Tepic, Nayarit, sábado 23 de noviembre de 2024

La pluma de Manolo

Ulises Rodríguez

29 de Mayo de 2024

Tenía ya varios días sin poder escribir. A veces sucede. No es que a nadie le importe o que se extrañen mis textos, pero yo mismo me siento ahogado cuando no lo hago.

Ya teníamos rato en silencio. Lenin y yo checábamos el teléfono para matar el aburrimiento en la sala de espera de la terminal de autobuses. Esperábamos a que llegara el camión de ómnibus que llevaría a nuestro amigo, el periodista regiomontano Manuel González Arizpe a la ciudad de Guadalajara. Mientras esperábamos, Manolo dormitaba un poco. Con casi dos metros de estatura, voz altanera y expresión hosca, Manolo era todo un caso. Nunca lo vimos sacar dinero para pagar ni un chicle y todo era patrocinado por el periodista al que acompañaba en tierras nayaritas, aun así, se volvió entrañable. 

De pronto, Manolo se enderezó en la banca y, como si no hubiera estado roncando minutos antes, se llevó la mano al bolsillo de la camisa, sacó la pluma que traía y la extendió para que yo la tomara. No era cualquier pluma, era una mont blanc plateada que le habíamos visto en cada visita a nuestra tierra. Nunca se separaba de ella. Jesús, el periodista por el que lo conocimos, se la había pedido en algunas ocasiones, según nos lo contó él mismo. 

-La pluma era de Gabriel García Márquez. Una vez le firmó a Manolo un autógrafo en un Sanborns de la ciudad de México y le regaló la pluma cuando éste se identificó como amigo de un amigo del Gabo. Nunca la suelta ni la ha querido vender, pese a recibir buenas ofertas, principalmente de mi parte, que presencié la escena- decía Jesús, quien es uno de los mejores narradores que conozco. 

La pluma es pesada. Es bonita, pero sin extravagancia. En la mano de Manolo, que era enorme, lucía bien. Cuando se la devolví después de un par de elogios, me dijo que me la quedara. Todos nos sorprendimos por el gesto. Y es que, no solo me estaba obsequiando algo, que de por sí, ya era algo sorprendente, sino lo que hasta ese momento identificábamos como su propiedad material más preciada. Atónito, le agradecí el gesto y acaricié la pluma. 

Jesús abordó un camión hacia otro sitio y esperamos todavía unos minutos con Manolo a que llegara su autobús. Lenin y yo nos fuimos a nuestras casas, estábamos rendidos de 3 días de parranda con nuestros visitantes. Pasaron los días y advertí el valor de aquel gesto. 

Hoy guardo la pluma con el mismo cariño con el que la recibí aquella mañana de otoño. No sé si estuvo o no en las manos del colombiano que se hizo acreedor al premio Nobel de Literatura en 1982, pero sí fue un objeto al que mi amigo Manolo le tuvo aprecio y es una prueba de que una vez, yo fui el depositario de su muy extraña generosidad. 

Ayer, Manolo cumplió 6 años de haber muerto. En vida, le apodaban el fantasma, aunque nunca supe bien por qué. Hoy creo que el apodo le viene bien, pues no se ha ido del todo, vive en los lugares que visitaba, vive donde dejó un buen recuerdo. Vive, por ejemplo, en la memoria del que esto escribe, que guardo con cariño la pluma plateada que un día me obsequió por alguna razón que todavía no entiendo.

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