El “Prieto” Crispín real, no imaginario
Alba Saraí Durán Morales
09 de Octubre de 2021
PRIMERA PARTE
“El mundo del hombre contemporáneo se funda sobre los resultados de la ciencia: el dato reemplaza al mito, la teoría a la fantasía, la predicción a la profecía.” MARIO BUNGE
Tengo un recuerdo de mi lejana niñez, a mi hermana y a mí nos daban un “tostón” por cantar el “Corrido del Prieto Crispín”, después de eso, tomé conciencia que esa canción hablaba del asesinato de un hombre, mi abuelo al que no conocí: Crispín Durán Zamorano.
Crecí y en otras tantas ocasiones, salía a colación que era nieta de este personaje, de todo un personaje que dejó huella en la costa de Nayarit, esto, en la mitad del siglo pasado.
Villa Hidalgo representaba para mí, ir en vacaciones escolares, o algún fin de semana a visitar a mi abuela materna, a sufrir los calores de Villa y llevar flores o coronas a dos tumbas al panteón, la de mi madre y bisabuelos y la primera al llegar, la de Crispín, atravesada al sentido de todas las demás, como fue según su deseo, sepultado.
Crispín Durán Zamorano nació en Tuxpan, Nayarit, el 5 de diciembre de 1909 a la una de la mañana, según consta en su partida de bautizo, fue hijo natural de J. Santos Durán y Catalina Medina. Aquí empezamos con el primer detalle, en los comentarios de familia, me dijeron que su padre lo fue a registrar, con sus dos apellidos y que se había ido a “la bola”. Nunca más se supo de ese hombre enorme, de piel oscura que sedujo a la hija de Antonio y Antonia Medina, sí, Catalina era Medina por partida doble. El “Prieto” resultó digno representante de los genes africanos que por esa zona del estado están hasta el día de hoy presentes. Alto, moreno, de manos grandes, Crispín también en mi memoria parecía como un gigante, como un hombre de campo, sin educación ni estudios formales, cuestión que años después también fue corregida.
Descubrí hace poco, que el apellido Zamorano era el de su abuela materna, Albina, con la que al parecer, lo ligó un afecto especial, y yo en mis devaneos novelescos, supuse que él renegó del apellido materno, pues en su acta de nacimiento, una tía, hermana de Catalina, lo lleva a registrar y declara que es hijo de su hermana, soltera, y padre “no conocido”; queda por tanto, registrado como Crispín Medina.
Después que J. Santos Durán, desapareció como muchos otros tantos en aquellos años convulsos, Catalina Medina se casa con Canuto Martínez y se vienen a radicar a Santiago Ixcuintla; ahí viven, ahí la familia crece con la llegada de José Martínez Medina; ahí Crispín pasaría parte de su niñez, hasta que es enviado a Guadalajara, al en ese entonces Colegio Luis Silva, dedicado a formar varones menores en distintas profesiones u oficios, y de donde Crispín se recibe como Tenedor de libros, algo así como un contador actual; después se emplea allá mismo.
No hay un dato preciso sobre la muerte de su madre, solo la posibilidad de que en una de esas tantas inundaciones que sufrió Santiago antes, mucho antes de la construcción de la presa de Aguamilpa, ella fuera una de las víctimas mortales. Una inundación que los sorprendió en la víspera de un año nuevo, y que cambió las circunstancias de muchas familias y la de Crispín también, pues ya no regresó a Guadalajara y se empleó en comercios de la región.
Que si trabaja en la Casa Flores Hermanos como ayudante de contador o en la hacienda de El Carleño, ubicada en San Blas, haciendo labores administrativas y que en algún momento, fue testigo presencial de las posibles arbitrariedades que los patrones ejercían sobre los peones, puede ser, y que eso empezó a hacer germinar en él una conciencia de clase, y una adhesión a los principios del comunismo, también.
En lo que hoy es Villa Hidalgo, municipio de Santiago Ixcuintla, estaba la hacienda de El Nuevo, siendo sus últimos propietarios los Hnos. Flores. Y es ahí, donde El Prieto, se adhiere al programa de reparto agrario que el General Lázaro Cárdenas promueve, quedando entonces como ejidatario a la par que continuaba con sus actividades extras en pro de la defensa de sus compañeros ejidatarios y por consiguiente, haciéndose de enemigos entre los caciques de la época. Es para este tiempo que también marca de manera firme, su militancia en el Partido Comunista. Ya para entonces, producto de su relación con Amparo Alemán Hernández, nace mi padre, Cuauhtémoc Durán Alemán. Pero el “Prieto”, en los usos de antaño y desde una óptica benevolente, no era hombre de familia. Es sabido de las múltiples relaciones que tuvo y de las cuales, dan cuenta los hijos que están registrados con su apellido. No hace vida en común con mi abuela, y tampoco con la mujer con quién se casó en Santiago y con quien ya tenía tres hijos a los cuales, este matrimonio legitima. Aclaro, no está en mí juzgar los “haceres y decires” de mi abuelo, cuestión que de hace un tiempo para acá, he discutido con mi padre. Mi motivación para andar buscando saber de mis antepasados, y en este caso, de mi abuelo, es por el honrado deseo de saber de quienes me antecedieron y también quizás, de poner en el contexto, su persona.
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