Reformación y deformación del idioma español en nuestro país
Sergio Mejía Cano
02 de Septiembre de 2023
Si bien no es ético hacer comentarios en primera persona en una columna de opinión, en ocasiones es necesario para dar el enfoque necesario a lo que se trata de explicar. La primera vez que oí decir la palabra “tepicenses” fue cuando el señor Roberto Sandoval Castañeda había comenzado su campaña para la presidencia municipal de Tepic. Y como era frecuente que este candidato pronunciara esa palabra, mucha gente y medios de comunicación la comenzaron a pronunciar, escribir y publicar.
Comenté con algunos periodistas que esa palabra no existía en el diccionario, sin embargo, más de uno me aclaró que era un gentilicio y que se podía decir de esa manera, así no existiera esa palabreja en el diccionario. A uno de ellos que ya nos abandonó, periodista ya decano y con una larga carrera periodística en Nayarit, le sugerí que buscara en su hemeroteca y buscara desde cuándo había escrito la palabra tepicense, así que poco después me respondió que había buscado en sus artículos periodísticos y descubrió que precisamente la usaba cuando se la oyó decir al Sandoval Castañeda.
Así que me di a la tarea de buscar y buscar en lo que me fue posible y lo que sí encontré fue la palabra nayaritense y nayarita como oriundo de Nayarit; pero tepicense no estuvo por ningún lado. Cuando comenzó como una moda decir y escribir tepicense y su plural, tepicenses, vi que a los oriundos de San Blas, se les decía ya sanblasenses, a los de Compostela, compostelenses y así en lo sucesivo, siendo que el gentilicio de San Blas es samblasino y el de Compostela, compostelano, de acuerdo a la Real Academia Española, sin embargo, por costumbre o tradición en muchos lugares o zonas la misma gente ha cambiado la pronunciación de los gentilicios, y que por esto mismo y como las costumbres se convierten en leyes no escritos, llega el momento en que un gentilicio mal dicho o pronunciado tantas veces, se hace realidad su uso cotidiano.
Lo que sí es un hecho es que, por lo regular, los gentilicios de lugares cuyo nombre termina en letra consonante, su gentilicio termina en “eño, ano y eco”, verbigracia, tepiqueño, veracruzano y tamaulipeco, respectivamente; aunque hay sus excepciones como los oaxaqueños, pues Oaxaca termina en vocal, ya que en la mayoría de los lugares cuyo nombre termina en vocal, su gentilicio termina por lo regular en “ense”.
Un compañero periodista me insistía que estaba bien decir tepicense, entonces le pregunté si estaba bien que, a los habitantes de Madrid, España, se les podía denominar como “madrilenses”, siendo que su gentilicio está claramente definido como madrileños, y le puse como ejemplo la marca en algunos productos y comercios denominados “la madrileña”.
Y a propósito de España, a los oriundos de Guadalajara, España, su gentilicio es guadalajareños y, a los de Guadalajara, México, se les denomina como tapatíos; aunque en sentido estricto también son guadalajareños, porque la palabra tapatío es una costumbre de acuerdo a la toponimia de la zona en donde se usaba un morral con cacao u otra cosa considerada de valor comercial entre los habitantes de la zona de Analco, al otro lado del río San Juan de Dios, hoy convertido en colector de aguas negras y que dio precisamente origen a que la también conocida como la Perla Tapatía llevara por nombre Guadalajara, que significa literalmente “al otro lado del río o más allá del río”, según su origen árabe.
Hoy en día se ha dado por estar deformando el idioma que hablamos la mayoría de los mestizos mexicanos que es el español y que también se le conoce como castellano, debido a ser el idioma de Castilla una de las bases que tiene el español, así como el árabe, el euskara y otras lenguas de la región ibérica. Así que este idioma que hablamos la mayoría de los mestizos mexicanos, se ha ido reformando y regularizando a través de los años, conformando onomatopeyas, conjunciones, modificaciones en las sílabas, quitado o agregado tildes o acentos prosódicos y, mediante esta modernización de este idioma que no ha dejado de ser perfectible, por lo que se hacen modificaciones y variantes constantemente, lo que sí es un hecho es que desde hace muchos años quedó establecido y como una regla gramatical, que el plural en masculino aglutina ambos géneros: femenino y masculino; sin embargo, hoy en día se ha puesto de moda el decir “las y los” que, viéndola de bien a bien y si se analiza a fondo, parecería más bien un machismo disfrazado y por demás aberrante y que en sí, sobaja a la mujer.
Sea pues. Vale.
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