Con Punto Fino

(A la memoria de mi padre, memorias del Tepic Antiguo II)

Este año, 2015, será el primero que paso sin mi padre. Gracias le doy al Poder Superior por haberme permitido gozar de su presencia por 34 años, los mismos en los que fue mi papá, profesor Armando Rodríguez Lara, referencia constante, apoyo incondicional y fortaleza de antología, para este endeble ser humano lleno de defectos que soy.

Como recordarán, mi padre nació en esta ciudad de Tepic en 1929. La época de su juventud estuvo marcada, en poco o mucho, por la Segunda Guerra Mundial. Recuerdo su entusiasmo contando cómo en las noches escuchaba a través de la radio narraciones extraordinarias de los acontecimientos en el campo de batalla, mientras alucinaba con la idea de ser piloto aviador de la Fuerza Aérea Mexicana.

Lamentablemente, mi papá no alcanzó ese ideal por ser demasiado pequeño de estatura: apenas alcanzaba el metro y medio de estatura, igual a su servidora, pero en cambio su corazón alcanzó límites insospechados y la fuerza de su físico lo acompañó sin duda hasta los últimos días de su vida, soportando un cáncer de próstata que se le fue a los huesos por casi 10 años, sin darnos a nosotros, sus hijos, muestra alguna de su dolor y en cambio sí de su optimismo, sí de su esperanza de poder vivir más y vivir bien.

Decía mi papá que por aquel entonces, los muchachos de la época se iban a “noviar” a lo que es hoy el Parque a la Madre, León y Allende, porque en las instalaciones de la que ahora es la Secundaria “Justo Sierra”, estaba la Vocacional de Mujeres (aquí mi memoria me falla, porque no sé si en realidad es este el nombre de la escuela o tenía otro), y entonces pues allí se iban a revolotear entre chamacas.

Ahí, mi papá se hizo de varias noviecitas. Y me contaba: “Antes todo era más bonito, más inocente, bueno así lo creo yo, porque a la novia no la manoseabas, los padres no la dejaban andar sola, siempre traía el chaperón, que a veces eran los mismos hermanos; las veías a través de los ventanales de sus casas, les tomabas la mano y ¡uff! Ya con eso te dabas, con eso tenías para estar enamorado”…

Muchas veces, yo de su mano, apenas contando los 8, 10 años, paseaba con él por estas calles de Tepic. Tengo los recuerdos más bellos de mi infancia que siempre regresan a mí en el sabor de un chocolate MilkyWay, en las burbujas de una Coca –Cola, en un plato caliente de menudo. Recuerdo cruzar con él la calle Lerdo cuando todavía no la cerraban a la circulación por ahí por la Plaza Principal, comiendo una nieve de “El Perico” y él señalándome las casas donde vivían las agraciadas señoritas de los años 40.

Antes, andar por el centro de Tepic era una delicia. La fresca brisa acompañaba nuestros pasos, o más bien los de don Armando, que de pronto ya me llevaba cargando porque me había cansado. Había una caseta de teléfono afuera de lo que hoy es el restaurante del Hotel Fray Junípero, que en esos tiempos (1986. 87 quizá), era una tienda departamental. Era posible dar los pasos que quisieras, porque no había gente, ni basura ni automóviles tantos que te impidieran caminar a tus anchas.

Y yo lo veo a él siempre bien cambiado, con su ropa planchada a detalle por mi madre, y sus zapatos relucientes porque les había dado “bola” una noche antes. “Y tuve una novia que quise mucho, hija. Se llamaba Evangelina y de cariño le decíamos ‘Vanky’. Hace poquito supe de ella, está viviendo en el Municipio de Ruiz, ya está viuda y fíjate, se acordó de mí el otro día que le llamé por teléfono. Me dio tanto gusto saludarla y se me vinieron a la mente tantos recuerdos, no cabe duda que ya estoy viejo”, me dijo unos cuantos días antes de que le diera el infarto cerebral que finalmente se lo llevó a la eternidad.

Este 21 de junio es mi primer día del Padre, sin mi padre. Cómo lo voy a sentir.