evadir su verdadero origen: el desgobierno como signo de ineptitud policial  y de   irresponsabilidad política de los gobernadores, encubridores a ultranza  de la dramática corrupción imperante en las policías municipales y en los ministerios públicos. En ese torbellino está envuelto el país.

El sentimiento de impunidad frente a la ley ha creado una nueva generación de mexicanos, ajenos a todo concepto de patria y nación, ignorantes de la historia de su país, hábiles practicantes del poder irresistible del dinero. Ubicados en el penthouse del edificio social, los mirreyes  --según la definición de Ricardo Raphael-- son los descendientes de los nuevos ricos. Fueron educados para gastar, despilfarrar los recursos de sus padres. Egresados de centros de enseñanza superior, los mirreyes cohabitan en el seno de 150 mil familias que representan poco menos del 1% de sociedad. Encarnan a las élites del poder habituadas a conseguir todo a base de comprarlo: escalan rangos académicos en centros universitarios tipificados por su laxitud pues no les importa su preparación porque cuando necesiten un profesional simplemente lo pueden conseguir en un mercado laboral sobresaturado; desprecian a los políticos tradicionales a quienes califican de vulgares trepadores; rechazan a los administradores públicos a quienes juzgan como burócratas arribistas y corruptos (”asalariados” los calificó alguna de “las misses de Polanco)”; las responsabilidades en la administración púbica no son catalogadas como compromiso de servicio sino simples oportunidades para hacer negocios y  conseguir privilegios (autos blindados, escoltas etc.); aspiran a parecerse a los estadounidenses y desprecian profundamente a la “color people”; saben que el ascenso social se consigue mediante “conexiones”, con independencia de las calificaciones personales; acuñaron el principio de que “quienes no transan, no avanzan” como norma de conducta; el prestigio lo consiguen mediante la ostentación. Estos son o se parecen a quienes, mayormente, ocupan cargos de responsabilidad política tanto en la esfera ejecutiva como en legislativa en la administración federal y en los gobiernos de los estados.

Debido a su profundo deterioro, la educación pública ha perdido su capacidad promotora del ascenso social y el estancamiento de la economía ha anulado los mecanismos de movilidad ocupacional. Estamos entrampados en una sociedad suspendida en estancos señoriales. Desdibujados, los valores nacionales están ausentes de la ideología dominada por espejismos consumistas, creados por la publicidad, Somos víctimas del engañoso facilismo económico, esperanzados en el masivo ingreso de capitales extranjeros a los que, sin restricción alguna, hemos confiado nuestro destino, porque, como decía Limantour, a las aristocracias minera y pulquera no  se les puede confiar la responsabilidad del desarrollo material.

(Continuará)

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