El líder visto desde la inteligencia emocional
Octavio Camelo Romero
22 de octubre de 2013
En el año de 1983 Howard Gardner concibe la inteligencia como una capacidad humana, como algo que se puede adquirir y desarrollar. Y dentro de todas las capacidades humanas a la inteligencia le reserva la «capacidad de resolver problemas y/o elaborar productos que sean valiosos en una o más culturas». Este modo de concebir cierra las puertas del innatismo y del dualismo. La inteligencia no es innata, es adquirida y no corresponde al alma únicamente, por el contrario, pertenece a la unidad indisoluble del humano, al cuerpo humano con su correspondiente alma o mente. Pero a la vez amplia el horizonte de la inteligencia, ya no es una sino varias las inteligencias de los humanos en tanto que son varias las clases de problemas o de satisfactores de las necesidades humanas que la sociedad tiene que producir. Por lo tanto se trata de una multiplicidad de inteligencias y de una construcción social de tales inteligencias. Una verdadera “Revolución Paradigmática”. Toca a las nuevas generaciones desarrollar este paradigma. Seguramente que Wayne Payne se enroló en esta cosmovisión de la inteligencia y por ese motivo en su tesis doctoral “Un Estudio de las Emociones” presentada en 1985, subtitula “El desarrollo de la Inteligencia Emocional”. El término inició su camino, en 1989 Greenspan presentó un modelo de Inteligencia Emocional el cual fue seguido por Salovey y Mayer en 1990. Pero fue hasta 1995 con la publicación del célebre libro “Inteligencia emocional: ¿Por qué puede importar más que el concepto de cociente intelectual?”, de Daniel Goleman, que el término se popularizó. Las investigaciones neurocientíficas se hicieron presentes para desentrañar la madeja tejida por las neuronas. Y en 1996 Joseph Ledoux divulga en su libro “El cerebro emocional” sus hallazgos sobre los “circuitos neuronales del cerebro”. En una jerarquización categorial, los impulsos determinan a las emociones y las emociones preceden al pensamiento. A partir de esta visión se construye un modelo sobre la evolución del cerebro y sobre la relación entre los sentimientos y la razón.
La región más primitiva del cerebro es el “tronco encefálico”, el cual se comparte con todas las especies que cuentan con sistema nervioso, y desempeña el papel de regulador de las funciones vitales básicas. De este cerebro primitivo surgieron primero las regiones emocionales y mucho después, el cerebro pensante. El cerebro emocional es muy anterior al racional, el cual es una derivación de aquél. Este modelo de evolución del cerebro revela el carácter conflictivo de la relación existente entre los pensamientos y los sentimientos.
Por otra parte se sabe que el buen flujo cerebral irriga la corteza y los prefrontales del cerebro. Con ello se obtiene una eficiencia cerebral y un buen rendimiento personal. La sobrecarga física y emocional, el estrés, la intranquilidad, las emociones negativas, etc., provocan una disminución del flujo cerebral y una menor irrigación del cerebro y en especial, de las zonas prefrontales. Por lo tanto de manera natural disminuye la eficiencia cerebral y el rendimiento personal. En los prefrontales se ubican la comprensión, la concentración, el aprendizaje, la creatividad, etc. Si la irrigación cerebral a esa zona baja, entonces las funciones de los prefrontales se verán necesariamente disminuidas. Surge como una necesidad objetiva para mantener la eficiencia cerebral y el rendimiento personal la armonía de los sentimientos y las emociones de las personas. De allí que se le imponga al líder la tarea de armonizar los sentimientos y las emociones de los liderados. Este aspecto es quizás el más importante de todas las características que debe tener un ejecutivo de empresa. Su función de capitalista explotador de trabajadores exige su atención en los rendimientos personales y en la eficacia del cerebro de sus subordinados para evitar accidentes, etc. Por lo tanto debe atender a los aspectos emocionales y sentimentales de ellos. En las actuales condiciones del desarrollo del capitalismo mundial, el ejecutivo de empresa mínimamente debe poseer cuatro cualidades emocionales. Ser un profundo conocedor de sí mismo, de sus debilidades y de sus fortalezas. Ser un diestro autorregulador de sus comportamientos, de sus emociones y de sus sentimientos. Ser sensible frente a las emociones y sentimientos de los demás y por último, poseer una extraordinaria capacidad social.
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