Los amoríos del poder
Oscar González Bonilla
05 de Septiembre de 2024
Al concluir la lectura del libro titulado Las Damas del Poder, cuyo autor es el periodista Francisco Cruz, me queda claro el análisis de corrupción, impunidad y nepotismo que ejercieron las esposas de presidentes de la república durante el ejercicio de su mandato.
Las vivencias van desde María Izaguirre, esposa de Adolfo Ruiz Cortines, hasta Angélica Rivera, esposa de Enrique Peña Nieto, pasando por Eva Sámano, Guadalupe Borja, María Esther Zuno, Carmen Romano, Paloma Cordero, Nilda Patricia Velasco, Marta Sahagún y Margarita Zavala, cuya actuación como primeras damas, se expone por el autor con crudeza y desparpajo. Causa extrañeza que para nada se refiere a lo hecho por Cecilia Occelli, esposa de Carlos Salinas de Gortari.
El escritor señala como de mayor indolencia, es decir, falta de dedicación y esfuerzo, al mismo tiempo, para la realización de tareas oficiales encomendadas. Tales son los casos de Nilda Patricia Velasco, Marta Sahagún, Margarita Zavala y Angélica Rivera.
Francisco Cruz sostiene que realmente el papel de primera dama es: una encubridora, leal hasta la deshonra, un as bajo la manga del poder presidencial, para postergar el silencio, para desviar la mirada. Y de manera generalizada expone en su libro que en los hechos no fueron únicamente las mujeres que durmieron con el poder, sino, muy al contrario, son –cada una en su momento- las principales solapadoras, cómplices por omisión o silenciadoras de la represión, el saqueo y la destrucción del país.
Pero además hace esta sólida aseveración: Puede inferirse entonces que algunas presentaron la cara de la hipocresía y, por el interés compartido con sus esposos por el poder embriagador que da la presidencia de la República, pospusieron su rompimiento y la separación formal hasta el término del sexenio, durante el cual aprovecharon para que familiares o amigos hicieran jugosos negocios al amparo de aquel poder. Como pasó en los sexenios de Miguel Alemán Valdés, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos, José López Portillo, Carlos Salinas de Gortari o Enrique Peña Nieto.
Ante los actos de corrupción e impunidad que algunas de estas protagonizaron en su papel de primeras damas, poco o nada pudieron hacer ni alcanzar las estrategias públicas para salvarlas de convertirse en las mujeres más odiadas del país. Así, la gastada idea de mostrarlas como protectoras de la nación o madres de los mexicanos ha quedado en una burda farsa ante los ojos de quienes advierten en ellas la imagen de simples aventureras del poder, asevera el autor en su obra impresa.
La historia las ha hecho pasar como mujeres sumisas, de escaso entendimiento y poca inteligencia, pero además el papel de cómplices que jugaron aquellas primeras damas permite señalar un puesto de cargo informal, cuyos fines altruistas pasaron altas facturas al erario, fomentando ansias de aventura, amor, sed de venganza, dinero y afán de poder.
Por las páginas de este libro desfilan historias, por ejemplo, de Carmen Romano dice que con José López Portillo vivió un matrimonio de 12 años, de 1951 a 1964, aunque la separación y el divorcio civil se formalizaron hasta después de 1982. López Portillo gobernó al país de 1978 a 1982. El nombre de Carmen Romano se convirtió en un lugar común que abrió la puerta a historias reales, anécdotas y chismes de todo calibre sobre su vida en la residencia oficial.
Como primera dama vivía en Los Pinos con López Portillo, pero lo hacían como vecinos respetuosos, distantes e independientes, estaban juntos, pero separados. Como presidente, López Portillo tenía un largo historial de amoríos, se comportaba como playboy, entre las cuales se contaba a Rosa Luz Alegría, Lyn May, Olga Breeskin y Sasha Montenegro, entre otras.
Doña Carmen Romano no se quedó atrás, se le achacaban furtivos romances y escapadas con jóvenes oficiales del Estado Mayor Presidencial que servían de escolta personal. También se le involucró en una relación sentimental con Uri Geller, famoso ilusionista.
Marta Sahagún, esposa del presidente Vicente Fox, como primera dama fue objeto de una estela de excentricidades, negocios oscuros, derroche y el poder a través del ocultismo, la hechicería y la filosofía oriental de fluir, meditar y trascender, y entender la relación entre los seres humanos, la mente y la naturaleza. Desvió la atención para mantener la entrega de la riqueza de la nación a grupos empresariales nacionales y extranjeros, además de enriquecer a la familia propia. Se posesionaría del poder a través de los embrujos del amor.
Angélica Rivera, La Gaviota, en su papel de diva se hizo construir una casa blanca de 86 millones de pesos, a través de una subsidiaria del Grupo Higa, de Juan Armando Hinojoza Cantú, contratista consentido de Peña Nieto. Y el escándalo estalló en los medios de comunicación, incluidos los digitales.
Sus días en Los Pinos transcurrieron entre la indolencia y el derroche de glamour. Se lucía viajando y gastando con sus hijas como si hubiera sido una duquesa en un país de pobres. Y muchas otras estulticias cometió Angélica Rivera como primera dama del país.
Cuando tuve conocimiento de la aparición del libro, en la ciudad de México, titulado Feminismo Silencioso, cuya autoría es de Beatriz Gutiérrez Müller, consorte del presidente Andrés Manuel López Obrador, por tanto, apresuré su adquisición mediante el trámite ante Mercado Libre que realizó una de mis hijas.
Pensé que, en dicha obra impresa, Gutiérrez Müller adelantaba juicios y acciones llevadas a cabo como cónyuge durante el periodo presidencial, con el propósito de evitar ser evidenciada en su papel de primera dama, aunque defenestró este último concepto. Pero ¡oh desilusión! Me equivoqué rotundamente. Su libro son reflexiones desde el yo, el nosotros, el aquí y el ahora, que aborda filosóficamente.
La escritora y académica sostiene al principio de la introducción: Desde el inicio advierto: si alguien espera encontrar en mis palabras dictados provenientes de otras bocas, lo mejor es que abandone este libro.
En su salud lo hallará.
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