Tepic, Nayarit, martes 23 de abril de 2024

Con la cola entre las patas

Octavio Campa Bonilla

13 de mayo de 2015

Llegamos a Jesús María muy de mañana. Una troquita nos esperaba a un lado de la pista, que era en realidad una cicatriz abierta a pico y barra en la roca viva de un cerro plano, y aplanada rústicamente con trozos de durmientes de palo de haba.

El traslado en el bimotor fue tranquilo. El avioncito lo contratamos en Mexpan, a una empresa local de transportes aéreos, que hace viajes regulares de carga y pasaje a La Yesca y El Nayar, pero que también realiza vuelos especiales cuando algún cliente lo solicita.

Habíamos llegado de la ciudad de Guadalajara el día anterior, y cuando arribamos a lxtlán del Río por la mañana, ya nos esperaba la camioneta de la Institución, que procedente del Distrito Federal, transportara el equipo que utilizaríamos en la imponente sierra del Nayar.

Antes de abordar el avión, el ingeniero me preguntó si el equipo y material de apoyo para la Asamblea con los Coras estaba completo, a lo que respondí que Marcos, el chofer de la camioneta y yo, lo habíamos revisado antes de depositarlo en el área de carga de la nave.

lbamos felices. La vanidad humana es tal vez un pecado, que al disfrazarse de virtud inflama el alma haciéndonos sentir nobles y buenos, y de ribete poseedores absolutos de la verdad.

Pero ahí estaban las cifras: en Pinotepa, Oaxaca, de veinte pruebas en terreno pedregoso, el rendimiento había sido de nueve toneladas por hectárea, y en la Cañada de los Once Pueblos en Chilchota, Michoacán, los promedios sobrepasaron las diez toneladas.

Por eso consideramos que la euforia y el optimismo que sentíamos, no era inspirado por el falso orgullo, sino por una auténtica vocación de servicio, sumada a la idea superior de rescatar de la miseria y del atraso, a los pueblos de la Mesa del Nayar.

El avión, rápidamente ganó altura y en breves instantes ya volaba a cuatro o cinco mil pies. Dejamos atrás el valle y penetramos a la majestuosa Sierra de Xícora, un macizo de montañas cortadas a tajo, con angostos desfiladeros y cantiles profundos, que convierten el lugar en fortaleza inexpugnable.

El ingeniero, aprovechó nuestro asombro para referimos que en sus numerosos viajes por el país, jamás conoció una sierra tan quebrada como la que en esos momentos estábamos atravesando, razón principal de que la conquista esperara doscientos años, para someter ese último bastión a la Corona Española.

Luego hubo un breve silencio, donde cada uno se metió en sus propios pensamientos dándose a la tarea mental de repasar la parte que le correspondía en el planteamiento general del proyecto, que esa misma mañana presentaríamos a los Gobernadores y Autoridades Tradicionales de los pueblos Coras, en la Casa Fuerte de Jesús María.

El Presidente de México en persona, instruyó al ingeniero, para que se realizaran los cultivos de prueba de aquel maíz - milagro de la tecnología genética -, capaz de rendir un promedio por hectárea superior a las doce toneladas en tierra de humedad, y un rendimiento por encima de las nueve, cuando las condiciones del clima y suelo eran desfavorables o adversas.

Considerando estos últimos parámetros, se localizaron cincuenta predios rústicos en Oaxaca y Michoacán, y se efectuaron los experimentos, logrando en todos los casos productos excelentes de más de nueve toneladas por hectárea, con un paquete tecnológico en el que no se habla invertido ni siquiera la tercera parte, de lo que arrojaría el pago de la producción final, incluyendo renta de tierra, mano de obra y gastos de administración. Esto en cifras modestas, deducida la inversión, la venta del grano arrojaría una enorme utilidad, y con ello la incorporación al progreso de aquella etnia marginada.

Una vez culminadas las pruebas y comunicados los resultados a la Presidencia de la República, se decidió en general consenso llevar a la práctica un programa de apoyo interínstitucíonal, a favor de las cincuenta y dos etnias del país, tendíente a elevar la producción de granos básicos entre las comunidades indígenas.

Ese era el cometido que nos llevaba a la sierra nayarita y particularmente al pueblo de Jesús María, cabecera del Municipio de El Nayar, donde se llevaría a cabo una reunión de trabajo con las autoridades comunales, y la plana mayor del Fondo Nacional de Fomento Ejidal, que viajaba en el bimotor con la alforja llena de ilusiones, y con la bien fincada expectativa de haber encontrado un mecanismo, que haría de la pobreza y el hambre, cosas del pasado.

Todo el proceso del maíz de la Cañada y Pinotepa, quedó registrado en diapositivas y en película de 16 mm, por un técnico muy eficiente, que trabajaba en la Unidad de Planeación y Difusión el FONAFE. Con ese material se elaboró un audiovisual y un cortometraje, donde se explicaba el desarrollo tecnológico desde la siembra hasta la cosecha, y se exponían testimonios de sus maravillosos rendimientos.

Cuando la troquita que nos conducía del aterrizaje, arribó a Jesús María, ya nos estaban esperando ocho Principales del Consejo de Ancianos, el Tatuán y sus Gobernadores Auxiliares, así como diversas Autoridades de la Nación Cora: Tenientes, Alcaldes, Tenanchis, Mayordomos y Centuriones.

