Masacre en la penal
Oscar González Bonilla
09 de Enero de 2023
“Fueron treinta y seis, y no once como informaron medios de comunicación gobiernistas, los internos masacrados en “El Pozo”. Treinta y seis cadáveres, la mayoría de ellos recogidos en pedazos al ser acribillados con armas de fuego de alto poder, restos de masa encefálica y de cuero cabelludo quedaron embarrados en las paredes del lugar, paso obligado de barandilla a población y viceversa”.
Es el fiel veredicto de Carlos Espinosa Robles, quien con vida escapó del amotinamiento de reos en el Cereso “Venustiano Carranza” de Tepic, registrado durante los días 22 y 23 de diciembre de 1988 y que culminó con la fiereza cruel cometida por los “Zorros”, fuerza de tarea de la policía del Distrito Federal, solicitada por el gobernador de Nayarit, Celso Humberto Delgado Ramírez, para apaciguar la rebelión de internos.
Al paso de 34 años, que se cumplieron el 22 de diciembre de 2022, Espinosa Robles reflexiona sobre la inconveniencia de haber solicitado la intervención de los “Zorros” porque, asevera, “no fue remedio, tampoco puso en paz a los internos, más bien fue una barbarie”, cometida por elementos de policía defeña que desplegaron brutalidad bajo el enervante flujo de la mariguana, el penetrante olor a petate quemado los delataba.
Pero además los integrantes de los “Zorros” con saña extremadamente perversa ejercieron actos propios de su naturaleza, sentencia el entrevistado, en venganza por la muerte, también a balazos, de su comandante Jorge Duarte Vadillo, quien, a pesar de portar chaleco antibalas, recibió un tiro en la parte frontal del cuello, disparado desde el interior del penal por uno de los reos insurrectos.
Espinoza Robles tiene plena conciencia de ser injustificada la participación de los “Zorros” en el interés de dominar una situación que se había salido de control al gobierno de Nayarit, más aún cuando en el asesinato colectivo de reos cayeron cantidad de “inocentes”, es decir, jóvenes sin ninguna participación en el movimiento emancipador, agarraron parejo. Sólo saciar su deseo de venganza con la barbarie, fue su despropósito. Costo humano descomunal.
“Los “Zorros” solamente vinieron a cometer el múltiple asesinato, se trataba de un grupo paramilitar comandado por un delincuente, Duarte Vadillo, quien, como lo destacó la prensa de aquel entonces, resultó un pájaro de cuenta, yo no invento, el testimonio ahí está”.
También la prensa escrita dio cuenta que otros elementos fueron Faustino Gómez Lira, director del agrupamiento Fuerza de Tarea, integrante del famoso y temido grupo "Zorros" en la época de Manuel Camacho Solís al frente del entonces Departamento del Distrito Federal, en 1989. Gómez Lira participó en la masacre de personas en el penal de Tepic, Nayarit, cuando la policía capitalina fue llamada a aquella entidad para reprimir un motín de reos. Muchos testigos acusaron a la policía capitalina de haber ejecutado a los amotinados aun cuando ya se habían rendido, éste fue denunciado por agredir con una barra metálica a los policías Eliseo Aguilar Ruiz y Gregorio Hernández Zarate, quienes se negaron a ser extorsionados.
Otro que participó es Juan Pérez Pastrana, integrante del temible grupo "Zorro", involucrado en la ejecución en el penal de Tepic, ha sido acusado de soborno y cohecho y en diversas ocasiones sus subalternos le han organizado protestas por la corrupción de que son objeto; así como Raúl A. Durán Cabrera, quien fue segundo comandante del grupo "Zorros”, investigado por la PGR por otorgar protección a narcotraficantes en el DF.
Esta es una muestra de la calaña de policías que participó en la masacre.
La capacidad del penal estatal es de 645 internos, pero registra un hacinamiento que casi alcanza los tres mil reos, situación altamente riesgosa, además de peligrosa, con posibilidad de un evento de amotinamiento sangriento como el iniciado el 22 de diciembre de 1988 que tuvo repercusión no sólo nacional sino mundialmente. A todas luces, ello debe evitarse con base en medidas de prevención dirigidas por el gobierno de Nayarit.
“VÁYASE PA’ LA CASA, SOY HOMBRE MUERTO….
El alzamiento en rebeldía de un buen grupo de reos, considerados algunos peligrosos y drogadictos, largas sus condenas en prisión, comenzó a las 10:30 horas de aquel 22 de diciembre de 1988 con toda seguridad con base en un plan largamente premeditado.
