No fue triunfo ni derrota; por ende, no hubo vencedores ni vencidos
Sergio Mejía Cano
16 de Agosto de 2021
En el pasado sexenio que encabezó Enrique Peña Nieto como Jefe del Poder Ejecutivo, se puso mucho énfasis en querer desaparecer la materia de Historia en las escuelas, supuestamente porque nada más distraía de otras materias “más elementales”, y se decía que se tendría que ponerles más atención a las materias de matemáticas y español. Afortunadamente la idea no prosperó, gracias a que hubo resistencias de varios sectores de la sociedad e incluso de gran parte del magisterio nacional.
Uno de los reclamos más recurrentes fue señalar la clásica frase de que “quien no recuerda su propia historia, bien podría volver a repetirla”. Y vaya que es necesario recordar y estudiar no nada más nuestra propia historia nacional, sino universal, pues esto da pie para ver el porqué estamos como estamos; y que, por lo mismo de no estudiarla y recordarla, se han cometido garrafales errores que con anterioridad ya se han cometido. Un claro ejemplo es la entrega de los recursos naturales a manos extranjeras, tal y como ocurrió en los pasados sexenios en que, áreas consideradas como estratégicas para la Nación, se volvieron a entregar a manos privadas; verbigracia: minas, ferrocarriles, petróleo, electricidad, ingenios, bancos, agua y un largo etcétera de industrias y empresas que, al ser entregadas nuevamente al capital privado, adelgazaron enormemente las arcas nacionales; y si a esto le atribuimos el no pago de impuestos de grandes empresas privadas, pues la Hacienda Pública iba prácticamente a la quiebra.
Este pasado 21 de agosto, se conmemoró la caída de la Gran Tenochtitlan, cuyo último reducto fue Tlatelolco. Y bien lo dice la placa conmemorativa que se encuentra en Tlatelolco, respecto al 13 de agosto de 1521: “No fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo, que es el México de hoy”. Y si bien se dice que para todo hay gente, entre la gran mayoría de mexicanos que somos mestizos, hay quienes veneran la sangre española y otros, que nos sentimos bastante orgullosos de nuestra sangre autóctona; no por romanticismo ni mucho menos, sino porque lo heroico de los antiguos habitantes de lo que hoy es llamada Mesoamérica, es que únicamente defendieron su terruño, sus creencias, su cultura y su idiosincrasia, contra crueles y avasalladores invasores.
Desde luego que fue el encuentro de dos culturas; sin embargo, quienes aplauden esta invasión aducen que los españoles aportaron muchas cosas a la cultura mexica, tlaxcalteca, texcocana y de las demás naciones antes existentes en Mesoamérica; pero es menester recordar que también la cultura de esas naciones fue aprovechada y saqueada por los iberos. Y que también fueron esas naciones americanas las que aportaron más muertos y posteriormente esclavos y sumisos vasallos que, posiblemente aún persistan hasta nuestros días.
En nuestro país, se ha documentado que la mayoría, si no es que todas las naciones autóctonas, no se autonombran como mexicanos, sino que insisten y persisten en llamarse de acuerdo a su propia etnia, y que si bien en cierta medida aceptan que se les englobe en la Nación Mexicana, es nada más para evitarse problemas de alegatos y controversias; pero los Rarámuris, Huicholes, Coras, Tzeltales, Tzotziles, Mayos, Yaquis, Apaches, Purépechas, Zapotecas, etcétera, siguen siendo los mismos y no mexicanos en sí, según se ha documentado. Y aunque hoy en día exista ya una clara revoltura de sangres, en la mayoría de estas etnias prevalece la sangre pura entre ellas y sin mezcla alguna.
Es costumbre decir que “la historia la escriben los vencedores”; sin embargo, Bernal Díaz del Catillo, en su relación escrita en “La vera historia de la conquista”, resalta varios hechos crueles de los españoles que, muchos de ellos se han querido borrar; pero he ahí la historia relatada por Bernal Díaz, en donde también añade que todo se les iba facilitando, tal y como si ya estuviera predestinado todo. Pero también la historia puede tener la contraparte de los vencidos, pues don José León Portilla, en su libro “La visión de los vencidos”, relata claramente mucho de lo escrito por Días del Castillo, y testimonios de boca en boca que fueron pasando a través de los años; y si bien lo dicho de boca en boca se puede ir tergiversando, mucho de lo narrado por León Portilla, coincide claramente por lo escrito por Bernal Díaz del Castillo. Y desde luego que al leer estas dos partes y desde una cosmovisión diferente, se aclara más el panorama, sobre la crueldad española.
Sea pues. Vale.
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