Con Punto Fino
Mildred Rodríguez Ferrer
20 de junio de 2015
Antivalores
Toda la sociedad, o al menos los que tienen alcance a las nuevas tecnologías gracias a las cuales nos acercamos en tiempo real a las situaciones que se presenten en otras latitudes mediante las redes sociales, nos dimos cuenta en poco tiempo de varios casos que conmovieron a la ciudadanía mexicana por su trascendencia y por lo increíble que pudiera parecer, hechos de sangre y violencia que cuesta trabajo entender que estén sucediendo.
Me refiero a la muerte del pequeño Christopher, que así se divulgó en Facebook y Twitter, el niño de 6 años que fue asesinado a manos de jóvenes adolescentes que resultaron ser sus primos, quienes presuntamente estaban jugando “al secuestro” y que eligieron como víctima a este inocente, para que después se presentara tremenda polémica al enterarnos que la madre había vendido la “exclusiva” de este suceso a la controvertida Laura Bozzo, para muchos innombrable periodista que labora en la caciquil Televisa.
También supimos de la pequeñita de apenas 2 años de edad que fue salvajemente ultrajada por sus primos (otra vez), cuando la familia disfrutaba de unos días de vacaciones; esta vez también se trató de jovencitos que ni siquiera alcanzan todavía la mayoría de edad. Y bueno, la última es la de los niños de segundo grado de primaria que jugaban a “la violación” con una de sus compañeritas de escuela.
Esto no se trata de los alcances de los niños, no se deriva de las “alilallas” (palabra que utilizaba mi mamá para referirse a alguien que estaba adelantado en sus conceptos), se trata de que nuestra sociedad, tan preocupada por parecerse cada vez más a la de los países desarrollados, trabaja como robot todos los días a todas horas, se idiotiza en los dispositivos electrónicos y se embrutece en el alcohol y las drogas para olvidar la mendiguez cabalgante en la que está México sumido.
De esta forma, el padre de familia que antes era una figura que merecía respeto e infundía temor, se ha convertido en un pelele que es parte de las bromas de los hijos; el coraje que los hijos guardan hacia sus madres, que en pos de la equidad, de la superación, pero sobre todo ante la jodida economía familiar, han tenido que dejar los hogares para buscar el apoyo al sustento o incluso, ser el propio pilar financiero, dejando de lado la tarea de educar y formar hombres y mujeres de bien por el enfado y desgano que la vida misma les ha representado.
Es fácil deslindarse de la responsabilidad de criar a los hijos, es fácil que aquel padre o madre prefiera salirse de su casa para no seguir viendo las medias derruidas 4 paredes, la escasez de servicios públicos de calidad y salir de la realidad en la red de redes, enamorándose de desconocidos y fanatizándose de falsas estrellas, que por sí mismos representan los antivalores que cuesta tanto detectar.
Y es que antes era de rigor que la madre anduviera tras los pequeños, al pendiente de sus necesidades y lamentablemente, las necesidades torcieron el rumbo, y si a la mamá poco le interesa lo que pasa al interior de su casa, el padre que por tradición es el proveedor del sustento mucho menos se entera de lo que en realidad está pasando con sus descendientes.
Es cierto que antes existía la mentada “brecha generacional”, que los padres no querían descender al nivel de sus vástagos para fomentar la confianza y la comunicación, entonces se nos presentaban como ogros, monstruos, algo lejano e irreal, pero también es cierto que al abrirnos a la globalización, al querer competir contra sociedades con otro tipo de mentalidades quedamos en desventaja, y al pretender darles a nuestros hijos aquella apertura que no recibimos, se desdibujó la figura de autoridad primera, que es la de la casa, y al caer ésta obviamente las demás quedaron rebasadas.
Con esto quiero concluir que si estamos viendo casos cada vez más estremecedores, de conciencias inquietas que van del dicho al hecho en cuestión de segundos, es porque nuestros hogares se están derrumbando y no precisamente por la jodidez, se caen a pedazos ante la falta de amor, responsabilidad y cuidado y la familia, célula básica de la sociedad, infecta con su cáncer a la ciudadanía.
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