Tepic, Nayarit, sábado 20 de abril de 2024

Carreras profesionales saturadas

Salvador Mancillas

26 de Agosto de 2021

Se ha decretado como un “problema de orientación vocacional” el hecho de que los jóvenes saturen las carreras de ciencias sociales y administrativas y, en cambio, desprecien las ciencias naturales. Me pregunto si, por comodidad, no se confunde el efecto con la causa. Este estado de cosas, ¿no responde, más bien, a las inconsistencias del sistema de educación básica en general?

Las ciencias sociales y administrativas son importantes, desde luego; pero aquí el problema es que los muchachos buscan estas carreras, no porque realmente les gusten, sino porque huyen de disciplinas “donde hay demasiado matemáticas” o ciertas disciplinas formales, como la lógica y los lenguajes químicos. Los jóvenes salen de la preparatoria con una noción equivocada de las ciencias. Este es el verdadero drama. El estudio y el conocimiento constituyen un trago amargo que hay que apurar todos los días, —no actividades apasionantes, de transformación individual y social.

A la hora de inscribirse en el nivel profesional, suelen dejarse guiar por el brillo de prestigio de carreras como medicina, comunicación y psicología, no motivados por la vocación. Esta es la superficie del problema. Lo cierto es que la deficiencia es formativa, ya que la “desorientación vocacional” es la consecuencia, no el factor determinante en estos casos.

Lo recomendable es que las autoridades de educación establezcan una política clara para aumentar la preferencia en las ciencias básicas y naturales, con un programa de trabajo conjunto en dos niveles: en el plano cotidiano, los profesores tienen que usar procedimientos motivadores todos los días, para cultivar el gusto por las matemáticas, la física y el conocimiento del entorno natural. Se supone que este es el trabajo normal del docente, pero los resultados indican lo contrario.

Y en otro nivel, más extraordinario que cotidiano, pero de forma programática, es necesario organizar festivales científicos, por ejemplo, o ferias del conocimiento, concursos y, en suma, lo que nos facilite la imaginación, para proyectar el valor social y cultural de estas disciplinas (incluyendo la participación de las familias en estos eventos), sin descuidar la difusión científica (no reproduciendo efemérides o biografías de genios y otras banalidades, si no tratando de difundir una imagen de la ciencia cercana a la realidad humana).

Por otra parte, la universidad pública tiene una gran responsabilidad en este drama. Si bien es importante perfeccionar el sistema de educación básico, también es cierto que nuestra universidad necesita reformarse en serio, tomando en cuenta las exigencias de la sociedad del conocimiento. Es urgente una política que promueva las investigaciones regionales y el conocimiento de la naturaleza para estar en posibilidad de aportar conocimientos propios. Nayarit es privilegiado por su biodiversidad. Necesitamos, por ello, investigación científica sobre nuestro entorno, para contar con un acervo de conocimientos que pudieran servir de base a futuras o inmediatas innovaciones. En estos tiempos competitivos, ningún país se vuelve una potencia científica, si no es sobre la base de conocimiento propio, sobre la naturaleza que le rodea y sobre su cultura (aprovechando los saberes tradicionales). Esto es más progresista que andar promoviendo la construcción de presas depredadoras del medio ambiente y destructoras de comun

idades indígenas sabias. De pronto la química de una planta o de un animal exótico puede ser útil en la fabricación de un fármaco, o de una clase de alimento o de cualquier otra cosa susceptible de explotación comercial o de otra índole (cultural, turística, teórica, etc.), puesto que sólo una base de conocimiento rico puede ser detonante de productividad e innovación.

Pero todo ello supone el abandono de las tonterías conceptuales que tenemos todavía acerca de la ciencia y de la vida académica. Es lamentable, por ejemplo, que las universidades sigan confeccionando la oferta curricular a partir de la noción de “profesión”, y no del estado actual y de las posibilidades concretas de las diferentes disciplinas científicas reales. Al pensar las carreras en términos de “profesión”, se da preeminencia a la posición social o económica que pueden auspiciar dichas “profesiones”, pero no al saber real, que exige un desarrollo científico a partir de la intervención cognitiva del estudiante y del profesor. Todo mundo quiere ser médico, no hacer aportes a la medicina; todo mundo quiere ser filósofo “para dar clases en una universidad” o para convertirse en un sabelotodo pedante, no para reflexionar sobre los dilemas de nuestras sociedades; todo mundo quiere ser politólogo para ser “asesor” de partidos y gobernantes, no para indagar sobre los problemas del poder; y todo mundo quiere ser 

comunicólogo para aparecer en televisión o estar ante los micrófonos, pero no para conocer a fondo los fenómenos de la comunicación, —que no son exclusivos, por cierto, de los medios masivos, sino que atraviesan todos los ámbitos sociales (desde la familia, a los diversos ámbitos e instituciones de la cultura). La frivolidad en la representación de las distintas “profesiones”, refleja una indigencia cognitiva, derivada de las deficiencias educativas en el nivel básico, y que, por extensión, contaminan al nivel superior. El problema no es fácil de resolver. Pero mientras no se cambie de mentalidad, nunca podremos abrir brecha por nuevos derroteros.

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