Pido al abogado Carlos Rafael Espinosa Robles narre la impresión inicial que le causó el estallamiento de rebeldía. Para empezar, explica su condición de trabajador administrativo en oficinas adyacentes a la penitenciaría con comunicación al edificio central, albergue de centenares de detenidos.
Enseguida ubica su oficina en dirección al área femenil del penal, donde laboraban trece personas. “De momento en barandilla se oyen gritos dirigidos a Soria, Soria era un comandante de los custodios, y le gritaban que ya era hora. Enseguida se oyó que abruptamente se abrieron puertas, tras la apertura de puertas se escucha un balazo, conmigo, en mi oficina estaba el guardaespaldas del director, quien de inmediato sale y dispara su pistola para centrar el tiro en la cabeza al recluso Raúl Apodaca.
“Apodaca en ese momento traía ya secuestrado al director Samuel Alvarado Alpízar, con lo que daba inicio la sublevación. Al desvanecer Raúl Apodaca luego de recibir el tiro de muerte, suelta un balazo de pistola y le pega al rehén en la cadera, atravesando la femoral, la femoral es una arteria como la aorta cuyo desangramiento es mortal. Fue esta la causa de muerte del director del penal, por cierto, originario del Distrito Federal.
Cuando esto ocurre, Carlos Espinoza da cuenta que de inmediato cierra las puertas de la oficina y al interior quedan la totalidad del personal del jurídico y del archivo. Muerto el director, el declarante como subdirector Jurídico, con casi un año en el cargo, se convirtió en el funcionario de mayor jerarquía, por tanto, en ese momento responsable del penal estatal. Los reos en rebeldía los encuentran en ese sitio, muertos de miedo y a expensas de los criminales dispuestos a todo, tanto a matar como a morir.
Hubo un momento, al condenar la participación del temible grupo “Zorros”, que Carlos Espinosa se pronuncia mejor por la intervención de la Policía Federal porque conocían a todo el personal de la Penal, “y cuando menos no nos hubieran atacado, una de mis compañeras, voy a omitir sus nombres, no quiero equivocarme, tenía un balazo en la pierna, otra presentaba golpes. En la prensa oficial se habló de violaciones, no es cierto que las hubo, no es cierto, no pasó eso. No seremos muy machos, pero sí tenemos mucho coraje para aferrarnos a la vida, y la vida nos dio mucho valor…” Es en este instante cuando se le quiebra la voz, en nudo ciego se convierte la garganta, es prolongado el silencio.
Continúa con la narración para señalar que en la puerta de radio estaba muerto Raúl Apodaca, “pero estaba vivo Héctor Apodaca con todo el coraje del mundo, estaba vivo Palafox, estaba vivo Sergio Sandoval, también vivos estaban varios amotinados con armas de fuego y punzocortantes. Así pasaron, ocho hombres y cinco mujeres, todo el jueves 22 de diciembre y parte del viernes 23 en lo que el entrevistado llama secuestro. Durante el tiempo en cautiverio se alimentaron de latería y otros productos de arcones navideños en la dirección, así como agua, refrescos y leche que contenía el refrigerador. Carlos Espinosa cuenta que nada supo de lo acontecido al exterior del penal al paso de las horas del levantamiento. Lo cual es obvio.
NOTISISTEMA: DESDE EL LUGAR DE LOS HECHOS
El que esto escribe, en aquel tiempo reportero de NOTISISTEMA, presenció desde el lugar de los hechos el desarrollo de los acontecimientos, momentos después de iniciado el amotinamiento de reos.
A la par, el gobernador de Nayarit, Celso Humberto Delgado Ramírez, el Procurador General de Justicia del Estado, Rodolfo León León, funcionarios de corporaciones de seguridad pública, entre otros, se instalaron en gran casa habitación ubicada exactamente frente al Cereso “Venustiano Carranza”, sólo la calle del bulevar Tepic-Xalisco de por medio, finca propiedad, según se supo, del licenciado Francisco Ladrón de Guevara por años agente del Ministerio Público Federal en Tepic. Desde ahí se diseñó la estrategia y táctica para combatir la insurrección. Desde ahí salían las órdenes que en el acto se llevaban a la práctica.
Por principio de cuenta, los reos sublevados exigían la entrega de un camión blindado, como los que resguardan y trasladan dinero y otros valores de comercios o empresas a instituciones bancarias. Las autoridades aprobaron, pero a cambio pedían les mostraran con vida al director del penal, Samuel Alvarado Alpízar. Las negociaciones se realizaban a gritos desde el enrejado de entrada, con su respuesta desde el interior y viceversa. En ese tiempo se podía mirar desde fuera la entrada de escalones a las oficinas administrativas, las altas rejas no habían sido cubiertas como en la actualidad, donde sólo puede verse al interior por medio de una ventanilla que al abrirse asoma la cara del guardia de puertas.
