La deuda con la maestra
Ulises Rodríguez
17 de Noviembre de 2023
Hace un par de años escribí una serie de poemas dedicados a personajes emblemáticos de nuestra ciudad. Sin ser un buen poeta, no sé si mi atrevimiento al final constituyó en lugar del homenaje que yo pretendía, más bien una ofensa a su memoria, pero lo hice. Uno de estos personajes era la maestra Ramona Ceceña, la legendaria directora de la primaria Francisco I. Madero, quien sirvió en esa responsabilidad durante 48 años.
Para escribir los versos sobre ella, me basé en los datos que comparte mi amigo Francisco Samaniega, un hombre cuya inteligencia y generosidad le han ganado mi respeto y admiración. También en los muchos comentarios de algunos de los alumnos que tuvo la maestra. Una fotografía de ella me sirvió para ponerle rostro al perfil que se iba armando con el rompecabezas de datos de ella: una mujer de mediana estatura, robusta, con lentes y usando un vestido de manga larga con estampados de flores, parada al pie de la puerta de la primaria, posando para dicha postal esbozando lo que parece ser una tímida sonrisa.
En una de las estrofas, escribí sobre su tumba abandonada desde hace años en el panteón Hidalgo. Lo hice sin conocer su lugar de reposo, aunque suponiendo que, en efecto, se encontraba algo abandonado. Fue en últimas fechas cuando sentí la necesidad de ir a visitarla y saber dónde estaba ubicada su tumba. Lo hice hace un par de semanas. No fue necesario pedir auxilio a la administración del panteón pues conté con la suerte de encontrar, sentado en una de las gavetas de la entrada del cementerio a Pepe Martínez Haro, un personaje que conoce el panteón como la palma de su mano y que fue autor de un libro sobre la historia y las leyendas de ese camposanto, libro que por fortuna pude adquirir hace un año. Se me ocurrió preguntarle a él por la ubicación de la tumba de la maestra Ramona Ceceña y sin mayor trámite me pidió que lo siguiera. Fue un encuentro afortunado.
Estuve unos minutos, hice una oración y admiré la tumba. No me unió con la maestra un vínculo afectivo porque no la conocí en vida, sí en cambio la conocí y he llegado a admirarla por los testimonios de sus alumnos y lo que de ella he leído en los libros de historia. Me conmueve de sobremanera que una persona que aportó tanto a nuestro estado y de manera particular a nuestra ciudad, permanezca casi en el olvido.
Su nombre adorna el muro de honor de la sala de sesiones del H. Congreso del Estado, también está en algunas calles, escuelas y bibliotecas en Tepic. Pero lo cierto es que ninguna institución ha hecho nada por rescatar su legado, su historia. Ese fue justamente mi propósito cuando escribí los versos sobre ella hace un par de años, rescatar su memoria.
Me dio mucho gusto que mi amiga, Elia Hernández, escribiera también sobre la figura de la maestra Ramona hace unas semanas y fuera una de las ganadoras de un concurso municipal destinado a rescatar la memoria de las mujeres que forjaron Tepic. La decisión de un jurado que poco calificado, sin embargo, le quitó el primer lugar que merecía el documento de Elia.
Antes de retirarme del panteón, le compré algunas flores y las deposité en sus jarrones. Sentí que, de alguna manera, estaba pagando una deuda moral adquirida hace tiempo y prometí, al mismo tiempo, ir a visitarla cada que pudiera, para que su tumba no estuviera tan sola.
Comparto lo anterior porque, en el hilo de comentarios del poema que publiqué hace tiempo, varios alumnos de la maestra preguntaron por la ubicación de su tumba, quien la quiera conocer, con mucho gusto se las comparto.
El pasado 6 de noviembre, fue el aniversario número 126 del natalicio de la maestra Ramona Ceceña Hernández, la hija de don Marcial Ceceña y de María de Jesús Hernández que nació al anochecer de un viernes 6 de noviembre de 1897 en Etzatlán, Jalisco, en el apogeo del porfiriato. Que ingresó a la normal apenas unos meses antes del estallido de la revolución y terminó sus estudios justo después de la decena trágica. Que llegó a Tepic cuando todavía Nayarit no era una entidad libre y soberana y que nunca, nunca faltó a dar clases en sus 76 años de carrera magisterial. Murió un lunes 18 de febrero de 1991 y sólo la muerte pudo evitar que se presentara a dar clases. El mango donde le gustaba tomar sombra, le sobrevivió muchos años después. Cuentan que, al caer la tarde, a veces, con un poco de suerte, podían ver su figura bajo el frondoso árbol de la escuela Francisco I. Madero que ella tanto amó.
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