Tepic, Nayarit, jueves 18 de abril de 2024

Hace un año, tío Fermín

Ulises Rodríguez

03 de septiembre de 2015

A través de la historia de la humanidad, el arte y la literatura se han convertido en vehículos para alcanzar la inmortalidad. No fue la sumersión del guerrero Aquiles en la laguna Estigia lo que le dio la inmortalidad al héroe, fue el poema de Homero, “La Ilíada”, lo que hace que hasta nuestros días, el mitológico Aquiles siga causando fascinación. La vida de la florentina Lisa Gherardini habría sido anónima frente a la historia, de no haber sido ésta mujer la modelo de Leonardo Da Vinci que hoy conocemos como La Gioconda, la pintura que ha sido calificada como la “más famosa del mundo”. Guardando las proporciones –que son inmensas-, y sin ser escritor virtuoso, sean éstas líneas mi desesperado intento por traer a la vida una vez más a mi tío, Fermín López Castillo, a un año de que nos abandonara físicamente, dejando en la huella de mi mamá, mis tías y quienes lo quisimos sinceramente, un vacío terrible, doloroso, pero con la esperanza al mismo tiempo, de vernos más tarde, en el destino inexorable al que todos estamos condenados: la muerte.

Mi tío tuvo una vida ordinaria, no fue un hombre de grandes proezas cuyo nombre trascienda al tiempo en que vivió, fue un ser humano como la mayoría de nosotros, alguien ordinario que en su sencillez, guarda lo especial: su forma personalísima de ver la vida y de vivirla.

Malhablado, siempre de buen humor, inteligente, audaz, valiente, generoso y noble, así lo recuerdo. ¿Cuántas veces no lo vi ayudar a otros, aún a costa de quedarse sin nada para él? Recuerdo, por ejemplo, que durante varias semanas acompañé a mi mamá a Aután, el ejido que vio nacer a mi familia, con la única finalidad de ir a la única tortillería del pueblo y pagar un kilo de tortillas para cada familia del rancho durante una semana, a la semana siguiente, se repetía la misma operación. La primera vez que hicimos aquello, me causó una honda impresión, algo así como curiosidad y admiración, pues sabía que lo que hacía mi tío era algo bueno -en mi infantil entender-pero no hallaba la razón de gastar tanto en otras personas. Lo entendí aquella misma mañana, cuando el perifoneo sonaba a todo volumen anunciando la noticia de que cada familia tenía pagado un kilo de tortillas por toda la semana y algunas ancianas, al paso de mi mamá que me llevaba de la mano para esperar el camión de regreso a Tepic, bendecían a “M
in” y por conducto de mi mamá, le mandaban decir “que ojalá Dios le diera más, para que siguiera ayudando al rancho”.

La gente no agradece, hijo- le decía mi mamá Andrea- no creas que piensan que eres noble… ¡piensan que eres pendejo!

-Pues lo saqué de ti y de mi apá, que son iguales- respondía mi tío, entre risas, divertido por la reprimenda de mi abuelita.

En junio de 2012, un día de mi cumpleaños, para ser exacto, tuve la fortuna de acompañarlo a Puerto Vallarta. La tarde era lluviosa y el paisaje frondoso del sur de nuestro estado enmarcó la que fue quizá, la mejor conversación que tuve con él. Me platicó, emocionado, la vez que conoció a Francisco “El charro” Avitia.

Fue un día que mi tío venía de México a Tepic y al pasar el autobús a Guadalajara a recoger pasaje, se subió un hombre al que reconoció de inmediato, pues era el intérprete de algunas de las canciones que más le gustaban, se trataba del popular cantante conocido como “El charro Avitia”. La timidez, sin embargo, no permitió que mi tío se acercara hacia el personaje, sino hasta pasar por Ixtlán del Río. El famoso cantante lo invitó a sentarse con él y no pararon de hablar hasta llegar a Tepic. Para entonces, mi tío ya se había ofrecido a asistirlo durante su estadía en nuestro estado y así lo hizo. Comieron aquella vez en el restaurante del hotel Sierra de Álica y hablaron por largo rato. A punto estuvo Avitia de ir a Aután a acompañar a mi tío -para entonces un joven veinteañero-, para conocer a mis abuelitos y el rancho, sin embargo, una llamada que lo instaba a ir a la ciudad de México, coartó aquel plan. La visita de un cantante de su estatura, sin duda habría sido novedosa en un pueblito como Aután, en San Blas.

Ese era mi tío, el que pintaba Huicholes con acuarela porque sentía sincera estimación por esa etnia de nuestro estado, el que componía canciones en su juventud, de amor a las mujeres –una de sus grandes pasiones- y de amor a Nayarit.

El destino es misterioso, cruel algunas veces, siempre irónico. Crecí admirando la fortaleza de mi tío, su apostura y don de gentes. Siempre fue el hijo preferido de mi mamá Andrea y el hermano consentido de mis tías, único varón a fin de cuentas. La última vez que lo vi antes de que enfermara, fue la noche del 17 de junio de 2012, cuando partí rumbo a Chiapas, en busca de una oportunidad laboral. Mi tío, junto con mi mamá y mi amigo Rodolfo Rubio, me acompañaron a la terminal de autobuses. No lo olvido, allí estaba él, parado en los andenes abrazando a mi mamá y diciéndome adiós con la mano, de pie…

No tuve noticias suyas sino hasta un par de años después, en agosto de 2014. El día 18 de Agosto, después de acompañar a un par de amigas por las que siento mucho cariño y gratitud, en su toma de protesta como diputadas locales, fui a verlo hasta donde me dijeron que estaba. No quiso recibirme, no quiso que lo viera en el estado en el que se encontraba, frágil, delgado, sin poder valerse por sí mismo. Murió unas semanas más tarde, mientras yo le sostenía la mano.

Por alguna razón, siempre pensé que sería yo quien me iría primero de este mundo. Sospecho que estoy destinado a morir joven, y pensaba que desde algún lugar, cuando ya no estuviera aquí, vería la misma escena que vi cuando partí a Chiapas… mi tío abrazando a mi mamá y dándole fuerza. El destino, sin embargo, quiso que las cosas fueran diferentes. Me tocó a mí, estar a su lado cuando expiró y me tocó arrojar sobre su féretro el último puño de tierra, un honor que nunca pedí y que no habría querido tener a costa de su ausencia. Hoy, como hace un año, estoy despierto en la madrugada, dedicándole mis pensamientos, llorándole en silencio y escribiendo, escribiendo para que mi tío no muera como mueren los olvidados.

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