Media hora después, en la Casa Fuerte del barrio de El Rosario, instalado el equipo y puesta a funcionar la planta de gasolina generadora, de luz, inicio la Asamblea con las presentaciones y saludos de rigor.-

Primero se exhibió el documental de cine de 16 mm, que los Coras sentados en bancas de vigas vieron con mucha atención, haciendo al final entre si algunos comentarios en su lengua nativa.

Enseguida y casi sin interrupción, de los seis aparatos de diapositivas colocados en varios niveles, los haces luminosos se sucedían, se entrelazaban, proyectando en la blanca pantalla, una serie de imágenes que explicaban con detalle, el milagro ocurrido en los campos de Michoacán y Oaxaca. Las fotografías de gran colorido se alargaban, se esfumaban y a ratos permanecían por espacio de varios segundos, siempre al compás de hermosas Pirécuas, grabadas en lengua Purépecha, amplificadas por una fiel reproductora de cintas, que complementaba el equipo llevado a la sierra.

Cuando terminó esta segunda fase, que duró como veinte o veinticinco minutos, el ingeniero avanzó al frente, y con voz cargada de emoción se dirigió al auditorio:

- Autoridades Tradicionales de este hermoso jirón de la Patria: nuestra presencia el día de hoy, obedece a la respuesta del Gobierno Federal a las demandas de los pueblos, que por desgracia aún viven en la marginación. El material que ahora les hemos proyectado es fiel testimonio del esfuerzo de nuestro gobierno, al producir una semilla mejorada de maíz, con la que habrán de elevar su producción, sus utilidades y por consiguiente su nivel de vida. Traemos con nosotros cincuenta sacos de veinte kilos cada uno, con los que podrá sembrarse una superficie aproximada de veinticinco hectáreas, que llegada la cosecha se convertirán entre doscientas y doscientas cincuenta toneladas. nos acompaña un agrónomo capacitado, que se quedará a vivir en la sierra, para apoyarlos técnicamente en todo el proceso. ¡Tienen ustedes la palabra!-.

Un largo silencio fue la respuesta de los Coras ahí reunidos. Nadie hablaba, intercambiándose miradas entre ellos, sin atreverse ninguno a romper aquella tensión, que ya resultaba embarazosa. Finalmente el más viejo del Consejo de Ancianos, dio un paso al frente y dijo con voz firme y clara:

-A lo mejor mis palabras no te gusten Ingeniero, y pienses que es respuesta de un viejo que está ya más pa allá, que pa acá, y es cierto, a mi ya no me queda mucho en esta vida, pero lo que tú nos ofreces es un crimen. Tu hablas del maíz como una siembra más y hablas y hablas de no sé cuántas toneladas y de no sé qué tantas utilidades. Quiero que sepas que el maíz nos lo dio Tayaó, y nosotros lo veneramos como a una Diosa que además de quitamos el hambre, nos sirve como elemento sagrado en el Costumbre y en muchas ceremonias. Los Coras no cosechamos más maíz que el que necesitamos pa comer y pa nuestras mandas y fiestas rituales. Yo he ido, o más bien fui cuando joven muchos veces a la costa, al corte del tabaco y a la pizca del maíz, pero a la pizca del maíz de los mestizos, del maíz de los tuyos que no es sagrado. El nuestro, el que se siembra y cosecha en la sierra, si es sagrado, esa mata de maíz, con sus mazorcas rubias, son una Diosa y nosotros la veneramos. Así que dispensa mis palabras Ingeniero, pero
ya no tengo más que decir -.

El ingeniero se mesaba los cabellos abatido y perplejo, sin dar crédito a lo que oía y alcanzó a balbucir:

- Pero esto ... es inaudito... Nosotros venimos a dar respuesta... a ofrecer soluciones...-. Haciendo un esfuerzo por sobreponerse, el ingeniero se dirigió con aplomo al Gobernador Principal, buscando su apoyo:

-¿Qué piensa usted, Tatuán, de nuestro ofrecimiento?-.

A una mirada del viejo, que después de hablar había permanecido de pie, los demás integrantes del Consejo de Ancianos se levantaron y avanzaron a una lateral.

Sólo fue necesaria una palabra en su lengua, pronunciada por el Tatuán, para que todas las Autoridades Tradicionales, con disciplina castrense, formaran un triángulo del uno al diez en escala ascendente, donde el vértice lo constituía el Gobernador Principal.

No hubo más palabras, el Tatuán simplemente giró en sus talones, dio media vuelta y se puso de espaldas a nosotros. Luego hicieron lo propio las filas dos y tres integradas por Gobernadores, y sucesivamente fueron repitiendo la operación, hasta la fila diez compuesta por Centuriones. Enseguida hicieron flanco izquierdo y sin aspavientos se retiraron del Salón.

El viejo que desde su anterior intervención continuaba de pie, volvió a hablar, y con voz clara y mucha mesura exclamó:

- Gracias señor Ingeniero por tu visita. Que Dios y la Virgencita los acompañen a su regreso -.

Y sin añadir más, ni esperar respuesta, abandonó el lugar, seguido de los otros miembros del Consejo de Ancianos.

En la maniobra de vuelta a la pista, el silencio era ominoso. No habían transcurrido ni tres horas de nuestro arribo a Jesús María, y ya volábamos la ruta a la inversa con el ánimo por los suelos, con el estupor y la imagen de la derrota reflejada en los rostros de todos nosotros.

De improviso, el ingeniero rompió la muda tregua, con una risa burlona y nerviosa, al tiempo que pensaba en voz alta una frase que aún recuerdo:

-¿Y ahora con qué cuentas jíjas de la tiznada le vamos a salir al Señor Presidente?

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