La demanda del gobierno se mantuvo firme, quería ver con vida al director. Los reos se hallaban en un predicamento, Alvarado Alpízar había fallecido. Sólo acertaban a decir que aún estaba con vida, queremos verlo, recibían como respuesta. Dieron largas al asunto, tal vez buscando idea para sofocar el embrollo.
En el ínter, la estrategia del grupo gubernamental parapetado en el domicilio particular encontró una medida para disuadir. Se les ocurrió localizar a la madre –los que la tuvieran- de cada uno de los amotinados para a través de ellas demandar rendición. De esta manera transportaron de poblado rural a joven anciana hasta la reja de entrada al penal. Llamaron al hijo, un muchacho como de 25 años de edad. Los amotinados se apoderaron de toda la zona de oficinas administrativas, donde se halla la dirección, que se localiza a la entrada de la penitenciaría. Se movían con toda libertad en ese sitio, iban y venían, algunos con actitud locuaz que parecía se encontraban borrachos o drogados, muy dueños de la situación. La mujer, casi llorando, le pidió al hijo que se entregara, que por el amor de Dios se dejara de cosas. El muchacho parado a la mitad de la callejuela entre la reja de entrada y oficinas, sumamente molesto le gritó: “Váyase pa’ la casa, yo ya soy un hombre muerto. Usted no se meta en estas cosas. Váyase”. Sus palabras fueron premonitorias.
SE CONSUMÓ LA MASACRE, NO SE SUPO QUIÉN ORDENÓ
Angustiosas transcurrían las horas de aquel jueves 22 de diciembre de 1988 tras haber iniciado a las diez y media de la mañana el amotinamiento de reos en el penal de Tepic. Día de visita, familiares de los reclusos mujeres, hombres y niños quedaron atrapados en zona de población ante la vorágine del movimiento libertario. El cuerpo de estrategas, encabezado por el gobernador de Nayarit, Celso Humberto Delgado Ramírez, acordó evacuarlos.
Se colocaron enormes escaleras sobre el muro del lado derecho (visto de frente el centro penitenciario) al interior y exterior del reclusorio. Por allí, de manera lenta pero segura, salieron decenas de personas sanas y salvas con el decidido apoyo de la autoridad.
Las negociaciones continuaban, por parte del gobierno estatal Carlos Iturbe Reahlender, el “Lobo”, conocidísimo en la jerga policíaca, desde la reja de entrada y de los amotinados el tal Apodaca y otro de apellido Mejía. Cito de memoria, hay datos que se me pierden, pormenores confusos que a la distancia de 34 años no podría precisar con certeza absoluta.
La exigencia de la oficialidad seguía firme: ver al director Alpízar con vida. Fue entonces que los amotinados hicieron uso del ingenio. Colocaron al director ya muerto en un sillón de oficina color negro con alto respaldo y fácil de deslizar por contar con aditamentos en la base para tal propósito. Sentado, lo cubrieron con una cobija de la cintura a los pies y el cuerpo, de entre el tórax y la cadera, seguramente lo amarraron al sillón. De repente, en una rápida acción que duró menos de treinta segundos, mostraron al director Samuel Alvarado Alpízar ¡Mírenlo, aquí está!, gritaron. Enseguida, como un relámpago, desapareció de la mirada de todos, pero quedó sembrada la duda.
Luego entonces, el cuerpo de inteligencia ocupado en coordinar acciones de solución al conflicto que comandaba el gobernador Celso Delgado, apostó por otra brillante idea. Entregarían el camión blindado que exigían los amotinados para en él escapar. Sólo que los estrategas decidieron ponerse de acuerdo con un mecánico automotriz para mediante manejo quirúrgico al motor, el vehículo pudiera transitar algunos kilómetros una vez arrancar del penal con su valiosa carga. El motor suspendería su marcha e imposible sería volver echarlo a andar. Elementos de policía que irían detrás del camión, fácilmente los recapturarían.
Pero no contaban con un imprevisto. Al mecánico que realizó la operación se le pasó la mano, fue incapaz de hacer un buen cálculo para que el motor del vehículo detuviera su marcha a determinada distancia. Cuando el camión blindado hizo su aparición por el bulevar y el conductor intentó subirlo hacia la entrada del penal, apenas ascendía la inclinación cuando por el cofre dejó escapar enorme cantidad de humo, estaba sobrecalentado, se iba quemando. Ahí paró. La maniobra fue observada por los reos amotinados, quienes, suspicaces, advirtieron la trampa en que se les quería hacer caer. Por esa razón la idea fue desechada. Uno tras otro los intentos del equipo de estrategas fueron fallidos. Nada les salía.
