Habrá que dar el beneficio de la duda a la CNDH
Sergio Mejía Cano
19 de noviembre de 2019
El nombramiento como Presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) de la señora María del Rosario Piedra Ibarra al parecer molestó a varias personas y tal vez hasta pisó algunos callos, pero ¿por qué esa molestia? ¿Nada más por ser militante del movimiento partidista que llevó a la Presidencia de la República a Andrés Manuel López Obrador (AMLO)? ¿Quizás porque se dice que es muy allegada al presidente de México?
La señora Piedra Ibarra no es ninguna improvisada de acuerdo a su currículo que circuló en los medios cuando se informó que formaría parte de la terna para seleccionar al próximo presidente de la CNDH, entonces, las quejas, gritos y sombrerazos de protesta por haber sido seleccionada para tal puesto Piedra Ibarra no tienen sustento pesado para impedir que esté al frente de dicha Comisión, porque además de tener su profesión, se debe de considerar de quién es hija: de una señora, doña Rosario Ibarra de Piedra que desde la década de los años 70 del siglo pasado se la ha pasado buscando a su hijo Jesús sin recibir respuesta satisfactoria alguna por parte de las autoridades; su lucha se extendió hacia otras agrupaciones compuestas por padres de familia que han andado en la brega durante muchos años buscando la aclaración de qué pasó con sus hijos desaparecidos. De ahí que la señora Piedra Ibarra por ser hija de quien es, pueda tener más cualidades en cuanto al dolor ajeno por haber visto y sentido el dolor de su
propia madre buscando a su hijo y por ende ella misma, Piedra Ibarra, el dolor de ver a su madre sufriendo por la pérdida de su hermano.
Para la mayoría de las madres, se dice que no hay dolor más grande que el perder a un hijo, varón o mujer; pero más dolor es cuando no se tiene la certeza de qué le habrá pasado a ese hijo o hija, porque no es lo mismo no saber qué le pasó a ver su cuerpo inerte, porque al ver el cadáver pues ya se tiene la certeza de que ahí acabó todo. Sin embargo, el no saber de un hijo, qué le pasó, si estará sufriendo, si está tirado con vida en algún lugar, que nadie le diga a ciencia cierta qué pasó con el producto de sus entrañas, que pasen días, meses, años sin saber nada de ese ser tan querido y apreciado, eso, eso sí que duele y desespera; por eso y más doña Rosario Ibarra de Piedra despertó una gran admiración y un gran respeto ante la mayoría de mexicanos y ciudadanos de otras partes del mundo por su tenacidad en la búsqueda de su hijo Jesús. Pero además de esa admiración y respeto, doña Rosario, la mamá de la hoy presidente de la CNDH, despertó en muchas madres y padres de familia esa tenacidad por buscar a sus hijos, saber qué fue de ellos, porque como quedó dicho líneas arriba, el no estar conscientes de que ya están muertos, genera más impotencia, más desasosiego, más incertidumbre en una mamá, en un papá y hasta en los demás familiares por no saber qué pasó con ese ser querido que no aparece por ningún lado y recibir poca atención para su búsqueda de parte de las autoridades y si recibe esta atención, muchas de las veces es ficticia por hacer que se busca al desaparecido pero en realidad poco o nada se hace por encontrarlo.
Así que la flamante presidente de la CNDH, Rosario Piedra Ibarra, por el hecho de ver a su madre durante prácticamente toda su vida como una luchadora incansable por saber qué pasó ahora ya no nada más con su hijo Jesús, sino los hijos de otros cientos de padres de familia, algo tuvo que aprender en cuestión de sentir lo que duele no recibir atención y que sean violados los derechos humanos de infinidad de personas y lo que es peor: por gente encargada de velar por esos derechos que, se ha documentado, nada más les han dado largas a sus asuntos tal vez por un solo motivo: no haber estado inmersos quienes han ocupado la presidencia de la CNDH en asuntos dramáticos llenos de dolor por la desaparición de un ser querido o porque nunca han sentido que pisoteen sus propios derechos; porque queda claro que no nada más se violan los derechos por desaparición de personas, sino en muchos ámbitos como laborales, empresariales, de salud, en educación y un largo etcétera de situaciones en que tal vez por costumbre no nos damos cuenta de que se violan nuestros derechos humanos, como en cuestión de atención en alguna ventanilla o hasta en las cajas de los supermercados.
Así que por qué mejor no darle el beneficio de la duda a la nueva presidente de la CNDH y que no se la pase haciendo puras recomendaciones como sus antecesores.
Sea pues. Vale.
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