Tepic, Nayarit, jueves 21 de noviembre de 2024

Matar al mensajero

Salvador Mancillas

19 de Mayo de 2017

El periodismo es uno de los oficios más incomprendidos y presa fácil del prejuicio de los ignorantes. Las agresiones y asesinatos de periodistas son las manifestaciones más crueles de esta mentecata incomprensión. El recado amenazante en contra del Fabián García y la lamentable muerte de Javier Valdez, corresponsal de La Jornada, a causa de las balas de la intolerancia, son las manifestaciones trágicas de esa animadversión social latente y cotidiana.

Los asesinatos son las expresiones extremas que en nuestro país se repiten, por desgracia, de manera anómala. Sin embargo, cualquiera de nosotros, que formamos parte del universo de lectores de periódicos y programas informativos está predispuesto a matar al mensajero cuando una nota no nos gusta. “Pinche periodista vendido”, “chayotero de mierda”, “agente incondicional del gobierno” y otras frases de inequívoco desprecio son típicas del lenguaje calificativo de los comunicadores.

A diferencia de otras profesiones, como la del médico, el ingeniero y el profesor, cuya mera mención inspira respeto, la del periodista parece traer la maldición en la misma aura del oficio. Para muchos resulta hasta repulsiva. Evoca desde la imagen de un sicario de la palabra, hasta la de un estafador que exige derecho de piso a cambio de no publicar nada comprometedor. Se dirá que nos hemos ganado a pulso ese concepto por aquellos charlatanes que parecen corresponder a esa descripción. Pero este no es argumento Válido. La profesión del médico no se desprestigia a causa de los charlatanes que venden salud ilusoria en píldoras placebo y tratamientos mágicos; como tampoco hace mella en la honorabilidad de la ingeniería el proceder corrupto de los contratistas que lucran con el erario público. Es más, ni los niños se les ocurre jugar al periodista, sino a los policías y ladrones y a ser doctores o choferes.

Quizá la causa de esa animadversión fatal está en la naturaleza del periodismo. Se trata de una profesión técnicamente difícil, socialmente sensible y políticamente peligrosa. Y como corolario, mal pagada. Se trata de una mezcla explosiva capaz de perturbar la moral pública y la decencia privada cuando algo falla en su empleo.

En resumen, los asesinatos de los periodistas empiezan a fraguarse desde que el lector común empieza por leerlos mal, al confundir al autor de una nota con la fuente consignada, o al culpar al reportero por el malestar que provoca la información leída, o al categorizar su condición moral por su condición económica. Por eso es horrendamente normal que cuando cae uno de los nuestros ante las balas, la sociedad se conmueve poco y se indigna

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