Las deudas domésticas, barril sin fondo
Mildred Rodríguez Ferrer
20 de Agosto de 2022
Desde que nos recluimos con motivo de la pandemia, cuando los negocios se cerraron, algunas empresas quebraron y la gente se quedó sin empleo y se limitó muchísimo, aunque otros, los más osados, pudieron emprender, nos dimos cuenta del crecimiento en el delito de extorsión, fraude cibernético y abuso de confianza.
Las autoridades, en especial la Policía Cibernética, iniciaron con todo un dispositivo de seguridad para impedir que la gente siguiera cayendo en las redes de delincuentes que, escudados tras teléfonos celulares, pantallas de PC e incluso, recluidos en centros penitenciarios, pretenden esquilmar aún más las finanzas de las familias mexicanas.
Mucha gente cayó embaucada ante la promesa de un préstamo, algunos de miles de pesos y otros tan simples de 200 pesos, que sirvieran para apaciguar un poco el hambre de sus días; lo que no esperaban en que de pronto esos 200, 300 o 500 se volvían deudas impagables de hasta 2 mil pesos o más, mientras las amenazas, las palabras altisonantes, la vergüenza de ser exhibidos con sus contactos subía de tono. De nada sirvieron esas campañas: los usuarios de plataformas electrónicas de préstamo siguieron cayendo.
Estas historias las hemos leído una y otra vez en redes sociales, en TV y escuchado en radio.
Pero nadie habla de la otra plaga: La multiplicación de grupos de préstamos “solidarios”, ya sea grupales o personales, a donde caen como hormigas al azúcar principalmente madres de familia, abuelas, mujeres solas que no tienen ingresos suficientes (y, siendo honestos, ningún sueldo alcanza, a menos que se comprometa el tiempo y se descuide el hogar), o en ocasiones, son el medio perfecto para que sus maridos, parejas o amantes se hagan de un dinerito so pretexto de “festejar” alguna fecha en particular.
Ahí, depende de cada “promotor”, “empresa”, “licenciado” o “financiera”, de su humor y su avaricia, el cobro de intereses moratorios en proporción a la deuda, que en ocasiones no rebasa ni los 2 mil pesos.
Se compromete el pago semanal o mensual, dependiendo la modalidad y se firma pagaré poniendo garantías, las pequeñas cosas de las que con trabajo y dedicación en muchas ocasiones se hacen las viviendas: televisiones, hornos de microondas, refrigeradores, estufas y lavadoras.
Si por mala fortuna no se tuvo el tan dichoso pago, los operativos (esos que hasta uniformados andan en coches, algunos repartiendo dinero a altas horas de la noche), acosan a la titular de la deuda a entregar dicha prenda, o cobrando “moras” a diario, hasta que ese paguito cómodo semanal se vuelve impagable, casi como el monto del empréstito mismo.
No necesitan anunciarse ni pagar publicidad. De boca en boca la información se riega: “Solo prestamos a mujeres porque son más responsables”. La vecina o amiga que antes, melosa, ofrece ingresar a un grupo de estos, de repente se transforma en el objeto de las pesadillas, la cobranza no tiene fin, las palabras altisonantes se vuelven trago amargo para quien no pudo completar… pero acercándose al término del crédito, nuevamente se ofrecen a “renovarles” para que el ciclo nunca se acabe.
Sobre este tipo de empresas, e incluso financieras o empresas bancarias, nadie nos alerta. No sabemos si en realidad tienen autorización para realizar estas actividades, las mujeres desconocen que los prestamistas no son autoridad para arrebatarnos nuestras prendas, que llegar a un pleito mercantil es la última instancia y ahí no hay vuelta atrás.
Sus preocupaciones por dinero se transforman en enfermedades. Algunas, de gravedad, otras más solo por pasar un mal rato, el estrés acumulado que se transforma en ira, en depresión, en divorcios, en golpes. Quienes están en estos grupos “solidarios” necesitan ayuda psicológica, orientación legal, o por lo menos, un abrazo en el que se les diga que todo pronto pasará.
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