Costumbre y el Derecho
Sergio Mejía Cano
08 de Julio de 2016
Es común ver que con base a mucha insistencia las costumbres se hacen leyes, así no estén escritas o que ya con el tiempo se lleguen a plasmar debido, precisamente a la costumbre. Como por ejemplo ahora que tanto se utiliza la palabra “tepicense” como gentilicio de los habitantes de la capital nayarita; sin embargo, desde siempre, el gentilicio aceptado por la Real Academia Española (RAE), ha sido “tepiqueño”, toponimia con el que hasta antes de principios de este nuevo siglo XXI no se utilizaba o no era muy común oírlo decir o verlo publicado en los medios informativos.
Y es que ahora ya de tanto decir tepicense, se acepta la palabra como normal, como si haya sido el gentilicio usado desde siempre; sin embargo, la RAE sigue empecinada en decir tepiqueño, aunque ya en algunas publicaciones se empieza a aceptar como sinónimo para identificar a quien sea oriundo o radique en Tepic, Nayarit. Y así, poco a poco la palabra tepicense se irá introduciendo en la aceptación de la gente desplazando irremediablemente a la de tepiqueño; y más, si como por ahora hasta las máquinas computadoras en el diccionario que tienen adaptado no aceptan y marcan con rojo cuando se escribe tepicense, con agregarlo al mismo diccionario de la máquina, pues ya está, y asunto arreglado. Pero en este caso, podría ser que en un futuro cercano llegue un gobernante ya sea a nivel federal, estatal o municipal y que emplee de nuevo la palabra tepiqueño junto con su plural, para que renazca en el vocabulario común y cotidiano, este gentilicio que por el momento va perdiendo actualidad.
Y es obvio que todo mundo tiene su propio derecho a decir y escribir como le venga en gana, así no respete lo que diga la RAE o lo que le diga algún profesor o familiar, porque hay gente que en descargo, de inmediato responde que de todos modos se le entiende.
Y a propósito de derecho, hace tiempo se comenzó a oír cuando comenzaron las campañas antitabaco, una frase que aparecía tanto en televisión como en medios impresos: “Tu derecho a fumar termina en donde empieza el mío para respirar”; y esto desde luego que llama la atención porque de toda la vida se ha oído decir a muchas personas que alguien no las deja dormir, que no las deja comer, que no las dejan hacer esto y aquello, aunque quien supuestamente no los deja hacer algo ni tan siquiera se les acerque. Así que surge la pregunta: ¿cómo es posible que alguien no permita a otra persona hacer algo? Por ejemplo, eso de que el derecho de una persona termina donde empieza el derecho de otra, pues como que se contradice desde un principio, ¿o no? Porque según los enterados en Derecho, no puede haber jamás dos derechos encontrados, es decir, que choquen entre sí, porque entonces la esencia, el espíritu, de lo que es el Derecho se perdería y este no existiría en lo absoluto. Entonces, se supone que siempre tiene que haber un Derecho superior a otro. En este caso un fumador tiene derecho a fumar y a quien le dice que coarta su derecho a respirar, ¿acaso le está tapando la nariz a pesar de estar a varios metros de distancia? Desde luego que uno está ejerciendo su derecho a fumar y el otro puede ejercer libremente su derecho a respirar; sin embargo, al tener por fuerza que aspirar el humo del fumador, cree que éste no lo deja respirar, aunque no sea así.
Hasta hace muy poco tiempo relativamente, el fumar era muy aceptado socialmente, incluso automóviles, camiones de autotransporte foráneo, coches de pasajeros del ferrocarril; en mesas de restaurantes, de café, en salas de conferencia y un largo etcétera, era muy común ver colocados ceniceros precisamente porque el fumar lo aceptaba todo mundo, hasta que a alguien se le ocurrió decir que el humo hacía fumadores pasivos a los que no fumaban y que por lo mismo corrían más riesgo de enfermarse de las vías respiratorias. Y sin que se haya aclarado de bien a bien, esto ya se acepta como una verdad absoluta: quien no fuma y está cerca de un fumador recibe más daño nomás por respirar; pero volvemos a lo mismo: el fumador no presiona con sus dedos la nariz ni la boca de quien está a su lado y se molesta por el humo, y quien se incomoda por el humo de un cigarrillo, puede respirar con toda libertad, nadie se lo impide más que su propia mente que ya está predispuesta a que esto le hace mucho daño. Sin embargo, no piensa o no toma en cuenta que el humo de los vehículos automotrices, es mucho más nocivo que cualquier otro, inclusive hasta el del carbón o leña al comenzar a arder.
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