Los amotinados siempre sostuvieron que el director Alpízar, como así era más conocido, se hallaba con vida, pero herido. No sé porque causa o razón aceptaron que dos personas, entre ellas un médico, pasaran a la oficina para darle atención. Minutos después salieron, pero sólo para dar la noticia de que Samuel Alvarado Alpízar estaba muerto. Eso enervó los ánimos del conjunto de estrategas que dirigía el gobernador Celso Delgado. Habría que hacer algo, eso no podía quedarse así.
Se fraguó entonces la ocurrencia de solicitar la intervención del temible grupo “Zorros”, fuerza de tarea especialmente entrenada para la solución de conflictos de apremio que pertenecía a la Secretaría de Protección y Vialidad del Distrito Federal, cuyo titular era Javier García Paniagua, quien antes había sido, entre otros muchos cargos, senador de la república, director Federal de Seguridad, subsecretario de Gobernación y presidente nacional del PRI, de estrecha amistad política con el gobernador de Nayarit, Celso Humberto Delgado Ramírez.
Los “Zorros” hacen su arribo a Tepic vía terrestre el viernes 23 de diciembre, habían sido trasladados en avión, posiblemente un número mayor de cien, desde la ciudad de México a Guadalajara o Puerto Vallarta. Se apoderaron del escenario, desalojaron el lugar de personas sin nada que ver en el asunto, a los periodistas nos echaron hasta las inmediaciones del bulevar, cuando habíamos tenido la oportunidad de observar los acontecimientos desde el enrejado de entrada al penal.
Ese día, recuerdo, regresé después de haber grabado el corte informativo que se transmitiría por cadena radiofónica a las seis de la tarde desde nuestra cabina de NOTISISTEMA ubicada en la calle Puebla al sur entre Abasolo y Mina en Tepic, cuando habían ya asesinado de un balazo al comandante zorro Jorge Duarte Vadillo. Empezaba a oscurecer. Entraron en acción, primero ordenaron suspender el suministro de luz al reclusorio y enseguida fueron continuos los disparos de gases lacrimógenos al interior de las oficinas administrativas en poder de los amotinados. La acción fue relampagueante, gritos de mujeres y hombres se escucharon, así como algunos disparos, en pocos minutos los “Zorros” controlaron la situación.
Los reos en rebelión fueron sacados uno a uno para ser tirados en el suelo bocabajo, muy cerca de la entrada al penal. Esta acción pude vivirla de cerca porque un hombre que al hombro cargaba una cámara, creo se dijo corresponsal del canal de televisión CNN y hablaba con acento portugués, logró autorización de la policía local que sitiaba la zona para ingresar hasta el lugar de los hechos, situación que algunos aprovechamos para colarnos detrás de él. Recuerdo a Emilio Valdez Hernández, director del periódico Diario del Pacífico, a Arturo Soriano Lima (qepd), corresponsal de El Universal en Nayarit, y a Luis Miguel Brambila Guerrero (qepd), abogado que publicaba un periodiquito llamado El Vigía del Septentrión, pero hubo más. Un zorro jalaba de los cabellos de la nuca a cada uno de los reos sometidos al tiempo que les pedía dieran su nombre, mientras otro de ellos anotaba. Esto de anotar nombres también pudimos hacerlo Arturo, Luis Miguel y yo, quienes al final cotejamos. Contamos trece. Enseguida los policías defeños regresaron al interior del penal a todos los reos a quienes se impusieron con la fuerza de las armas.
Una vez asumido el control por entero, los “Zorros” abordaron dos autobuses estacionados sobre el bulevar. Se les veía contentos, felices por lo que consideraban victoria. Varios asomaron su rostro por la ventanilla del camión, incluso uno de ellos gritó que les llevaran las tortas, tenían hambre. Minutos después rápidamente bajaron de las unidades, en formación militar y a paso veloz marcharon nuevamente al interior del Cereso. Tiempo después, en el silencio de la noche se escucharon ráfagas intermitentes de las armas de alto poder que dispararon los “Zorros”. Se consumó la masacre, supuestamente en venganza por el asesinato del comandante Duarte Vadillo. Desde esa época a la fecha quedó la incógnita sobre quién dio la orden para llevar a cabo la matanza.
