Tepic, Nayarit, jueves 21 de noviembre de 2024

Represión sutil

Oscar González Bonilla

10 de octubre de 2014

Hacer vida social correspondió el fin de semana. Dos cumpleaños, uno de una niña entrañable que forma parte de mi familia, el otro de la esposa de un buen amigo al siguiente día.

Hubo la necesidad de abordar un taxi para trasladarse al casino especialmente acondicionado de enseres para el festejo de infantes. También soy usuario del transporte colectivo: camión urbano y combi.

Avispado el taxista empezó a hablar de la proximidad de una fuerte tormenta. Dijo que la del día anterior provocó inundaciones en varias colonias de la ciudad de Tepic, identificadas por el gobierno estatal como zonas críticas, que ocasionaron el agua casi llegara al techo de los automóviles.

El gobierno de Roberto Sandoval debería poner atención a esos sitios con la construcción de drenajes profundos, dijo. Para enseguida mencionar que al cabo está bien comprobado que el gobernador lleva buena tajada presupuestal en la construcción de obra pública.

En ese preciso momento pasamos frente a la mansión del ex gobernador de Nayarit, Ney González, en la avenida México de la colonia Mololoa, cerrada a piedra y lodo, con la sensación de que nadie la habita. Mire, yo creí que el cabrón chaparrito había hecho con el dinero del gobierno lo que ningún otro gobernador haría, es decir, dejó temblando las finanzas, pero como tal se ve Roberto saldrá peor, dijo.

Desgranó una retahíla de cosas que el común de los nayaritas sabe: su rancho, caballos y El Canelo (boxeador profesional que Roberto Sandoval persigue a donde quiera que pelea, sobre todo a Estados Unidos). Por fortuna llegamos al casino de la fiesta infantil.

Mientras los enanos se divertían como demonios, se armó el grupo de adultos para hablar sobre variopintos temas, pero saltó el del gobernador Roberto Sandoval. Nadie se refiere a él en buenos términos, nadie rinde cuentas de las bondades del gobierno de la gente.

Al día siguiente la misma cantaleta, aunque con público diferente. Bueno, la referencia fue hasta de las preferencias sexuales. Cualquiera con media daga adentro habla de más, son asuntos privadísimos que no deben ventilarse en público, pero a la gente poco le importa.

Es esta una muestra mínima de que el poder desgasta. Una gota de sangre sirve como pequeña cantidad para el análisis de problemas que registra el sistema inmunológico, señalan los dedicados a la demoscopia.

No sé porque extrañas razones vino a mi mente el libro de Carlos Moncada Ochoa titulado Oficio de Muerte, periodistas asesinados en el país de la impunidad, cuyo texto he iniciado su lectura.

En una carta abierta publicada por un periódico de la época de la Revolución a un gobernante le dicen:

“Aunque usted vea que lo celebran, que lo aplauden, que lo agasajan….desconfíe.

Nuestro pueblo está habituado a los sucesos novedosos.

Dos elementos que no se atraen, indudablemente se repulsan

Tal sucede entre usted y nosotros. Insistentemente sentimos repulsión el uno para el otro.

Existiendo, pues, esa repulsa marcada ¿cree usted que las recepciones a su favor sean de corazón.

Se equivoca si tal piensa.

No haga caso usted de los ruines, porque sería mostrarse también ruin.

Paso ahora a narrarles casos de periodistas asesinados en la época del Porfiriato que consigna el autor del libro en mención.

El primer periodista que con toda evidencia fue asesinado para acallar su pluma y favorecer los intereses políticos de un gobernador fue el sinaloense José Cayetano Valadés, el iniciador del clan de respetables juristas con ese apellido.

Por la noche el periodista fue agredido en una esquina de esa ciudad (Mazatlán), mientras paseaba con dos señoritas, por un individuo que se le había acercado fingiendo hallarse en estado de ebriedad. Al chocar con el periodista, el extraño le clavó un puñal en el pecho; luego escapó aprovechando que manos aviesas habían apagado el alumbrado público. Valadés  se tambaleó. Una de las jóvenes, al ver que tenía clavada el arma en el tórax, creyó que lo auxiliaría si se la extraía; lo hizo, y José Cayetano expiró.

En Michoacán el control ejercido contra la prensa fue férreo. Luis González y González, redactor responsable del semanario El Explorador, editado en Morelia, solía criticar con agudeza al prefecto de la ciudad, Maximino Rocha. Sufrió cárcel acusado del delito de injuria a funcionarios.

Luis González demandó y obtuvo el amparo de la justicia federal y salió de la cárcel. Pese al encierro, no alteró su línea periodística.

Poco después validos del bullicio reinante del carnaval, cuatro polizontes lo siguieron, llevando ocultos bajo sus ropas sendos marrazos (bayonetas). Cuando estuvieron cerca de su víctima lo atacaron y lo hirieron en los brazos cuando trató de protegerse. González corrió hacia una casa cercana en busca de auxilio. Antes que la puerta se abriera, una de las duras armas de acero se hundió en su espalda. La mujer que abrió lo encontró gravemente herido y lo hizo entrar. Pidió auxilio. Con sospechosa prontitud llegaron dos enfermeros de un hospital y se lo llevaron. Los dos sujetos eran también esbirros del prefecto, que acudieron para rematar a González y hacer desaparecer su cadáver.

Otro caso horripilante fue el asesinato del periodista Emilio Ordóñez, en Hidalgo. Por órdenes del gobernador Rafael Cravioto, que bajo el menor pretexto confiscaba la propiedad, asesinaba, destruía todo y a todos los que de alguna manera estorbaban su insaciable ambición de bienes y de poder indisputable, fue enviado a prisión, donde estuvo cerca de cuatro años. El crimen de Ordóñez consistió en insistir en demostrar lo ilícito de los actos oficiales del gobernador.

Un día sus familiares fueron a verlo a la cárcel y se les dijo que se había fugado. No obstante, no lo encontraron por ningún lado ni supieron que alguien lo hubiera visto fuera de la prisión. Ataron cabos, analizaron versiones, estudiaron indicios y pronto supieron que había sido apaleado en prisión hasta dejarlo sin conocimiento. Como sus verdugos se dieron cuenta del grave estado en que se hallaba, lo arrastraron hasta un horno de cocer ladrillos y lo quemaron vivo. Cuando consideraron que el cuerpo no podría ser reconocido, lo arrojaron a una mina cercana a Pachuca.

Roberto Sandoval, gobernador de Nayarit, lucido quedara si echa mano de este tipo de represión contra periodistas, inusuales, pero vigentes hasta nuestros días. No, la marca es más sutil, él ataca los derechos humanos fundamentales.

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