Hacia la ciudad ciencia de Guadalajara
Octavio Camelo Romero
21 de abril de 2014
Era una mañana ordinaria como cualquier otra. Lo distintivo estaba en mí. Me levanté con una ligera opresión en el pecho a la altura del plexo solar, en el meritito centro. Tomé entre mis manos un aparato eléctrico que sirve para medir la presión arterial y me dispuse a utilizarlo. En la pantalla aparecieron los números 90, 60 y 150. No creí de momento en ese resultado y volví a enfundarme en el aparato. Los resultados fueron semejantes. No cabía duda. La presión arterial estaba baja y la frecuencia cardiaca alta. Surgía la necesidad de ir al hospital a recibir atención médica. Y fuimos al “Sanatorio” de la loma. Llegamos y nos hicimos presentes en la administración, pero en ese momento el médico de guardia iba pasando por el lugar y me pregunta: ¿Qué anda haciendo por aquí? Traigo una taquicardia le contesto. ¿Cómo? Replica, “si hace ocho días lo atendí en urgencias de eso mismo”. De inmediato me hicieron pasar a la sala de “Terapia Intensiva”, lugar donde ya había estado anteriormente, y me enfundaron para monitorear la evolución de mi recuperación. Mi familia, mi esposa y mis hijos, se dieron cita nuevamente en el Sanatorio seguramente para estar enterados de primera mano del destino de mi humanidad. No era normal que en un intervalo de ocho días hubiera ingresado dos veces al mismo lugar y por la misma razón. Algo debería andar mal en mi organismo. El médico de guardia Francisco se veía preocupado. Seguramente se resistía a entregarle mi alma al creador. Yo por mi parte me preguntaba cómo me recibirían en el “Reino Celestial” porque en el “Terrenal” me había ido como “al diablo con San Miguel”. Recordé el postulado de la “Teología de la Liberación” de que todos los humanos “deben conquistar primero el reino terrenal”. Quizá por eso se persiguió a quienes la profesaron y los tildaron de “comunistas”. Sin embargo hoy desde Roma Su Santidad habla de la Iglesia de los Pobres. Esperemos su pronunciamiento sobre el “Reino Terrenal” pero de los menesterosos, desempleados y desposeídos.
Estaba inmerso en mis elucubraciones cuando el médico de guardia Francisco le dice a mi familia que la presencia de las dos taquicardias en un periodo de tiempo de ocho días no auguraba nada bueno. La familia como es natural se preocupa. Y de inmediato organizan un “concilio” sin mi presencia, para recibir información privilegiada sobre el estado de mi salud y tomar decisiones sobre mi futuro inmediato. La decisión estaba tomada: me llevarían a la ciudad de Guadalajara Jalisco.
Desde la experiencia de la primera taquicardia mi amigo el Dr. Armando había insistido en la relativa urgencia de una “coronariografía” para saber con precisión cuales arterias estaban tapadas y sobre todo, el grado, la naturaleza y el lugar del taponeo de la arteria. Pero se presentaba un pequeño problema. En Nayarit no existe un centro hospitalario con el equipo material y quizás humano para la realización de este tipo de estudio y de intervención quirúrgica. Por eso había que ir a la “Ciudad Ciencia de Guadalajara”. Para ello teníamos que ponernos de acuerdo con mi cardiólogo, mi tocayo el Dr. Octavio, quien desde hace 17 años me sacó de un infarto y me sigue dando seguimiento en mis ulteriores eventos de isquemias, para localizar a algún colega suyo en la capital de Jalisco que haga tal estudio y para que nos diera una especie de resumen histórico de mis padecimientos cardiovasculares. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de que este tipo de tratamiento no es accesible a los desposeídos, desempleados y menesterosos. Los “Centros de Salud Pública” del Estado Neoliberal Mexicano no lo tienen y en los “Centros Hospitalarios” privados es muy costoso.
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