El testimonio del periodista Emilio Valdez Hernández es como sigue: “Entre tres y cuatro de la mañana arribaron al penal trabajadores de la funeraria Ramírez, calzando botas de plástico hasta las rodillas. La unidad tan sólo traspasó la enorme puerta de reja. Sacaron cadáveres, incluso pedazos de cuerpo que arrojaron a la camioneta. Un amigo mío de la funeraria me dijo: Emilio, esto está horrible. El Pozo (sitio de la penal conocido así) está lleno de sangre, están hechos pedazos, restos de masa encefálica en la pared, no sabemos cuántos sean los cuerpos, pero ahí está la masacre”.
Esa madrugada del 24 de diciembre, en lo personal fui invitado a una conferencia de prensa que ofrecería el mandatario estatal. Estaba muy cansado, desistí. Me encaminé a mi casa, mientras en lo alto de Palacio de Gobierno en Tepic, el gobernador Celso Humberto Delgado Ramírez justificaba la intervención de Estado ante un puñado de periodistas.
CONTROLA NARCO PENAL DE TEPIC
Al paso de casi 34 años, el licenciado Carlos Rafael Espinosa Robles, perito criminalista, expone versiones de funcionarios del gobierno celsista en el sentido de que acusan de “cosas indebidas” en el penal al director Samuel Alvarado Alpízar, es decir, hacen responsable del amotinamiento a la persona ya muerta.
“No es así. Yo conocí de cerca al licenciado Alvarado Alpìzar, en aquel entonces tenía exactamente mi edad (31 años), era criminólogo, persona honesta, no creo en los comentarios que hoy se versan sobre él. Lo cierto es que en el gobierno de Celso se cometieron muchos errores, por el ejemplo el gobernador dijo que le había pedido permiso al Congreso para traer los “Zorros”, cuando el Congreso nunca se reunió. Todo lo que te digo lo puedo demostrar, sé todo lo que pasó adentro e ignoro lo que pasó afuera y los de afuera no saben lo que pasó adentro, sin embargó estos últimos cobardemente se atreven a hablar.
“Hay quienes señalan que el director del penal de Tepic, Roberto Arreola, anterior a Samuel Alvarado, fue quien dejó condiciones propicias para el amotinamiento, derivadas de su estrecha relación con los Apodaca, reos poderosos al interior del reclusorio. Nuevamente culpan a un muerto. La penal no es independiente, en aquel entonces dependía de la Dirección General de Prevención y ésta a su vez de la Secretaría General de Gobierno y el titular es el secretario del propio gobernador, entonces estamos hablando de responsabilidad del gobernador.
“Recordemos que a Roberto Arreola le pegaron un balazo en el pecho, no se lo pegó él, más bien lo quisieron matar en la propia oficina del gobernador. Sacaron la versión de que la pistola la traía en la sobaquera, que al entrar al baño se le cayó el arma y accidentalmente se dio un tiro. No es cierto. Un balazo no entra así, penetró de arriba hacia abajo, cuando los dichos fueron que entró de abajo hacia arriba y en otro lugar, siendo que la herida se registró cerca de la clavícula. Por cierto, los hermanos Apodaca se fugaron del penal y Roberto Arreola logró su recaptura ¿cómo? no lo sé, pero los puso nuevamente en la cárcel, fue entonces que intentaron matar a Roberto Arreola en Palacio de Gobierno. Quedó evidente la relación del narcotráfico con el gobierno del Estado, eso no es nuevo”.
Convencido que anteriores administraciones penitenciarias generaron el caldo de cultivo para el amotinamiento, el abogado Carlos Rafael Espinosa dice al reportero que quiere hacer público algo que pocos saben y que él jamás ha comentado: “Héctor Apodaca –hermano de Raúl- no lo mataron, Héctor Apodaca se metió a la boca el cañón de la pistola y disparó, pero antes nos dijo: perdonen esto no era para ustedes, y se pegó el balazo porque su hermano ya estaba muerto”.
Haber vivido esa amarga experiencia, concita a Espinosa Robles decir que desea jamás haya un muerto en la penal por causa de amotinamiento, pero al mismo tiempo afirma que ese pasaje le deja madurez como persona y como profesional del Derecho. Sin embargo, expone que es latente un disturbio de reos por el hacinamiento, muy grave problema en la actualidad. Conviven en el Cereso “Venustiano Carranza” procesados, sentenciados del fuero común y federal, homicidas, violadores e indígenas, “todos metidos en una misma olla, cualquier momento estalla”.
Carlos Rafael Espinosa Robles es Licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Nayarit, generación 1976-1981. Tepiqueño de nacimiento, es máster en Derecho Fiscal y Perito en Criminalística, ambas por el Instituto de Ciencias Jurídicas,
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